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martes, 6 de febrero de 2018

Houston, tenemos una misión inn-posible, García de Saura



Houston, tenemos una misión inn-posible, García de Saura

Editorial: Zafiro / 2 febrero 2018 ISBN: 9788408181996 Ebook: 1,99 € Páginas: -
Género: Erótico
Serie: 12º Houston

Cuando Daniela, alias la Sweet, volvió a su casa tras una noche de juerga con Vera, alias Balay, jamás pensó que ocurriría algo que desarmaría su vida cotidiana. Una persona de su pasado ha regresado a su presente para darle una mala noticia y pedirle ayuda. Por fortuna, ella no está sola, sino que cuenta con la inestimable ayuda de su mejor amiga.

Esta nueva misión la llevará a conocer al hombre con el que siempre había soñado: Charles Daugherty, un descarado escocés de las tierras altas que la hará debatirse entre el deber y el deseo.


Romance, intriga, erotismo y mucho humor te esperan en esta trepidante historia, cuyo hilo conductor te sorprenderá y desvelará muchas incógnitas sin resolver.

domingo, 19 de noviembre de 2017

El rincón del escritor: García de Saura nos presenta Houston, tenemos más de un problema

Claudia no se imaginaba que, en mitad de su jornada laboral, dos agentes de policía llegarían de improviso a su puesto de trabajo en su busca. Sus incondicionales amigas, Vera y Daniela, testigos de la escena, intentan defenderla exigiendo saber de qué se la acusa. Pero la visita de los agentes esconde una sorprendente y reveladora noticia.

Una frase, unas pistas, un misterio que resolver y un viaje conducirán a Claudia a su único y verdadero destino: Arthur, el hombre más desconcertante y arrebatador que jamás ha conocido.

Romance, intriga, erotismo, acción y mucho humor te esperan en esta trepidante historia que te transportará a lugares tan bonitos y dispares como Houston, Escocia y Alemania.






Los personajes nos hablan de la novela:

¡Hola! Soy Arthur Stoner, dueño de un centro ecuestre en Spring, un pequeño pueblo al norte de Houston. Toda mi vida he amado los caballos y han sido siempre mi pasión. A diferencia de muchas personas, son inocentes y leales. Ellos me han enseñado la nobleza de las bestias y la bestialidad del ser humano. 
Mi trabajo consiste en la doma de caballos sin el uso de la violencia. A mis manos llegan ejemplares traídos de todo el país, ejemplares que se dan por indomables, salvajes o, como muchos indeseables los llaman, incompetentes. Muchos han sufrido maltrato y solo necesitan alguien que los guíe y les enseñe a relajarse. Algunos dicen que tengo un don; yo creo que, simplemente, atiendo sus necesidades.
Mis empleados me guardan las distancias; en el fondo sé que creen que soy huraño e insociable. Tal vez tengan parte de razón en afirmar tal cosa, pero es que prefiero estar con los animales; al menos de ellos puedo fiarme. Ocurrió algo en mi pasado que me convirtió en quien soy hoy día, y en años nadie ha podido cambiar eso… hasta que ella llegó.
Apareció de la nada, presentándose en el centro. Necesitaba documentarse, y accedí a ayudarla. No lo hice por demostrar nada a nadie, sino porque en cuanto la vi, supe que me daría problemas. Pensé que sería mejor tenerla cerca que no merodeando y estorbando. No me equivoqué. Claudia era la mujer más desconcertante y cabezota con la que me había topado. Estaba claro que era de fuera, pues alguien como ella no es muy habitual donde vivo. Aún me pregunto cómo consiguió meterse en el bolsillo a todo el mundo, poniéndolos incluso en mi contra. Era terca como una mula, incapaz de dejarse domar, y de haber podido… 
¿A quién quiero engañar? Eso es justo lo que más me gustaba de ella. Eso… y el cuerpazo que tiene. Llevaba tiempo sin estar con una mujer, y verla despertó una parte de mí que creía dormida. Ella era todo lo que un hombre podía desear. Y ahora estaba conmigo, en mi centro ecuestre, en mi mundo… y en mi vida.

***

¡Hola! Soy Claudia Valero, aunque las chicas me llaman Princess. Soy natural de Valencia, ciudad donde resido. Vivo sola en régimen de alquiler en un pequeño, aunque coqueto, apartamento. Me independicé en cuanto conseguí mis primeros ahorros. Hasta entonces vivía con mi padre, pues mi madre nos abandonó hace más de diez años. De la noche a la mañana, decidió que no quería seguir con su rutinaria vida, y se marchó con su profesor de bachata. 
En contra de lo que mi estricto padre deseaba, y siguiendo los consejos de mi alocada madre de vivir mi propia vida, comencé a trabajar de camarera tras licenciarme en filología inglesa, ganándome así sus habituales reproches.
Las chicas aseguran que tengo doble personalidad, motivo por el que me llaman Bug (bicho en inglés), además de llamarme Princess (esto creo que no necesita traducción). Esperad, creo que aún no os he hablado de ellas. ¡Qué cabeza la mía! Ellas son Vera y Daniela, alias la Balay y la Sweet respectivamente. Son las personas más importantes en mi vida, alocadas, fieles y, sobre todo, valientes. Nuestra unión va más allá de lo convencional; somos como hermanas, como los tres mosqueteros, o como las Ángeles de Charlie, como diría Vera, aunque sin Charlie y sin hombre que nos dirija.
Una noche ocurrió algo terrible, algo que me llevó a adentrarme en una arriesgada misión de la que esperaba salir airosa y con vida. Tuve que dejarlo todo atrás y marcharme a Houston, lugar donde esperaba hallar la respuesta al enigma que tenía entre manos, y donde tuve que lidiar con el hombre más cabezota, terco y guapo que he conocido: Arthur. O Trunkman, como yo lo llamo, mote que se ganó a pulso por su intratable forma de ser, y porque siempre parece llevar un palo metido en el culo. 
Os estoy haciendo un lío, ¿verdad? Mejor que lo leáis vosotros mismos, y que conozcáis de primera mano mi historia. Así entenderéis cómo llegué hasta aquí, cómo los que se suponía que debían ayudarme no lo hicieron, y cómo acabé convirtiéndome en una especie de detective privado, ingeniándomelas para resolver un caso complicado, a la vez que peligroso.
Tal vez el primer capítulo os ayude a esclarecer, al menos, una parte de la trama y, de paso, conocer cómo empezó todo. ¿Me acompañáis? 

La autora ha querido compartir el primer capítulo con nosotras:

 Susurrándole al oído, intento despertar al tío que tengo a mi lado. Ocupa demasiado espacio en mi cama y ya va siendo hora de que cada mochuelo vuelva a su olivo. Anoche la cosa se alargó más de lo debido. Las chicas vinieron al bar con ganas de juerga y, como suele pasar, la que más fuerte acaba pegándosela soy yo. Eso me pasa por hacer los mejores mojitos de toda Valencia… y por tener las mejores amigas del mundo.

 ―Tío, despierta ―digo alzando más la voz, aunque de poco me sirve.

 Me recreo durante unos segundos en mirarlo un poco más de cerca, ahora que estoy sobria. No está mal. Moreno, barba recortada, como a mí me gusta, y con los ojos de color…, ¡yo qué sé! Me echo una mano a la cabeza, me duele un poco. Debería levantarme para tomarme una pastilla, pero antes quiero comprobar una cosa. Abandono mi frente y atrapo el borde de la sábana para verificar lo que hay debajo. Apenas tengo fugaces recuerdos de mi encuentro con el enésimo amor de barra que duerme plácidamente junto a mí, pero al menos quiero asegurarme de que no he perdido mi sexapil y de que supe escoger material de primera. La sábana es de raso, por lo que no me cuesta deslizarla por su musculoso cuerpo. ¡Y vaya cuerpo! Conforme avanzo en mi ardua investigación matutina para mi satisfacción personal, noto cómo mis labios se curvan en una picarona sonrisa. Su torso está desnudo, y me presupongo deleitándome con él anoche enredando mis dedos en el escaso vello que preside su centro. Mi vista acompaña a lo que la suave tela me descubre, aunque, cuando voy a llegar a la entrepierna, se gira sobre sí mismo y me da la espalda. ¡Qué oportuno! Suelto la sábana y me levanto a por esa pastilla que tanto necesito.

 En la cocina, enciendo la cafetera y preparo unas tostadas. Si mi dulce despertar no ha surtido efecto, espero al menos que lo haga el olor de un buen desayuno, pese a que, según marca el reloj, ya es mediodía. Mientras los electrodomésticos hacen su función, pongo música; floja, para no empeorar mi dolor de cabeza, pero música, al fin y al cabo. Es una vieja tradición que heredé de mi madre. Recordarla me arranca siempre un hondo suspiro. No sé si porque la odio, porque la echo de menos, o por la envidia que en el fondo me da su impetuosa y disparatada forma de vida. Han pasado más de diez años desde que nos dejó y aún no lo tengo claro.

 El café gotea dentro de la jarra de cristal y el bello durmiente sigue sin aparecer por la puerta. 

Dispuesta a no tener a un invitado más tiempo del estrictamente necesario en casa, me dirijo al cuarto a apartarlo de los brazos de Morfeo. De pie, junto a su lado de la cama, me quedo observándolo un segundo. Por un momento pienso en llevar a cabo mi misión, pero soy curiosa por naturaleza y no me gusta dejar cosas a medias. Aparto la suave sábana que apenas le cubre media cadera. Sigue con los ojos cerrados. Tres cuartos de cadera, la cadera entera y… ¡Joder! ¿Qué demonios es eso?

 ―¡Despierta, tienes que irte, vello durmiente! ―No puedo permitir que su selva amazónica siga sobre mis pulcras, fashion y caras sábanas―. ¡Mis padres están subiendo en el ascensor! ―grito mientras comienzo a recoger su ropa desparramada por toda la habitación. Echarlo de mi cama y de mi casa se ha convertido en mi más imperiosa necesidad―. ¡Date prisa! ¡Puedes vestirte en el descansillo de la escalera! ―afirmo entregándole sus cosas a la vez que lo empujo en dirección a la puerta.

 Él apenas balbucea cuatro palabras que me niego a escuchar. Estoy demasiado metida en el papel que estoy representando y no quiero que una frase suya lo eche todo a perder.

 ―¡Corre y no mires atrás! ¡Si te preguntan, no me conoces de nada! ¡Adiós!

Sólo cuando cierro la puerta del apartamento tras su «voluntaria» marcha me permito el lujo de dejar escapar la risotada que llevo un rato reprimiendo. «¡Al final me he quedado sin ver el color de sus ojos!», pienso mientras me río y me encamino hacia ese café que tira de mí. Aunque, a quién le importa…, el bosque no me ha dejado ver el paisaje, y ni falta que hace.
 Aún no he dado ni el tercer bocado a la tostada cuando suena mi móvil.

 ―¡Hola, papá! ¿Qué pasa?

―Hola, Claudia. ¿Podemos vernos para cenar?

―Tengo turno… de noche otra vez. ―Sé que es de mala educación hablar con la boca llena, pero es mi padre y hay confianza.

―Hija, no sé por qué te empeñas en trabajar de camarera en ese bar. Tienes estudios y no deberías desperdiciar…

―¿Vas a empezar como siempre? Creía que ese tema estaba más que zanjado.

―Lo sé, Claudia. Pero me duele ver cómo echas tu futuro a perder por…

―Papá..., ¡no!

―Está bien, como quieras. ¿Y mañana a mediodía?

―¿Don Ocupado tiene hueco a la hora de comer? ―Mi tono suena más sarcástico de lo normal, pero él sabe cuánto me molesta que insista siempre en lo mismo.

―Sí, es importante. Y siento decírtelo, pero soy el único de la familia que…

―¿Dónde quedamos?

―En el Green a las dos. ¡Y no te retrases!

―No lo haré. Adiós, papá.

―¡Claudia, espera!

―¿Qué quieres? ―La desgana fluye libre de mi garganta.

―¿Recuerdas lo que te enseñé de pequeña?

―¿A andar?

―¡Claudia, no estoy para bromas!

―Pues explícate mejor.

―Hija, es sumamente importante. ¿Recuerdas la frase? Esa que te enseñé cuando eras pequeña y estábamos en la cabaña del lago y…

―¿A qué viene eso ahora?

―Claudia, por favor. Dime, ¿la recuerdas?

―Sí, papá.

―Dímela.

―Que debo dejarme llevar por la corriente. ¿Sabes qué es lo gracioso de todo esto? Que es justamente lo que hago y, sin embargo, tú te empeñas en insistirme en que haga lo contrario.

―Hija, es importante.

―Mi vida también lo es, papá.

―Necesito que recuerdes la frase, cielo.

―¿Qué te ha dado hoy con la maldita frase?

―Haz un esfuerzo. ―Su tono es tan apagado que me afano en recordar la maldita frase.

―«Nada más abrir los ojos, fíjate dónde te lleva la corriente» ―claudico.

―¡Eso es! No la olvides nunca, hija.

―Está bien, papá, como tú digas. ―No sé qué manía le ha entrado hoy, pero me tiene un poquito harta―. ¿Algo más?

―Te quiero, Claudia. No lo olvides nunca. Hasta mañana.

―No lo haré. Hasta mañana.

 Siempre que mi padre insiste en que siente la cabeza y todo lo relacionado con ello, me quedo con una sensación extraña y un exasperante malestar. Sé lo mucho que deseaba que siguiera sus pasos, pero no puedo evitar sentirme entre dos aguas, entre dos mundos dispares y heterogéneos que tiran de mí incesantes y de un modo que me cuesta asimilar. Por un lado, está él, con su parte severa, recta y disciplinada. Y, por el otro, está la alocada de mi madre, que nos dejó para vivir su propia aventura con su profesor de baile; bachata, creo. Desde que se marchó no hemos sabido nada de ella, ni creo que lo hagamos. Me consta que mi padre la buscó, pero ella borró todo rastro que pudiera llevarnos hasta su nuevo paradero. Según ella misma me contó en su última carta la mañana que se marchó, y que dejó sobre la mesilla de mi cuarto en la que era la casa familiar, estaba harta de continuar viviendo una mentira. Me confesó que se sentía sola. Las largas horas y los interminables días que mi padre pasaba en el laboratorio le demostraron que él vivía por y para el trabajo, y que ella se había hartado de ser su segundo plato. Nunca sentí que no me quisiera, al contrario. Y me lo corroboró en las líneas que me dejó escritas junto a mi cama. En ellas también me dio uno de los mayores consejos que he recibido: que fuese yo misma quien forjara mi camino, que no permitiera que ningún hombre me dijera ni me impusiera cómo debía vivir mi vida. Al principio me costó mucho afrontar su marcha; pensé que era la peor madre del mundo. Pasé por diferentes etapas, como la de odiarla y desearle todo lo peor por habernos abandonado. Ésa fue la primera. La segunda vino con el paso del tiempo, me di cuenta de que ella era un alma libre, tal y como yo me siento. Dejé de culparla hace años, y desde entonces vivo mi vida como me da la real gana. Fue nada más licenciarme en Filología Inglesa (una profesión que nunca he llegado a ejercer, aunque he sacado partido de ella para multitud de trabajos de camarera). Y ahí, entre dos mundos dispares, es donde me encuentro ahora: entre la bohemia y liberal de mi madre y mi padre, el estricto e internacionalmente conocido y valorado biólogo molecular, el doctor Valero.

La pastilla empieza a hacerme efecto pasadas las tres del mediodía, hora en la que termino de recoger la cocina. A media tarde, un nuevo juego de mis supersábanas de raso descansa sobre mi enorme cama. Sé que no son de lo más práctico ni cómodo, pero ¿quién necesita ser práctica cuando se está soltera, en plena juventud, con veintiocho años, con unas amigas alocadas y una vida completamente independiente? Pues eso mismo digo yo.

 Al acabar de ducharme, me cubro el cuerpo con una toalla grande y la cabeza con otra mediana. Canturreando y bailando ―sí, también tengo música en el baño―, me voy directa al espejo. Me lo tomo como un ritual, un vicio que cogí de pequeña y que, a día de hoy, sigo repitiendo con esa típica sonrisa malvada de «como venga mi madre y me pille, se va a liar parda». Con el baño lleno de vaho, paso el dedo índice por el espejo, sobre el que escribo lo más importante y destacable de las últimas veinticuatro horas. Es como mi diario particular. Las últimas palabras de ayer aún se ven, aunque hay una que siempre prevalece y que escribo en primer lugar: «Viajar». Cada día me limito a reescribirla con el firme deseo de que alguna vez se cumpla. Las chicas y yo llevamos años planeando y soñando con hacerlo, con poder salir de España y perdernos en algún rincón del mundo. Tanto es así que siempre tenemos el pasaporte listo para hacerlo. Una vez que la palabra resalta y se distingue con claridad, añado las nuevas. En esta ocasión elijo «Mojitos» y «Bosque». Sonrío al contemplar el resultado.

 Mi apartamento no es muy grande, pero es perfecto para mí. En cuanto la agente inmobiliaria me lo enseñó, me enamoré perdidamente de él. Fue amor a primera vista, un auténtico flechazo directo y acertado; de esos en los que el corazón se te acelera, las manos te sudan y sientes cómo la entrepierna se te humedece, en contraposición con la boca, que pasa a un estado de estricta y severa sequía. Eso fue lo que sentí nada más entrar por la puerta. Se suponía que debía sentirlo por un hombre, pero en mi caso fue por este piso, mi refugio particular. El alquiler no era excesivamente caro y podía permitírmelo, y ese mismo día firmé el contrato. A diferencia de otros apartamentos que había visitado, éste tenía un amplio salón comedor con cocina americana, un único dormitorio grande con un increíble tocador femenino, un vestidor eficiente y un baño pequeño aunque coqueto, con todo lujo de detalles, incluido un espejo enmarcado en plata envejecida, que hace la vez de diario.

 Envuelta en las toallas, y tras dejar mi resumen sobre el empañado cristal del baño, me dirijo hacia mi acicalado tocador. Detalles como éstos son los que justifican que las chicas me apoden la Princess. «Antes muerta que sencilla», suelo decirles para defenderme y excusar mis glamurosas costumbres. En ocasiones puedo llegar a ser algo salvaje y bicho, razón por la que también me apodan Bug ―«bicho» en inglés―, pero siempre… con clase y estilo. Mientras me seco el pelo recibo varios mensajes de las chicas. Se mueren por repetir la juerga de anoche, y se citan para vernos en el bar. Con la sonrisa que siempre logran sacarme, les contesto que allí las espero. Antes éramos cuatro, pero la Lover, como apodamos a la primera que se desposó del grupo, se enamoró perdidamente de su actual marido y se marchó a vivir con él a Argentina. Desde entonces, apenas nos vemos.

 * * *

 Trasnochar tiene sus consecuencias, y una de ellas es que el día siguiente se me hace mucho más corto, tal y como se me ha hecho éste, que cuando vengo a darme cuenta, ya estoy de vuelta otra vez en el trabajo. Llevo de camarera en este bar algo más de cuatro años. Situado en La Patacona, una playa preciosa a siete kilómetros del centro de Valencia, es uno de esos típicos lugares que tanto están ahora de moda. Con un marcado estilo chill out, durante la tarde es una cafetería envuelta en un ambiente relajado; al caer la noche, el café y el típico gin-tonic dejan paso a un exclusivo gastropub. Y, por último, las primeras horas de la madrugada, con las que cerramos los turnos, el bar se transforma en un local de copas.

 Mi jefe, un tío más pijo y señorito de lo normal, nos espera a mis compañeros y a mí para hacer el cambio de turno. Como cada día, nos pone al tanto de las posibles novedades: que si el serpentín está recién cambiado, que si ha entrado una nueva marca de whisky y ese tipo de cosas. Mi trato con él, así como con el resto de mis compañeros, podría calificarlo de muy bueno. Lo cierto es que, desde que llegué aquí, exceptuando los que se han marchado por diversas razones, todos me acogieron de buen grado. Pese a parecer un tópico y a que él sea un pijo redomado, ha conseguido que entre todos reine el buen rollo y que nos sintamos como una gran familia. No voy a negar que sea un trabajo duro, que lo es, pero me encanta. Me proporciona la libertad que tanto me gusta, y que un frío cubículo o una claustrofóbica oficina no me permitirían jamás. Aquí he conocido a mucha gente, y aunque la mayoría son de una clase social media-alta, lo cierto es que, como en botica, hay de todo.
Nuestro uniforme es negro y básico, y yo me las ingenio para adornarlo de alguna forma. Al principio mi jefe me puso algunos reparos, pero con el tiempo ha ido dejándome como una causa perdida y me permite añadir algún complemento, siempre y cuando no afecte en gran medida al atuendo en sí. Hoy he decidido ponerme uno de mis collares engarzados con grandes piedras plateadas, que conjugan a la perfección con mi melena larga de color castaño, que cae sobre mi esbelta espalda.

Estamos casi a principios de verano, y eso se nota en el ambiente. La terraza está a rebosar de gente, con todas las mesas ocupadas, y los de mi turno no damos abasto. Tan inmersa en mis quehaceres estoy que ni me percato de que las chicas hacen acto de presencia. Cuando lo hago, tras atender a una de las diez mesas que llevo en el exterior, me quedo mirándolas. Es una manía que tengo, me gusta observar a la gente; otra razón más por la que me gusta mi trabajo. Están sentadas a la barra, tan guapas como siempre, para no perder la costumbre.

 ―¿Les pongo algo, señoritas? ―pregunto colocándome frente a ellas, al otro lado de la barra.

―Hola, bombón. Yo un mojito, ya lo sabes. ―Ella es Daniela, la menor del grupo, una rubia tan dulce y cariñosa que no dudamos en apodarla la Sweet.

―Yo estoy entre cicuta y una motosierra. ¿Qué es más rápido? ―Y ella es Vera, la morena con boca de rayo, apodada la Balay. En su caso, el motivo es más largo de contar.

―¿Qué ha pasado? ―interpelo mientras lleno un par de vasos con hielo picado y observo de reojo cómo la Sweet resopla resignada.

―El sinvergüenza de Vic, que me la ha vuelto a liar porque iba a salir con vosotras.

―¿Desde cuándo vuestra relación es tan… formal?

―Que yo sepa, desde nunca. Pero se toma ciertas libertades que no debería tomarse.

―Pobre ―comenta la rubia.

 Su amparo hacia Vic despierta la ira de la Balay.

 ―¡Alto ahí, hermana! Soy yo la que debería darte pena.

―¿Estás segura? ―Mi mirada de soslayo hace que recapacite su respuesta.

―Vale, pena no. Pero tampoco debería dársela él ―se defiende Vera.

―Pero él quiere que avancéis en vuestra relación ―insiste la Sweet―. Eres tú la que se empeña en apartarlo.

―Ahí lleva razón ―intervengo de nuevo.

―¿Las dos en mi contra? Ah, no, por ahí no paso. Os voy a dejar algo muy clarito. ―Su dedo índice estirado y amenazador va de la cara de la Sweet a la mía, y viceversa―: Víctor y yo no somos pareja. Él es sólo un follamigo al que le permito pernoctar en mi house de vez en cuando.

―Y comer ―añade de modo valiente la Sweet.

―Sí.

―Y cenar ―agrego yo.

―También. ―A estas alturas, su tono se ha rebajado, como lo ha hecho su dedo, que languidece casi inerte.

―Y poner lavadoras.

―¡Eh, de eso nada! Él no toca mi lavadora.

―Ahí lleva razón ―afirmo forzando un falso semblante serio mientras clavo los ojos en los de Daniela.

―¡Ja! ―suelta Vera orgullosa, recolocándose de nuevo en su silla.

―Claro ―remato cuando ya no me siento amenazada por su pequeño dedo―, porque ella es la que las pone, y él sólo se limita a embestirla mientras se agacha. ―He aquí un resumen de por qué Vera tiene el mote de la Balay.

 Mi último comentario es motivo de las carcajadas de las tres. Entre una risotada y otra, dejo dos posavasos sobre la barra y, sobre ellos, los dos mojitos que les he preparado. Ambas brindan antes de beber de sus respectivas pajitas, cuando dos enormes y guapos policías entran por la puerta. Vera casi se atraganta al verlos.

 ―¡Viva el cuerpo! ―suelta nada más tragar. Es la frase que usa siempre que un uniforme aparece ante ella. Sobre todo, si se trata de hombres guapos, como lo son esos dos.

 Los policías se dirigen a la barra y las tres observamos cómo hablan con Emilio, uno de mis compañeros.

 ―¡Madre mía, quién fuera porra! ―Las tres reímos con su comentario―. Daniela, ¿llevas mi carnet? ―Cuando Vera se arranca, no hay quien la pare. Su tono de voz es más alto de lo normal; tiene la firme intención de que los susodichos la oigan―. ¡Ay, que me he dejao el carnet en casa!

―Un día te vas a llevar un disgusto ―murmura la Sweet sin dejar de mirarlos.

 Yo también lo hago, pero pronto me percato de que algo pasa. Mi compañero no les está sirviendo nada. En su lugar, compruebo que centra la mirada en mí. Los policías hacen lo mismo y continúan haciéndolo mientras se encaminan hacia nosotras. Mi compañero lo hace igualmente, a este lado de la barra.

 ―Si ya lo sabía yo. Vera, vienen hacia aquí, haz el favor de comportarte ―espeta la Sweet.

―Siempre lo hago, bonita. Si fuesen highlanders, no me pedirías tal cosa.

―¡Ay, pues la verdad es que no! Ellos sí que tienen clase y estilo.

―Pero mira que eres cursi.

―Me vuelven loca. ¿Qué quieres que te diga?

―¡Viva el cuerpo! ―grita una vez más la Balay cuando los policías llegan hasta nosotras, pese a tenerlos a menos de un metro de distancia.

―Claudia, estos agentes… ―empieza a decir Emilio.

―Si no le importa, nos encargamos nosotros ―corta uno de los policías a mi compañero. Su tono y su semblante son tan serios y rotundos que hasta Vera se ha quedado muda.

―Como quieran. Yo sigo a lo mío. ―Su apretón en mi brazo y su mirada corroboran mis sospechas de que algo no va bien.

―Gracias, Emilio.

―¿Señorita Valero? ―indaga el mismo agente.

―Sí.

―¿Es usted Claudia Valero?

―Ya le ha dicho que sí. ¿Acaso está sordo?

 Mi reprobatoria mirada acalla el murmullo de Vera.

 ―Sí, soy yo.

 No quiero aparentarlo, pero estoy tan nerviosa que tengo que apoyarme en la barra.

 ―Necesitamos que venga con nosotros.

―¿De qué se me acusa? ―Cuanto antes lo sepa, mejor.

―Que sepamos, de nada ―interviene su compañero―. Pero no es ése el motivo por el que estamos aquí.

―Y ¿cuál es, si puede saberse?

―Debe acompañarnos, por favor.

―¿Ahora? Estoy trabajando.

―Nosotros nos encargaremos de eso.

―No pueden detenerla sin decirle antes de qué se la acusa ―suelta Vera levantándose para colocarse frente a ellos.

―¿Quién es usted?

―Su abogada.

 Alucinada, observo a la valiente Balay plantándoles cara, pese a ser mucho más baja que ellos. Es tan menuda que incluso sentada en la silla estaba más alta.

 ―Tía, ¿qué haces? Si tú sólo eres dependienta ―murmura Daniela, que ya no sabe qué hacer para que cierre la boca.

―Tienen que leerle sus derechos primero...

―Vera ―mascullo entre dientes.

―E informarla de qué se la acusa ―continúa ella.

―Señorita, no lo ponga más difícil. Ese procedimiento es el que usted ve en las películas. Y le repito que no estamos aquí por esa razón.

―¡Vera! ―Por fin he conseguido llamar su atención, momento que aprovecho para negarle con la cabeza en un rápido movimiento―. Por favor, díganme qué ocurre.

―Señorita Valero, debe acompañarnos a la Ciudad de la Justicia. Su padre ha fallecido.

Desde LecturAdictiva damos las gracias a García de Saura por la presentación.

jueves, 17 de agosto de 2017

Houston, tenemos más de un problema, García de Saura

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Houston, tenemos más de un problema, García de Saura

Editorial: Zafiro / 19 septiembre 2017 ISBN: 9788408176169 Ebook: 1,99 € Páginas: 190
Género: Erótico
Serie: 1º Houston


Claudia no se imaginaba que, en mitad de su jornada laboral, dos agentes de policía llegarían de improviso a su puesto de trabajo en su busca. Sus incondicionales amigas, Vera y Daniela, testigos de la escena, intentan defenderla exigiendo saber de qué se la acusa. Pero la visita de los agentes esconde una sorprendente y reveladora noticia.

Una frase, unas pistas, un misterio que resolver y un viaje conducirán a Claudia a su único y verdadero destino: Arthur, el hombre más desconcertante y arrebatador que jamás ha conocido.

Romance, intriga, erotismo, acción y mucho humor te esperan en esta trepidante historia que te transportará a lugares tan bonitos y dispares como Houston, Escocia y Alemania.

jueves, 18 de mayo de 2017

Aquí le echamos muchos huevos... a la tortilla, García de Saura

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Aquí le echamos muchos huevos... a la tortilla, García de Saura

Editorial: Esencia / 20 junio 2017 ISBN: 9788408172413 Papel: 14,90 Páginas: 384
Género: Erótico
Serie: Independiente

Maica, alias Zape, es hija de un camionero, ferviente odiador de los franceses, y, a sus veintiséis años, finalmente ha conseguido graduarse en Química.

Cuando supo que ese verano se iba a quedar sin vacaciones, su incondicional amiga Ainhoa, alias Zipi, le ofreció pasar el verano en Londres gracias a un programa de intercambio cultural europeo. Pero un desafortunado error hizo que Maica se inscribiera para ir a París, con lo cual se separaría de su mejor amiga
y se vería obligada a meter a una francesa en casa.


A partir de ese momento, todo cambiará para la protagonista, que se verá envuelta en un divertido enredo, sobre todo cuando descubra que la que iba a ser su huésped acaba siendo un atractivo, elegante y sexy hombre parisino llamado Mattew, que pondrá su mundo patas arriba.

domingo, 23 de octubre de 2016

Soñando a lo grande, pensando a "lo chico", Alissa Brontë - García de Saura





Soñando a lo grande, pensando a "lo chico", Alissa Brontë - García de Saura

Editorial: Zafiro / 10 noviembre 2016 ISBN: 9788408162797 Ebook: 0,99 € Páginas: 100
Género: Erótico
Serie: Independiente

Marga es una romántica empedernida que desea encontrar a su príncipe azul para tener su «felices para siempre», igual que sucede en sus adoradas novelas románticas. Chema es un hombre práctico y no cree en eso del destino o el amor, sino en vivir al día.

¿Qué sucede cuando los sueños y la realidad se enfrentan una y otra vez sin poder hacer nada para evitarlo?

¿Conseguirá Marga besar a un príncipe o se conformará con un sapo? Y, Chema, ¿logrará creer enel amor? 

domingo, 2 de octubre de 2016

El rincón del escritor: García de Saura nos presenta Lo que el alcohol ha unido que no lo separe la resaca

Cuando Lucía está a punto de casarse con Miguel, al que considera el hombre de su vida, descubre que le es infiel. Dolida y desengañada, preparara un plan para dejarlo plantado en el
altar y desenmascararlo frente a los invitados.

Tras el caos que organiza durante la ceremonia, sus amigas deciden salir con ella de juerga para no dejarla sola en la que hubiera sido su noche de bodas. Al regresar a casa, un despiste
y una estrambótica y desternillante situación harán que ella y sus amigas acaben detenidas por unos agentes muy sexis. A partir de ese momento, la vida de Lucía y del teniente Urbano
quedarán unidas para siempre; aunque para Lucía, escarmentada con el género masculino, no será fácil reencontrarse con el responsable de su detención. ¿Conseguirá el guapo, cabezota
y mandón «soltero de oro» romper la coraza antihombres de Lucía?

Descubre Lo que el alcohol ha unido que no lo separe la resaca, una divertida comedia erótica en la que la protagonista conocerá el amor verdadero, descubrirá nuevos placeres sexuales y vivirá en primera persona multitud de situaciones que te provocarán más de una sonrisa. 

Ficha del libro





Los personajes nos hablan de la novela:

ALEJANDRO URBANO

En el trabajo y los amigos me llaman Urbano, que es mi primer apellido,  aunque mi nombre es Alejandro. Vivo en Alicante, y soy Teniente del Cuerpo de la Guardia Civil con destino en mi ciudad. Tengo treinta y ocho años, soy soltero, y vivo solo en mi apartamento, como me da la real gana. Nunca he traído a ninguna chica, para mí es mi templo, y no quiero que ninguna lo perturbe. ¿Mi físico? Moreno, metro noventa, ojos verdes y cuerpo atlético. Vamos, que gracias a él consigo a cualquier tía que se me ponga a tiro. ¿Para qué conformarme con una cuando puedo tener a la que quiera?
Mis mejores amigos son Tomás y Antonio, compañeros de trabajo a los que aprecio y admiro. 
En el trabajo todo me va bien, y en lo referente al amor. ¿Qué es eso? El amor está sobrevalorado. Aunque, si he de ser sincero, eso era lo que pensaba hasta la noche en que conocí a Lucía. Reconozco que no fue de la mejor manera posible, los compañeros y yo vimos la oportunidad de reírnos de ella y sus amigas, y así lo hicimos. Pero lo que ninguno de nosotros esperaba era que, lo que empezó como una broma más, acabase en lo que finalmente sucedió. No puedo adelantaros nada, es obvio que debéis leer la novela para enteraros de todo, aunque os aseguro, que aquella noche cambió nuestras vidas para siempre. 
Lucía… ¿qué os puedo decir de ella? Tiene un genio y un carácter de narices, que lo compensa con su gran corazón y su humor. ¡Dios, qué guapa está cuando sonríe! Y cuando no lo hace también. Lo que más me gusta de ella, además de su físico, es lo mismo que me exaspera. Tiene una fuerza increíble, que contagia y transmite a todos.
Pero será mejor que sea ella misma quien se presente, pues corro el riesgo de ponerme ñoño, y eso afectaría en cierta medida a mi reputación, ya me entendéis.

***

LUCÍA MARTÍNEZ

¡Hola! Yo soy Lucía, tengo treinta años y soy de Murcia. Soy organizadora de eventos, y trabajo para mi jefa, Paloma. Ella es mi mejor amiga, junto con Eva y Marta, a las que adoro y quiero con locura. Soy morena, de estatura media y ojos marrones; vamos, que no me puedo quejar.
Hasta hace bien poco creía que tenía junto a mí al hombre de mi vida, Miguel. Con él llevaba cuatro años de noviazgo y, cuando estábamos a punto de casarnos, descubrí que me era infiel. ¿Sabéis de esas ocasiones en que el mundo se te viene encima y te cuesta hasta respirar? Pues eso me sucedió a mí. Todos mis sueños se truncaron la noche en que supe la verdad y, desde entonces, no quise saber nada de los hombres. 
El día de mi no boda, las chicas se negaron a dejarme en casa de mis padres sola, así que pensaron que lo mejor era que saliéramos de fiesta. Pero después de plantar a mi ex en el altar delante de todos los invitados y de la que monté en la Catedral, mis ganas de juerga brillaron por su ausencia. Ellas se lo pasaron en grande, sin embargo para mí, fue una noche terrible. Tanto es así, que acabamos detenidas en el cuartel de la Guardia Civil. Aunque ahí no acababa la cosa: los muy… (Mejor me callo no vaya a ser que la líe), lo hicieron para reírse de nosotras. ¿Os lo podéis creer? ¡Maldita gracia la que a mí me hizo cuando me enteré!
Pero con el paso del tiempo, descubrí que fue lo mejor que me pudo pasar. Eso sí, una cosa os digo, por muy guapo que Urbano sea, sabed no se lo puse nada fácil. Porque que un tío sea guapo y tenga un físico imponente no lo es todo. ¡Ni muchísimo menos! (Aunque he de reconocer que ayuda bastante, para qué vamos a negarlo).

Pero mejor será que leáis la novela, y entenderéis mi postura, y lo que realmente sucedió. Dicen que cuando una puerta se cierra, otra se abre; y creedme que es cierto. Las segundas oportunidades existen, y nosotros somos buena prueba de ello. 



Una escena para abrir el apetito:

—Quien conozca algún motivo por el que esta boda no deba celebrarse que hable ahora o calle para siempre —expone el sacerdote de la catedral.
Un silencio llena el templo y todos los invitados se miran unos a otros recelosos, con temor de que alguien impida la ceremonia; excepto mis amigas y mi familia, a los que he informado de lo que tenía pensado hacer, pese a la oposición de algunos de ellos, y en especial de mi madre.
Soy organizadora de eventos y, junto a mi jefa y amiga Paloma, hemos conseguido un resultado perfecto. La capilla mayor y el transepto donde se celebra la boda están impecablemente engalanados, con las mejores rosas y dalias blancas
de la ciudad, que son las protagonistas de los centros florales y las decoraciones de los diferentes bancos. Igualmente blanco es también mi ramo: un precioso bouquet de calas y aspidistra, que conjuga a la perfección con mi vestido, de la última colección de Pronovias.
En la puerta, un precioso y acicalado Rolls-Royce Silver Wraith negro, en el que he venido, aguarda a vernos salir convertidos en marido y mujer para llevarnos directos al convite.
En los respaldos de los bancos hay unos pequeños sobres, que previamente hemos pegado y colocado, con una nota que reza:
Abrir cuando lo indique la novia.
La fotógrafa y el cámara, que son asiduos colaboradores de nuestra empresa, capturan todo el evento, sin perder detalle. Ellos también están advertidos, así que, a diferencia de otras bodas, no han venido a casa a hacer ninguna foto, sino que tan sólo han ido a la de Miguel, el novio.
Y aquí estoy yo, en la preciosa catedral de Murcia, rodeada de todos mis amigos más allegados, mi familia más cercana y toda la gente invitada por Miguel. Con la ilusión que yo tenía por que llegara el día de mi boda, mi gran boda. Ese día especial con que toda chica sueña desde pequeña; ese cuento hecho realidad en el que, por unas horas, nos convertimos en protagonistas y verdaderas princesas, y en el que nos entregamos con pasión y amor a nuestro príncipe azul, que nos aguarda nervioso y enamorado junto al altar para unirse a nosotras en santo matrimonio por siempre jamás, y… ¡Chorradas!
«Que hable ahora o calle para siempre», ha dicho el sacerdote. El momento ha llegado. Así que, tras un considerable suspiro, y después del gesto de aprobación de mis amigas, me hago con el micrófono del cura bajo la atenta mirada de mi prometido, y me vuelvo para dirigirme a los allí congregados.
—Querida familia, queridos amigos: gracias por venir.
—¿Qué estás haciendo? —cuchichea Miguel sorprendido.
—Como habréis podido comprobar —continúo—, delante de cada uno de vosotros hay un sobre. Si sois tan amables de abrir cada uno el vuestro, por favor.
—¿Qué hay en los sobres? —El desconcierto de su rostro acaba de tornarse en enojo.
—Es una sorpresa, cariño.
Todo el mundo está expectante y, obedeciendo mis indicaciones, procede a abrirlos. Las diferentes reacciones no se hacen esperar. Los invitados no salen de su asombro al ver lo que contienen. El murmullo general y las inquisitivas miradas
hacia el que iba a ser mi esposo logran ponerlo realmente nervioso.
—¡Dime qué demonios ocurre, y dímelo ya! —me implora Miguel.
—Claro que sí, cariño —respondo con sorna—, tus palabras son órdenes para mí.
Y, dirigiéndome de nuevo a los allí presentes, continúo:
—Como habéis podido comprobar, el de la fotografía es Miguel, mi querido y amado Miguel. El marido perfecto que toda mujer puede desear para que la acompañe el resto de su vida. Durante cuatro maravillosos años, hemos sido novios, hemos hecho numerosos planes juntos, y uno de ellos era éste, casarnos. Pero como podéis apreciar en la imagen, el matrimonio no entraba en sus planes o, por lo menos, no conmigo. He querido compartir con vosotros la noticia de esta forma porque sabía que, de otra manera, no me habríais creído, o no podría habéroslo demostrado a todos. Efectivamente, el de la foto es Miguel manteniendo relaciones sexuales con mi primo Juan, en la que, hasta ahora, era nuestra cama.
El momento es indescriptible. Mis amigas me guiñan el ojo, como muestra de su apoyo incondicional. Mi madre agacha la cabeza y mi padre observa serio a Miguel; me consta que para él supone un esfuerzo tremendo acatar mis instrucciones y contenerse, pues conozco su faceta protectora y sé que, de buena gana, le propinaría un puñetazo. Mi hermana, Leire, en cambio, incapaz de contener sus emociones, muestra su enfado con el ceño fruncido implantado en su cara.
Mis tíos, incrédulos y avergonzados por decenas de miradas que los escudriñan, salen escopeteados de la iglesia junto a mi primo Juan, que, incapaz de articular palabra, y con la cara pálida de la impresión, tan sólo es capaz de agachar la cabeza mientras se deja guiar por sus padres.
Miguel, que no puede aguantar la presión, tras llevarse la mano a la frente, cae al suelo, como observo, arrastrado por la vergüenza y el dolor.
—¡Puta! —me grita de pronto su madre, doña Ana, que se acerca llena de ira a recoger a su hijo del frío suelo de mármol.
—¡Ella no le ha sido infiel a nadie! —contesta mi madre, que viene hasta mí para defenderme de la arpía.
—¡Algún motivo tendría para hacerlo!
Sus últimas palabras me producen verdadero dolor, pero no estoy dispuesta a dejar que nadie me defienda; puedo hacerlo yo sola. Así pues, reprimiendo las ganas de arrancarle el ridículo sombrero que la señora se ha colocado sobre su escultural y patético moño, le suelto:
—Tienes razón. Pero no sólo tenía un motivo para serme infiel, tenía dos: que no soy un hombre y, lo más importante, que tú no le has dado la suficiente confianza para salir del armario como es debido.
Y allí, agachada y con la boca abierta, dejo a la que iba a ser mi suegra junto a su querido hijo, observando cómo, rodeada de mi gente, abandono la hermosa catedral, que, junto con su sacerdote y sus preciosas capillas, incluida la de los Vélez, ha sido testigo de uno de los momentos más bochornosos que jamás se haya vivido en el templo sagrado.
Mis amigas Paloma, Eva y Marta me arropan y me sujetan al mismo tiempo mientras nos dirigimos a la puerta de los Apóstoles, ubicada en un lateral de la iglesia. He aguantado toda la escena sin amilanarme lo más mínimo pero, al salir, mis piernas comienzan a flaquear.
En el instante en que voy a poner un pie en la plaza, me paro y me giro para observar por última vez la estampa: Miguel está aún en el suelo, flanqueado por la bruja de su madre, mientras que su padre está de pie hablando con el sacerdote, que lo escucha abanicándose sentado en el primer banco. La imagen me produce pena y rabia a la vez.
—Escuchadme bien lo que voy a deciros —les comunico a mis amigas volviéndome de nuevo—: no quiero ni oír hablar de hombres en mucho tiempo, y mucho menos de bodas. ¿Queda claro?
Las tres asienten con la cabeza, antes de salir definitivamente de la iglesia.
Como era de esperar, en la puerta las habladurías de los invitados no cesan. Todos están asombrados por lo ocurrido y deseosos de respuestas. Aun así, según lo planeado, y escudada por mis amigas, me marcho rumbo al coche de Paco, el
marido de Marta, que nos espera para llevarnos al piso de mis padres.
Mi familia, en cambio, decide quedarse durante un breve rato contestando las preguntas con escuetas frases, disculpándose por lo ocurrido y despidiéndose del resto de nuestros invitados. Mi madre insistió en hacerlo de este modo y, según su deseo, así se está realizando. Quedarme allí habría supuesto alargar demasiado un innecesario momento y tener que dar detalles de la auténtica y dolorosa verdad.
Todo empezó hace un par de meses. Miguel recibía llamadas a deshoras; cuando sonaba el teléfono, lo cogía sobresaltado y se alejaba de donde estuviéramos para atender la llamada, con la excusa de que era por trabajo. Una tarde, incluso, llegó a marcharse del piso para poder hablar a solas; según él, no
quería que se oyese ningún ruido de fondo, ni que su jefe supiera nada acerca de su vida privada. Aquellas reacciones levantaron mis sospechas, pues yo atendía mis llamadas con naturalidad, y cuando era Paloma la que me telefoneaba, no tenía
inconveniente alguno en que él escuchara la conversación.
Su actitud comenzó a cambiar por completo. Además de su extraño comportamiento, había que sumarle también la falta de relaciones sexuales, lo que para mí fue uno de los mayores detonantes. Miguel lo achacaba al estrés previo a la boda. Por las noches no solía llegar a casa más tarde de lo habitual pero, a
mediodía, sí que se marchaba antes.
Había oído hablar de las diferentes señales que existen para saber si tu pareja te es infiel, y yo las estaba detectando todas. Decidí no hablar del tema con nadie o, por lo menos, no durante los primeros días; debía aclarar mis ideas y, sobre todo,
recabar pruebas. Así pues, con la determinación de obtenerlas, comencé mi ardua investigación privada.
Durante los cortes de publicidad en la televisión, solíamos mirar nuestros respectivos móviles. Aprovechando este hábito, una noche, mientras simulaba escribir en el mío, logré averiguar su código para desbloquear la pantalla que, hacía poco tiempo, le había puesto a su smartphone. Una vez en la cama, esperé a que se quedara dormido y, bien entrada la madrugada, cogí su teléfono y, a hurtadillas, salí del dormitorio. Al llegar al baño, cerré la puerta con pestillo, me senté sobre la taza del inodoro y me quedé durante un largo rato observando el aparato. Lo que
me disponía a hacer iba en contra de mis principios, pero estaba a punto de casarme, y no quería arrepentirme después de cometer un error muy grande por no cometer, entonces, uno pequeño. Sin embargo, ni en mis peores pesadillas habría
soñado con lo que allí me encontré: había decenas de mensajes subidos de tono de él hacia mi primo Juan, y viceversa. Literalmente, mi mundo se vino abajo en aquel instante. Podía luchar contra otra mujer, pero contra un hombre no podía
aunque quisiera. Mis temores no eran infundados, había descubierto el motivo de sus repentinos cambios y me sentía traicionada, dolida, engañada… Una y otra vez, leí y releí aquellos mensajes que englobaban una doble traición: la de Miguel, el
que creía el amor de mi vida, y la de mi primo Juan, al que me unía no sólo la sangre, sino también un buen trato familiar y miles de recuerdos de infancia.
Rota de dolor, con el corazón acelerado y una aguda punzada
machacándome el estómago, lloré y lloré sin consuelo durante horas, encerrada entre aquellas cuatro frías paredes alicatadas con grandes azulejos color miel, hasta agotar mi arsenal de lágrimas. Cientos de recuerdos pasaban por mi cabeza: el día
en que nos conocimos, nuestros viajes, nuestros planes, sus promesas de amor, su perfecta y romántica pedida de mano… y un largo etcétera. Habían sido cuatro años de mi vida perdidos, tirados a la basura de un solo plumazo, y que jamás podría recuperar.
Cuando mi llanto cesó y las lágrimas dejaron de brotar de mis ojos, me lavé la cara y, con sumo cuidado, regresé al dormitorio. Al llegar, me paré un instante a observar cómo dormía plácidamente, abrazado a su almohada, el hombre que se había convertido en mi verdugo. Y en aquel preciso instante lo supe; supe qué debía hacer.
A partir de entonces, urdí uno de los mayores planes de mi vida. No obstante, no podía hacerlo sola, y le confié mi mayor secreto a Paloma; aún recuerdo su cara cuando se lo hice saber. Una vez obtenidas diferentes capturas de pantalla de los mensajes y recabada toda la información necesaria, mi mejor amiga y yo simulamos un pequeño viaje a Valencia por temas laborales. Ese mismo día, mi tía iba a recibir visitas en su casa por su onomástica, por lo que era de esperar que la cita entre Miguel y mi primo tuviera lugar en mi piso. Tras pedir un par de favores, y antes de nuestra supuesta partida, colocamos una microcámara en mi dormitorio. Nuestro plan no podía fallar…, y así fue. Por la tarde, desde la habitación que Paloma me había dejado para pasar la noche en su casa, y frente al portátil que recibía la señal de la microcámara, pude observar junto a mi amiga, y con un dolor indescriptible, lo que estaba sucediendo en directo sobre mis sábanas.
Si fue difícil ver aquellas imágenes, más lo fue disimular delante de él y de la gente que nos rodeaba. Debía aparentar que estaba ilusionada con el enlace, y me obligaba continuamente a sonreír, mientras mi corazón lloraba de dolor. Quizá mi plan no era del todo ético y moral, pero la traición es imperdonable, y ésa lo era
de sobrada, al menos para mí.
A falta de dos semanas para la boda, y con las debidas pruebas en la mano, se lo conté todo a las chicas, y esa misma noche, a la hora de la cena, se lo comuniqué a mi familia. Al principio, ésta no estuvo de acuerdo conmigo, pero como yo misma les dije a mis padres, era la única forma de poder defenderme y demostrar la verdad a todo el mundo. Las informaciones del boca en boca se desvirtúan, las consecuencias de los famosos «me han dicho» y «me han contado», como las del teléfono roto, eran sabidas por todos. Y el daño irreparable que podrían producir, también.
Los regalos se devolverían y la reserva en el restaurante donde se iba a celebrar el convite estaba previamente cancelada. En su lugar, reservé en un pequeño local una cena para nueve; quería agradecerles a las ocho personas que eran sabedoras de la historia el apoyo y la ayuda que me habían brindado para llevar a cabo mi plan.
Y aquí estoy ahora, en el coche de Paco, rodeada de mis amigas y camino del que, durante muchos años, fue mi hogar: la casa de mis padres.

Desde LecturAdictiva damos las gracias a García de Saura por la presentación.




viernes, 30 de septiembre de 2016

Entrevista: García de Saura




García de Saura es el nombre artístico de Carmen María García, artista plástica que, tras
varios años de intentos, consiguió escribir su primera novela en la primavera de 2015. Natural de Molina de Segura (Murcia), cursó sus estudios de Bachiller y COU en la rama de letras puras. Posteriormente se graduó en Técnico Especialista en Administración. Tras el nacimiento de su hijo, le surgió la vocación por la pintura, donde con el paso de los años, ha pintado más de cuatrocientas obras y ha expuesto en más de dieciocho ocasiones, tanto de forma colectiva como individual. Algunas de sus obras se encuentran en ciudades como Barcelona, Londres o Buenos Aires. Su interés por avanzar y aprender la llevó también a asistir a cursos de informática, bisutería y tatuajes.




Descríbete a ti misma como lo harías con un personaje de tu novela.

Mi nombre es Carmen María, aunque mi seudónimo es García de Saura, que escogí hace trece años, cuando comencé a pintar. 
Soy de Murcia, estoy casada, y tengo un hijo en plena adolescencia.
Comencé a escribir mi primera novela hace ahora siete años, la cual aún no he conseguido terminar, aunque es algo que tengo pendiente y que espero lograr algún día.
Como muchos ya sabéis, acabé mi primera novela en la primavera del 2015: LA CULPA ES DE D.I.S.N.E.I. Y desde entonces, mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Me sumergí de lleno en el mundo de la literatura, en el que espero quedarme, pues me ha robado completamente el corazón. Supongo que se debe en gran parte a mis estudios en letras puras, o a mi mente inquieta, que nunca he logrado calmar ni apaciguar. 
Sí, esa soy yo. Los que me conocen saben lo tenaz que puedo llegar a ser cuando me propongo a hacer algo, y lo mucho que me empeño en sacarlo adelante. Durante años mi vida ha dado tumbos hasta que, a día de hoy, puedo afirmar que por fin he encontrado lo que realmente me hace feliz y me completa. Sólo espero tener la gran suerte de que mi trabajo guste a mis lectoras/es, y que sigan confiando en mí y en lo que hago.


¿Por qué decidiste escribir romántica?

Decidí decantarme por la romántica por lo mucho que me gusta leerla. Ante todo soy lectora, y este género me aporta muchísimas cosas: desde historias de amor increíbles, hasta conocimientos de historia, de lugares y tradiciones, que denotan el gran trabajo de documentación que hay tras muchas de ellas. La romántica me aporta dos cosas importantes a mi punto de vista: el romanticismo y el amor en sus variadas vertientes, que nos hacen soñar y convertirnos en alguien que no somos; y la realidad o hechos reales, con los que podemos llegar a identificarnos y de los que podemos aprender o guiarnos en un momento dado. 


¿Eres escritora de brújula o mapa?

Ambas cosas. En principio necesito tenerlo todo estructurado y esquematizado para ponerme a escribir una historia. Pero también es cierto que los propios personajes, la novela o alguna escena que puedan contarme, puede hacerla girar, y llevarme hacia otro rumbo. (Mi gente ya va aprendiendo que soy como una esponja, y que muchas de las frases o relatos que me cuentan, pueden salir en alguna de mis novelas. ¡Tienen que andarse con ojo! Ja, ja, ja).


¿Cuánto tiempo aproximadamente tardas en escribir una historia?

Depende de si es novela, relato, o de si la escribo junto a alguna compañera a cuatro manos. Aunque la media suele ser cuatro meses, sin contar el tiempo de documentación y el de corregir, lo que me podría llevar a seis o más. Un relato, podría ser la mitad o incluso menos.


¿En quién te inspiras a la hora de crear tus personajes?  

De todo un poco. Normalmente son personajes que me invento. Pero también hay personajes reales, gente a la que conozco y a la que aprecio. Y por supuesto, mis protagonistas tienen una parte de mí.

¿Qué es lo más divertido que te ha pasado en tu faceta como escritora?

Son tantos, que me cuesta decantarme por uno solo, así que me quedaría con las risas. Tanto con mis lectoras/es como con compañeras, a las que cariñosamente llamo “compis”, me he llegado a descojonar con algunos comentarios y vivencias que hemos tenido, y que espero seguir teniendo. La gente es más lista de lo que muchos se piensan, y ni hablar del desparpajo que algunas/os tienen. Todos debemos aprender de todos, y yo quiero seguir haciéndolo junto a ellas/os de la forma en que lo estamos haciendo: con respeto, admiración y mucho mucho humor.

El rincón del escritor: García de Saura nos presenta Lo que el alcohol ha unido que no lo separe la resaca





 Podéis obtener más información acerca de ella y sus libros pinchando aquí.

Desde LecturAdictiva queremos dar las gracias a la autora por esta entrevista.