II Antología RA, VVAA
Editorial: ScandalRA / Febrero 2016 ISBN: - Papel: 0€ Páginas: 206
Género: Varios
Serie: Independiente
Edición gratuita para los asistentes del VI Encuentro RA.
Amor en la niebla, Nuria Llop
Cosas rotas, Marisa Sicilia
Coutry Love, Lorena López Míguez
Desde ese instante, Lorraine Cocó
Dorsey Square, Jane Kelder
El viaje que cambió mi vida, Tamara Pelegero
Esperanza, Ángela Drei
Este es solo el principio, princesa, Kelly Dreams
La Elegida, Luz Guillén
La tumba de los amantes desconocidos, Ditar de Luna
Love Arrows, Carla Crespo
Mover ficha, Kate Danon
Nana de canto eterno, José María Alcoholado
No quiero decirte adiós, Moruena Estríngana
Pijamas para dos, Brandy Manhattan
Repitiendo errores, Fabián Vázquez
Robert Forteque-Hamilton, Claudia Velasco
Solicitud de amistad, Verónika García
Una merienda campestre, Chistina Courtenay
Una noche mágica, Isabel Keats
Un crucero inesperado, Loles López
Un regalo por Navidad, Yolanda Revuelta
Hola, me llamo Tamara Pelegero y soy una de las administradoras de este blog. A continuación voy a compartir el relato que escribí con toda mi ilusión para esta antología y espero que disfrutéis tanto como yo lo hice al escribirlo.
Es mi primer relato publicado y me encantaría que dejaras tu opinión sobre él, estoy aquí para escuchar consejos y aprender.
¡Muchas gracias!
A
lo lejos diviso la terminal, parece que al final podré irme sin ningún
problema.
Después
de unos minutos y una carrera al edifico me dirijo al mostrador de facturación.
—Buenas
tardes, tengo un vuelo a Londres y llego muy justa. —Le digo a una señora con
cara de amargada, que está entretenida con su móvil. Ni siquiera me mira.
—¿Viaja
en Bussines? Porque si no es así no
la puedo facturar —sigue sin mirarme y ya ha sentenciado.
—No
viajo en Bussines, pero voy a perder
mi vuelo, ¿sería tan amable de atenderme?
—Vaya
a la cola como todo el mundo —suelta por esa boquita que partiría de un
puñetazo. Imbécil. Seguro que lleva sin echar un polvo desde sabe Dios cuanto
tiempo. Odio a este tipo de personas. ¿Para qué trabaja de cara al público si
no tiene ni una pizca de interés en ayudar a la gente? Me dirijo a una fila interminable,
no lo voy a conseguir, seguro que lo pierdo. Mis nervios ya no aguantan más,
comienzo a hiperventilar, me falta la respiración, me abanico con la mano… un
señor muy amable se apiada de mí.
—Señorita,
¿se encuentra bien? La he visto corriendo y como la compañera la mandaba a esta
cola. He notado que está algo nerviosa y pálida.
—No
me encuentro bien, estoy algo mareada… llego tarde, por favor, ¿puede hacer algo?
—Le pongo ojos y morritos de niña buena, con una cara de esperanza que no se la
cree ni mi madre, porque estoy de una mala leche que me tengo que contener.
—Sígame,
la atendemos en aquel mostrador de entrega de equipajes. Venga, apremie que
todavía tiene que pasar el control de seguridad y es hora punta. —Le sigo a
paso ligero, el empleado de la compañía me muestra el camino. Llegamos al
mostrador y en menos de cinco minutos estoy facturada.
—Muchísimas
gracias señor, de verdad que no sabe lo agradecida que estoy —le sonrío—. Su
compañera debería aprender de usted, porque vaya pésima atención he recibido de
su parte —enfatizo con cara de pocos amigos.
—Sí,
sí, lo siento señorita, pero mire ya está arreglado y ahora vaya rápido a la
puerta de embarque. Que tenga un buen vuelo —se despide para seguir atendiendo
a los pasajeros.
Estoy
frente al control de seguridad y lo que me dijo el empleado era cierto. Hay
bastante gente. Miro mi reloj, apenas 40 minutos para que salga el avión. Busco
el acceso donde menos gente hay, al fondo diviso uno y allí me dirijo. Justo
cuando voy a pasar, me percato que es un fast
track[1]. Me hago la despistada, porque de verdad
que sino no llego. Coloco mi equipaje de mano, abrigo y bolso en las bandejas
para pasar rayos, y le entrego mi tarjeta de embarque a un morenazo de infarto.
Mira la tarjeta, me mira a mí, vuelve a mirar la tarjeta, frunce el ceño, yo me
pongo nerviosa… no me va a dejar pasar, lo intuyo. Por favor, por favor, por
favor, que surja un milagro.
—Señorita
Fernández, este acceso no le corresponde, debe ir a otro.
—Lo
siento, de verdad, pero… pero —tiemblo, se me inundan los ojos de lágrimas por
la impotencia—. Pierdo mi vuelo, tiene que ayudarme.
Mira
a su alrededor, no hay nadie más, excepto él y su compañero. Contengo la
respiración, noto indecisión en su mirada, le sonrío, me toco el pelo y saco
pecho.
—Está
bien, pero que sea la última vez —sonríe pícaro.
¡No
me lo creo! Casi le abrazo del alivio, pero me contengo, le agradezco su ayuda
y paso el arco de seguridad. Cuando voy a coger mi trolley de viaje, el de seguridad me detiene.
—Un
momento señorita, tiene que abrir el equipaje. —Me ha dejado paralizada con esa
orden.
—¿Por
qué? ¿Qué problema hay? —Le pregunto con un hilo de voz. Le observo y veo como
se dirige a la maleta. Espera a que me acerque y la abra.
—Hemos
visto algo sospechoso, si es tan amable de abrirla —me solicita con una sonrisa
traviesa—. ¡Juan ven aquí!
El
otro guardia de seguridad acude a su encuentro. Abro la maleta cautelosa,
pienso qué es lo que puede ser sospechoso, solo llevo algunos libros, una muda,
un pequeño neceser, una chaqueta de lana fina por si me entra frío en el avión;
que yo sepa no llevo nada raro. Miro la maleta y veo como el de seguridad va
sacando los libros.
—Mmm,
veamos, ¿Ardiente verano? —pregunta divertido y yo observo la portada del libro
que me regaló Reme, mi mejor amiga. Donde sale una mujer sentada con medias
hasta los muslos y unas braguitas negras, en pose sensual, insinuante. Mi cara
es un poema, más bien parece un tomate. ¡Qué mal rato!— A ver con qué más nos
sorprende —saca un libro de color rosa con un corazón que dice Cisne, un hombre
con el pecho al aire y una mujer encaramada a él en una pose muy sensual. ¡Me
muero de la vergüenza! Noto como un calor sofocante me invade y veo a los dos
hombres que no pueden parar de reír—. ¿Perfecta? No creo que necesite leer este
libro para saber que usted ya es perfecta.
—Oiga,
creo que ya vale. No es de buena educación reírse del prójimo. Además tengo un
avión que coger y voy mal de tiempo —suelto de manera brusca porque ya estoy
cansada de su guasa.
—Enseguida
terminamos, todavía nos queda un objeto alargado y grueso que podría ser un
arma potente —¡Noooooooo, me muero! Tierra trágame, que esto no sea real, por
favor… Veo como sacan la caja de mi trolley,
la observan y miran en su interior. El morenazo caja en mano se dirige a mí
muy despacio, yo tiemblo y miro a mi alrededor, sigue sin haber nadie. ¡Menos
mal!, se acerca a mi oído y dice:
—Si
tan desesperada estás te doy mi número y me llamas cuando vuelvas, seguro que
lo que yo te puedo ofrecer es mil veces mejor que este aparato con pilas, guapa
—paralizada y sin poder reaccionar veo como se aparta de mí y devuelve las
cosas a mi maleta, la cierra y escribe en un papel su número de teléfono. Me lo
entrega y se despide con un «Espero tu llamada».
—Puedes
esperar sentado si crees que te voy a llamar —le contesto y salgo lo más rápido
de allí.
En
el camino me distraigo con una pareja que está besándose como si fuera la
última vez y de repente tropiezo con algo y caigo al suelo de la terminal. Un
dolor espantoso me atraviesa, intento incorporarme pero no puedo por culpa de
mi falda estrecha. Una mano se extiende para ayudarme y la cojo agradecida. Con
el impulso acabo chocando contra su pecho, levanto la vista y veo al hombre más
apuesto que haya visto nunca. Me quedo muda de la impresión, su perfume me deja
aturdida.
—¿Está
usted bien? —Me mira preocupado y me aparta de él cerciorándose que puedo
mantenerme en pie —. Si se encuentra bien me marcho —mira su reloj y una
expresión de impaciencia se vislumbra en su rostro. Yo asiento ya que sigo
estúpidamente callada. Y veo como él se aleja no sin antes volverse y mirarme
con intensidad; con un guiño simpático se gira y continúa caminando.
Llego
a la puerta de embarque justo cuando anuncian la última llamada. Por los pelos no
he perdido el avión. Necesito sentarme y despegar ya, rumbo a una nueva vida. Estoy
muy ilusionada con mi nuevo trabajo en GB Airways, pero nerviosa por todo lo
que tengo que organizar a mi llegada. Me dirijo a mi asiento y nada más
abrocharme el cinturón la ansiedad me invade, miro a mi alrededor y veo a la
azafata coqueteando con un hombre muy atractivo que va en Bussines, pulso el botón de llamada y al minuto acude.
—¿Desea algo señorita? —Me pregunta
con cara de pocos amigos por la interrupción.
—Sí, por favor. Necesito que me
sirva un gin tonic —susurro en tono
desesperado, mientras busco en el bolso mi monedero para abonar la bebida. Al
cabo de unos minutos me entrega lo que será mi tranquilizante. Me lo bebo de
tres sorbos, menos mal que el vuelo no va lleno y a mi lado no tengo a nadie.
Intento relajarme mientras el avión pone rumbo a Londres.
Al cabo de una hora llevo tres bebidas
y estoy más contenta que unas pascuas. No suele afectarme tanto el alcohol,
pero teniendo en cuenta que no he comido y que antes de salir hacia el aeropuerto
me tomé un calmante, me siento algo mareada. Decido levantarme para ir al baño,
me pongo de pie y tengo que cogerme al respaldo del asiento para no caer. ¡Ups!
Pues sí que se me ha subido a la cabeza el alcohol, me rio de mí misma, menudo
ridículo voy a hacer. Paso a través de la cortina que separa ambas clases de la
cabina y voy caminando con torpeza hacia el baño. Justo cuando estoy cogiendo
el pomo de la puerta, ésta se abre bruscamente, hace que pierda el equilibrio y
me golpee la cabeza.
Siento unas manos cálidas en mi
rostro, mis fosas nasales se inundan de un olor salvaje e intenso, una voz
suave me habla. Abro despacio los parpados y me encuentro con unos ojos negros
que me taladran, su mirada es de preocupación. ¡Un momento! Su cara me resulta
familiar. Al ver que parpadeo varias veces, una sonrisa se visualiza en el
hombre que acaricia mis mejillas con los pulgares; la piel se me pone de
gallina y algo loco recorre mi cuerpo. Me pregunto si estoy soñando porque un
impulso irrefrenable se apodera de mí. Me fijo en sus labios que están
vocalizando algo que no logro comprender, son irresistibles. Su cuello es
musculoso y muy varonil, una corbata de un rojo intenso anuda la camisa de un
blanco inmaculado, mi mano asciende hasta ella y la agarra. Si estoy soñando no
voy a perder esta oportunidad y si no es así tengo la excusa de que estoy medio
grogui. Tiro de la prenda hasta acercar el rostro de facciones perfectas y acto
seguido le doy un beso. Es una sorpresa cuando escucho un gruñido y me devuelve
el beso con una intensidad que no esperaba. Mi corazón se para de golpe y el
aire desaparece de mis pulmones dejando una sensación de paz en mi interior.
Vuelvo a sentir los latidos, pero esta vez parecen los cascos de un caballo
galopando a toda velocidad, el pulso se me acelera y el aire vuelve a
precipitarse hacia dentro. Poco a poco ese acto tan impulsivo va tomando
conciencia y un rubor intenso cubre mi semblante. Lo empujo para apartarlo de
mí y al ver su mirada de confusión me entran unas ganas terribles de reír. No
puedo evitarlo y mis hombros comienzan a temblar, él se percata y sus labios se
elevan con gracia. Ambos acabamos a carcajadas limpias y toda la tripulación que
nos rodea sumada a los pasajeros de Bussines
comienzan a aplaudir y se contagian de nuestras risas.
—¿Se encuentra mejor? —Indaga el
hombre que me ha aturdido—. Voy a intentar incorporarla, si se marea dígamelo.
—Estoy bien, gracias —afirmo
todavía ruborizada por el beso. Tira de mí despacio y me abraza con delicadeza.
Me siento tan bien entre sus brazos. ¿De verdad que esto no es un sueño? No me
gustaría que terminase. Y con la mala suerte que tengo seguro que en cuanto
vuelva a mi asiento ya no se acuerda de mí.
—Me llamo Javier, siento este
percance. Bueno en realidad siento haberla empujado, ha sido sin querer —sonríe
mientras me lleva a un asiento de clase preferente. No parece arrepentirse del
beso. Estoy algo más calmada.
—Yo soy Aurora, ha sido un placer
recibir ese golpe —pero… ¿Qué acabo de decir? ¡Ay Dios! Estoy como una
regadera, pero visto lo visto ya todo me da igual. Él se ríe y mi corazón da un
vuelco. Tiene una sonrisa preciosa y mil mariposas aletean en mi estómago. Observo
como le pide a la azafata un vaso de agua y me percato de que en realidad él va
uniformado, lleva unos galones en la camisa, en concreto cuatro.
—Me voy a sentar un rato aquí
contigo para cerciorarme de que estás bien, dos caídas en un mismo día no es
muy normal. Parece que alguien nos quiere gastar una broma —me guiña un ojo y
no me suelta la mano mientras charlamos—. ¿Puedo saber cuánto tiempo vas a
estar en Londres?
—Espero que por mucho tiempo, voy
por trabajo, me acaban de contratar —respondo algo nerviosa e ilusionada por su
interés.
—¿En serio? —Sus ojos se iluminan y
mi pulso se acelera—. Eso está muy bien, más que bien. Verás, pensarás que soy
muy atrevido pero me gustaría volver a verte. ¿Podrías darme tu número de
teléfono para llamarte?
—Me encantaría, pero todavía no
dispongo de uno. Pensaba organizar lo del teléfono unos días después de mi
llegada a la ciudad —mis manos se retuercen, no quiero perder esta oportunidad.
—Vaya —se queda pensativo y coge un
papel publicitario de la revista de la compañía.
Mis ojos siguen sus movimientos sin
perder detalle.
—Mira este es mi número y mi e-mail —escribe en el folleto—. Espero
que me llames en cuanto tengas línea.
—Creo que no será necesario.
Presiento que nos vamos a ver a menudo —cojo la nota y la guardo en un bolsillo
de mi chaqueta.
Así es como conocí al amor de mi
vida, un día que atesoraré en el fondo de mi corazón.
Javier resultó ser un piloto de la
compañía donde yo iba a trabajar de azafata. Pasado un tiempo, conseguimos que
nos pusieran juntos en los aviones que hacían la ruta transatlántica. Era una
gozada compartir el mismo entusiasmo por algo que nos encantaba: viajar.
Al ser tramos largos, la compañía
siempre nos dejaba unos días de descanso en el destino asignado. Podíamos
visitar las capitales del mundo, mezclarnos con diferentes culturas y disfrutar
de las delicias culinarias de cada país. Cuando regresábamos al hotel dábamos
rienda suelta a nuestra pasión desenfrenada, un deseo voraz nos consumía, como
recién enamorados que éramos.
Pero lo que más me gustaba eran
esos amaneceres antes de que él despertara. No podía dejar de mirarle y
absorbía la paz que irradiaba su rostro. Entonces me acercaba para acariciar
sus labios con besos húmedos e introducía una mano juguetona bajo la sábana,
haciendo que su despertar fuera el más placentero que recordara. Al terminar
siempre me susurraba: «el viaje que cambió tu vida también lo hizo con la mía,
te amo preciosa y agradezco al destino por haberte puesto en mi camino».
[1] Un acceso rápido para los pasajeros que viajan en clase preferente o son considerados como clientes importantes para las aerolíneas.