jueves, 31 de marzo de 2016

II Antología RA, VVAA








II Antología RA, VVAA

Editorial: ScandalRA / Febrero 2016 ISBN: Papel: 0€ Páginas: 206

Género: Varios
Serie: Independiente

Edición gratuita para los asistentes del VI Encuentro RA.


Amor en la niebla, Nuria Llop

Cosas rotas, Marisa Sicilia
Coutry Love, Lorena López Míguez
Desde ese instante, Lorraine Cocó
Dorsey Square, Jane Kelder
El viaje que cambió mi vida, Tamara Pelegero
Esperanza, Ángela Drei
Este es solo el principio, princesa, Kelly Dreams
La Elegida, Luz Guillén
La tumba de los amantes desconocidos, Ditar de Luna
Love Arrows, Carla Crespo
Mover ficha, Kate Danon
Nana de canto eterno, José María Alcoholado
No quiero decirte adiós, Moruena Estríngana
Pijamas para dos, Brandy Manhattan
Repitiendo errores, Fabián Vázquez
Robert Forteque-Hamilton, Claudia Velasco
Solicitud de amistad, Verónika García
Una merienda campestre, Chistina Courtenay
Una noche mágica, Isabel Keats
Un crucero inesperado, Loles López
Un regalo por Navidad, Yolanda Revuelta



Hola, me llamo Tamara Pelegero y soy una de las administradoras de este blog. A continuación voy a compartir el relato que escribí con toda mi ilusión para esta antología y espero que disfrutéis tanto como yo lo hice al escribirlo. 
Es mi primer relato publicado y me encantaría que dejaras tu opinión sobre él, estoy aquí para escuchar consejos y aprender.

¡Muchas gracias! 






A lo lejos diviso la terminal, parece que al final podré irme sin ningún problema.
Después de unos minutos y una carrera al edifico me dirijo al mostrador de facturación.
—Buenas tardes, tengo un vuelo a Londres y llego muy justa. —­Le digo a una señora con cara de amargada, que está entretenida con su móvil. Ni siquiera me mira.
—¿Viaja en Bussines? Porque si no es así no la puedo facturar —sigue sin mirarme y ya ha sentenciado.
—No viajo en Bussines, pero voy a perder mi vuelo, ¿sería tan amable de atenderme?
—Vaya a la cola como todo el mundo —suelta por esa boquita que partiría de un puñetazo. Imbécil. Seguro que lleva sin echar un polvo desde sabe Dios cuanto tiempo. Odio a este tipo de personas. ¿Para qué trabaja de cara al público si no tiene ni una pizca de interés en ayudar a la gente? Me dirijo a una fila interminable, no lo voy a conseguir, seguro que lo pierdo. Mis nervios ya no aguantan más, comienzo a hiperventilar, me falta la respiración, me abanico con la mano… un señor muy amable se apiada de mí.
—Señorita, ¿se encuentra bien? La he visto corriendo y como la compañera la mandaba a esta cola. He notado que está algo nerviosa y pálida.
—No me encuentro bien, estoy algo mareada… llego tarde, por favor, ¿puede hacer algo? —Le pongo ojos y morritos de niña buena, con una cara de esperanza que no se la cree ni mi madre, porque estoy de una mala leche que me tengo que contener.
—Sígame, la atendemos en aquel mostrador de entrega de equipajes. Venga, apremie que todavía tiene que pasar el control de seguridad y es hora punta. —Le sigo a paso ligero, el empleado de la compañía me muestra el camino. Llegamos al mostrador y en menos de cinco minutos estoy facturada.
—Muchísimas gracias señor, de verdad que no sabe lo agradecida que estoy —le sonrío—. Su compañera debería aprender de usted, porque vaya pésima atención he recibido de su parte —enfatizo con cara de pocos amigos.
—Sí, sí, lo siento señorita, pero mire ya está arreglado y ahora vaya rápido a la puerta de embarque. Que tenga un buen vuelo —se despide para seguir atendiendo a los pasajeros.
Estoy frente al control de seguridad y lo que me dijo el empleado era cierto. Hay bastante gente. Miro mi reloj, apenas 40 minutos para que salga el avión. Busco el acceso donde menos gente hay, al fondo diviso uno y allí me dirijo. Justo cuando voy a pasar, me percato que es un fast track[1]. Me hago la despistada, porque de verdad que sino no llego. Coloco mi equipaje de mano, abrigo y bolso en las bandejas para pasar rayos, y le entrego mi tarjeta de embarque a un morenazo de infarto. Mira la tarjeta, me mira a mí, vuelve a mirar la tarjeta, frunce el ceño, yo me pongo nerviosa… no me va a dejar pasar, lo intuyo. Por favor, por favor, por favor, que surja un milagro.
—Señorita Fernández, este acceso no le corresponde, debe ir a otro.
—Lo siento, de verdad, pero… pero —tiemblo, se me inundan los ojos de lágrimas por la impotencia—. Pierdo mi vuelo, tiene que ayudarme.
Mira a su alrededor, no hay nadie más, excepto él y su compañero. Contengo la respiración, noto indecisión en su mirada, le sonrío, me toco el pelo y saco pecho.
—Está bien, pero que sea la última vez —sonríe pícaro.
¡No me lo creo! Casi le abrazo del alivio, pero me contengo, le agradezco su ayuda y paso el arco de seguridad. Cuando voy a coger mi trolley de viaje, el de seguridad me detiene.
—Un momento señorita, tiene que abrir el equipaje. —Me ha dejado paralizada con esa orden.
—¿Por qué? ¿Qué problema hay? —Le pregunto con un hilo de voz. Le observo y veo como se dirige a la maleta. Espera a que me acerque y la abra.
—Hemos visto algo sospechoso, si es tan amable de abrirla —me solicita con una sonrisa traviesa—. ¡Juan ven aquí!
El otro guardia de seguridad acude a su encuentro. Abro la maleta cautelosa, pienso qué es lo que puede ser sospechoso, solo llevo algunos libros, una muda, un pequeño neceser, una chaqueta de lana fina por si me entra frío en el avión; que yo sepa no llevo nada raro. Miro la maleta y veo como el de seguridad va sacando los libros.
—Mmm, veamos, ¿Ardiente verano? —pregunta divertido y yo observo la portada del libro que me regaló Reme, mi mejor amiga. Donde sale una mujer sentada con medias hasta los muslos y unas braguitas negras, en pose sensual, insinuante. Mi cara es un poema, más bien parece un tomate. ¡Qué mal rato!— A ver con qué más nos sorprende —saca un libro de color rosa con un corazón que dice Cisne, un hombre con el pecho al aire y una mujer encaramada a él en una pose muy sensual. ¡Me muero de la vergüenza! Noto como un calor sofocante me invade y veo a los dos hombres que no pueden parar de reír—. ¿Perfecta? No creo que necesite leer este libro para saber que usted ya es perfecta.
—Oiga, creo que ya vale. No es de buena educación reírse del prójimo. Además tengo un avión que coger y voy mal de tiempo —suelto de manera brusca porque ya estoy cansada de su guasa.
—Enseguida terminamos, todavía nos queda un objeto alargado y grueso que podría ser un arma potente —¡Noooooooo, me muero! Tierra trágame, que esto no sea real, por favor… Veo como sacan la caja de mi trolley, la observan y miran en su interior. El morenazo caja en mano se dirige a mí muy despacio, yo tiemblo y miro a mi alrededor, sigue sin haber nadie. ¡Menos mal!, se acerca a mi oído y dice:
—Si tan desesperada estás te doy mi número y me llamas cuando vuelvas, seguro que lo que yo te puedo ofrecer es mil veces mejor que este aparato con pilas, guapa —paralizada y sin poder reaccionar veo como se aparta de mí y devuelve las cosas a mi maleta, la cierra y escribe en un papel su número de teléfono. Me lo entrega y se despide con un «Espero tu llamada».
—Puedes esperar sentado si crees que te voy a llamar —le contesto y salgo lo más rápido de allí.
En el camino me distraigo con una pareja que está besándose como si fuera la última vez y de repente tropiezo con algo y caigo al suelo de la terminal. Un dolor espantoso me atraviesa, intento incorporarme pero no puedo por culpa de mi falda estrecha. Una mano se extiende para ayudarme y la cojo agradecida. Con el impulso acabo chocando contra su pecho, levanto la vista y veo al hombre más apuesto que haya visto nunca. Me quedo muda de la impresión, su perfume me deja aturdida.
—¿Está usted bien? —Me mira preocupado y me aparta de él cerciorándose que puedo mantenerme en pie —. Si se encuentra bien me marcho —mira su reloj y una expresión de impaciencia se vislumbra en su rostro. Yo asiento ya que sigo estúpidamente callada. Y veo como él se aleja no sin antes volverse y mirarme con intensidad; con un guiño simpático se gira y continúa caminando.
Llego a la puerta de embarque justo cuando anuncian la última llamada. Por los pelos no he perdido el avión. Necesito sentarme y despegar ya, rumbo a una nueva vida. Estoy muy ilusionada con mi nuevo trabajo en GB Airways, pero nerviosa por todo lo que tengo que organizar a mi llegada. Me dirijo a mi asiento y nada más abrocharme el cinturón la ansiedad me invade, miro a mi alrededor y veo a la azafata coqueteando con un hombre muy atractivo que va en Bussines, pulso el botón de llamada y al minuto acude.
—¿Desea algo señorita? —Me pregunta con cara de pocos amigos por la interrupción.
—Sí, por favor. Necesito que me sirva un gin tonic —susurro en tono desesperado, mientras busco en el bolso mi monedero para abonar la bebida. Al cabo de unos minutos me entrega lo que será mi tranquilizante. Me lo bebo de tres sorbos, menos mal que el vuelo no va lleno y a mi lado no tengo a nadie. Intento relajarme mientras el avión pone rumbo a Londres.
Al cabo de una hora llevo tres bebidas y estoy más contenta que unas pascuas. No suele afectarme tanto el alcohol, pero teniendo en cuenta que no he comido y que antes de salir hacia el aeropuerto me tomé un calmante, me siento algo mareada. Decido levantarme para ir al baño, me pongo de pie y tengo que cogerme al respaldo del asiento para no caer. ¡Ups! Pues sí que se me ha subido a la cabeza el alcohol, me rio de mí misma, menudo ridículo voy a hacer. Paso a través de la cortina que separa ambas clases de la cabina y voy caminando con torpeza hacia el baño. Justo cuando estoy cogiendo el pomo de la puerta, ésta se abre bruscamente, hace que pierda el equilibrio y me golpee la cabeza.
Siento unas manos cálidas en mi rostro, mis fosas nasales se inundan de un olor salvaje e intenso, una voz suave me habla. Abro despacio los parpados y me encuentro con unos ojos negros que me taladran, su mirada es de preocupación. ¡Un momento! Su cara me resulta familiar. Al ver que parpadeo varias veces, una sonrisa se visualiza en el hombre que acaricia mis mejillas con los pulgares; la piel se me pone de gallina y algo loco recorre mi cuerpo. Me pregunto si estoy soñando porque un impulso irrefrenable se apodera de mí. Me fijo en sus labios que están vocalizando algo que no logro comprender, son irresistibles. Su cuello es musculoso y muy varonil, una corbata de un rojo intenso anuda la camisa de un blanco inmaculado, mi mano asciende hasta ella y la agarra. Si estoy soñando no voy a perder esta oportunidad y si no es así tengo la excusa de que estoy medio grogui. Tiro de la prenda hasta acercar el rostro de facciones perfectas y acto seguido le doy un beso. Es una sorpresa cuando escucho un gruñido y me devuelve el beso con una intensidad que no esperaba. Mi corazón se para de golpe y el aire desaparece de mis pulmones dejando una sensación de paz en mi interior. Vuelvo a sentir los latidos, pero esta vez parecen los cascos de un caballo galopando a toda velocidad, el pulso se me acelera y el aire vuelve a precipitarse hacia dentro. Poco a poco ese acto tan impulsivo va tomando conciencia y un rubor intenso cubre mi semblante. Lo empujo para apartarlo de mí y al ver su mirada de confusión me entran unas ganas terribles de reír. No puedo evitarlo y mis hombros comienzan a temblar, él se percata y sus labios se elevan con gracia. Ambos acabamos a carcajadas limpias y toda la tripulación que nos rodea sumada a los pasajeros de Bussines comienzan a aplaudir y se contagian de nuestras risas.
—¿Se encuentra mejor? —Indaga el hombre que me ha aturdido—. Voy a intentar incorporarla, si se marea dígamelo.
—Estoy bien, gracias —afirmo todavía ruborizada por el beso. Tira de mí despacio y me abraza con delicadeza. Me siento tan bien entre sus brazos. ¿De verdad que esto no es un sueño? No me gustaría que terminase. Y con la mala suerte que tengo seguro que en cuanto vuelva a mi asiento ya no se acuerda de mí.
—Me llamo Javier, siento este percance. Bueno en realidad siento haberla empujado, ha sido sin querer —sonríe mientras me lleva a un asiento de clase preferente. No parece arrepentirse del beso. Estoy algo más calmada.
—Yo soy Aurora, ha sido un placer recibir ese golpe —pero… ¿Qué acabo de decir? ¡Ay Dios! Estoy como una regadera, pero visto lo visto ya todo me da igual. Él se ríe y mi corazón da un vuelco. Tiene una sonrisa preciosa y mil mariposas aletean en mi estómago. Observo como le pide a la azafata un vaso de agua y me percato de que en realidad él va uniformado, lleva unos galones en la camisa, en concreto cuatro.
—Me voy a sentar un rato aquí contigo para cerciorarme de que estás bien, dos caídas en un mismo día no es muy normal. Parece que alguien nos quiere gastar una broma —me guiña un ojo y no me suelta la mano mientras charlamos—. ¿Puedo saber cuánto tiempo vas a estar en Londres?
—Espero que por mucho tiempo, voy por trabajo, me acaban de contratar —respondo algo nerviosa e ilusionada por su interés.
—¿En serio? —Sus ojos se iluminan y mi pulso se acelera—. Eso está muy bien, más que bien. Verás, pensarás que soy muy atrevido pero me gustaría volver a verte. ¿Podrías darme tu número de teléfono para llamarte?
—Me encantaría, pero todavía no dispongo de uno. Pensaba organizar lo del teléfono unos días después de mi llegada a la ciudad —mis manos se retuercen, no quiero perder esta oportunidad.
—Vaya —se queda pensativo y coge un papel publicitario de la revista de la compañía.
Mis ojos siguen sus movimientos sin perder detalle.
—Mira este es mi número y mi e-mail —escribe en el folleto—. Espero que me llames en cuanto tengas línea.
—Creo que no será necesario. Presiento que nos vamos a ver a menudo —cojo la nota y la guardo en un bolsillo de mi chaqueta.
Así es como conocí al amor de mi vida, un día que atesoraré en el fondo de mi corazón.
Javier resultó ser un piloto de la compañía donde yo iba a trabajar de azafata. Pasado un tiempo, conseguimos que nos pusieran juntos en los aviones que hacían la ruta transatlántica. Era una gozada compartir el mismo entusiasmo por algo que nos encantaba: viajar.
Al ser tramos largos, la compañía siempre nos dejaba unos días de descanso en el destino asignado. Podíamos visitar las capitales del mundo, mezclarnos con diferentes culturas y disfrutar de las delicias culinarias de cada país. Cuando regresábamos al hotel dábamos rienda suelta a nuestra pasión desenfrenada, un deseo voraz nos consumía, como recién enamorados que éramos.
Pero lo que más me gustaba eran esos amaneceres antes de que él despertara. No podía dejar de mirarle y absorbía la paz que irradiaba su rostro. Entonces me acercaba para acariciar sus labios con besos húmedos e introducía una mano juguetona bajo la sábana, haciendo que su despertar fuera el más placentero que recordara. Al terminar siempre me susurraba: «el viaje que cambió tu vida también lo hizo con la mía, te amo preciosa y agradezco al destino por haberte puesto en mi camino».





[1] Un acceso rápido para los pasajeros que viajan en clase preferente o son considerados como clientes importantes para las aerolíneas.


1 comentario:

  1. La emoción que siento al ver este relato en la II Antología RA es indescriptible. Es mi primer relato que ve la luz y quisiera dedicárselo a mi familia por creer en mi. A mis amigos por animarme a escribir y por su interés constante. A mi marido por enseñarme el significado del amor. A José De la Rosa por enseñarme a dar forma a las historias que rondan en mi cabeza. En especial a Patricia Lauder García por sus consejos, insistencia y confianza plena en que podía hacerlo. Y por último a Merche Diolch por darme la oportunidad para que un pedacito de mi imaginación formara parte de esta Antología de relatos junto a autores conocidos. Espero de todo corazón que el viaje por este relato os divierta y emocione. Gracias, gracias y gracias.

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