A qué se dedica: Trabajo en un hotel de cinco estrellas de lujo en la costa del sol.
Estoy divorciada y tengo dos hijos gemelos de 19 años, me case muy joven y renuncié a mi sueño de ser azafata de vuelo y viajar por el mundo. Lo único bueno de ese fracaso son mis hijos. Llevo años volcada en ellos y gracias a mis padres y mi hermano no nos ha faltado de nada. Ahora que están en la universidad me doy cuenta de que mi vida ha girado alrededor de ellos olvidándome de mí. ¿Será tarde para disfrutar un poco de la vida?
Hablar de Leonardo es perderme en los rasgos de su rostro, en sus ojos azules que parecen acariciarme cuando me miran, en su esbelto cuerpo, alto, atlético y elegante. Es un hombre que podría tener a la mujer que deseara solo con chasquear los dedos… yo solo pienso en aprovechar esta aventura y disfrutar con un hombre tan ardiente e intenso, pero al mismo tiempo lleno de ternura.
Me molesta que no vea las diferencias abismales que hay entre los dos, que no entienda que solo podemos disfrutar de una aventura pasajera, una locura de verano. Me intriga ese hombre y deseo conocer más de él, pero al mismo tiempo no quiero que nuestra relación pase de buen sexo entre dos adultos.
Algo que jamás olvidaré es haber tenido sexo en un coche con 42 años. Una experiencia interesante que debo agradecer a Leonardo, aunque como bien me dijo, comprobé que no es muy cómoda.
―Buenos días, señorita ―saludó.
Sofía se paralizó al reconocer esa voz
profunda, una voz que la torturó en sueños anoche. Se giró y lo miró
directamente a los ojos, eran unos ojos amistosos, pero también misteriosos.
―Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo?
―Podría indicarme donde está el aparcamiento
del hotel, no lo sé, y me han dejado un coche de alquiler en la plaza 16 de la
segunda planta. ―Fue la primera excusa que se le ocurrió; deseaba estar a solas
con ella.
―Diríjase a los ascensores y baje a la
segunda planta, allí encontrará el coche, no tiene pérdida.
―Preferiría que usted me acompañara ―susurró
insinuante.
―Esas no son mis funciones, señor…
―Leonardo, ese es mi nombre ―interrumpió
dando un paso más hacia ella―. ¿Y el suyo es?
Sofía empezó a sentir que le faltaba el aire,
ese hombre estaba como un tren de mercancías con todos los accesorios, era tan
elegante y olía tan bien… a pecado, a eso olía.
―Sofía ―murmuró cada vez más nerviosa.
―Hermoso nombre, Sofía. ¿Me acompañará a
buscar mi coche, por favor? ―insistió.
Sentía unas ganas locas de probar esa boca y
morder ese labio inferior tal como ella lo estaba haciendo en ese momento.
No sabía que decirle, ese hombre la dejaba
sin palabras, su cuerpo vibraba por su cercanía y ella solo pensaba en besarlo
hasta que su sabor la embriagara.
―Está bien, sígame.
Natalia regresaba de tomarse un café cuando
vio como Sofía y el señor Ballesteros se dirigían juntos al ascensor. «¿De qué
habrán hablado y a dónde irán?», se preguntó intrigada.
En el ascensor el aire pareció desaparecer y
la tensión se instaló reduciendo más aún el espacio. Sus miradas se encontraron
y el calor abrasador del deseo los golpeó al mismo tiempo.
―¿Sabes qué es lo que deseo en estos
momentos?
―No.
―Besarte sin parar ―respondió acercando su
cuerpo hasta pegarlo al de ella.
Atrapada entre la pared y él, Sofía respiraba
alterada, el olor de ese hombre la estaba enloqueciendo, sus sentidos
despiertos y expectantes.
―Creo que no sería buena idea ―murmuró cerca
de esa boca que se iba acercando cada vez más a la de ella.
―Yo creo que tú lo deseas tanto como yo. ―Su
cálido aliento lamió los labios húmedos de Sofía.
―No es correcto, es una locura, por favor…
―suplicó.
―¿Por favor, qué? ―interrogó pegándose más a
ella.
Sus cuerpos estaban unidos, solo las ropas
obstaculizaban el camino a sus pieles deseosas de tocarse. Se miraron por un
tiempo indefinido, pareció detenerse el espacio y todo a su alrededor
desapareció.
―¿Por favor qué, Sofía? ―insistió, ya con sus
labios rosando los de ella que temblaban.
―Bésame ―sucumbió al deseo.
Con un brillo de triunfo en sus ojos,
Leonardo se lanzó a por esa boca y esa lengua que tanto deseaba probar.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Elizabeth Da Silva por la presentación.