domingo, 14 de diciembre de 2014

El rincón del escritor: María Jeunet nos presenta Las hojas de Julia

Ficha del libro
¿Qué nos empuja a tomar una decisión? ¿La cabeza o el corazón?
¿Puedes decidir de quién enamorarte o simplemente te puedes dejar llevar hacia lo inevitable?
¿Puede que tu destino esté ya escrito?

Julia Olsen es una chica de éxito a punto de cumplir los treinta. Se encuentra en su mejor momento, adora a su familia, tiene el trabajo de sus sueños, un precioso piso en el mejor barrio de Washington, buenas amigas... Sin embargo tras la aparente vida perfecta que Julia muestra a los demás, se esconden, en un rincón de su corazón, miedos, esperanzas y un sueño romántico que alguien alimentó con fantasías cuando todavía era una niña. Ni las responsabilidades ni el paso del tiempo le harán olvidar lo que una anciana le dijo una noche de feria cuando tenía trece años: «... Nada más veros sabréis que debéis estar juntos. Haz caso a tu corazón, Julia, él te guiará hacia ese hombre que te cambiará la vida y te completará. Solo sé que tiene una marca en la cara, algo que lo hace único».

En los últimos meses esas palabras resuenan con fuerza en la mente de Julia, le gritan tan alto y con tal convicción que no podrá evitar creer en ellas. Pero cuando su nuevo compañero de trabajo, Will McAvoy, se instale en la oficina, todo su mundo se pondrá patas arriba: porque Will, salvo unos rasgos irresistibles, no tiene ninguna marca en su cara. ¿Caerá Julia en sus brazos? O por el contrario, ¿buscará a ese hombre especial que lleva escondido en su corazón desde que era una niña?



Los personajes nos hablan de la novela:



¿Que me presente...? Está bien, pero os aseguro que soy un tío de lo más normal... 
Me llamo Will McAvoy, mi madre es italiana y mi padre estadounidense, imaginad qué mezcla... Hasta hace unas semanas trabajaba en el departamento de Arte Contemporáneo de la Universidad de Nueva York pero decidí dejarlo y empezar de cero. 
Acabo de instalarme en Washington, ciudad en la que he encontrado un nuevo trabajo gracias a mi hermano. Y... por favor, no se lo digáis a nadie, pero creo que... acabo de enamorarme de una compañera de oficina. Pensaréis que estoy loco... ¡Ni si quiera la conozco! Esto es literal, ella todavía no ha llegado al trabajo. Solo me han dicho que se llama Julia Olsen y que hoy es su cumpleaños. Todos tienen algún detalle para ella menos yo, así que estoy paseándome entre sus cosas para ver si puedo regalarle algo que no tenga. Tiene un montón de recuerdos y fotografías repartidas por su mesa de trabajo y siento que esa chica es especial, parece que la conociera de toda la vida. Repito... no penséis que estoy loco, por favor. Aunque yo mismo lo piense... 
Esto nunca me ha pasado... ¡Vaya! Tengo que dejaros... aquí llega y es preciosa.... 

***


Me llamo Julia Olsen y tengo un secreto. Seguro que es una estupidez, pero no puedo dejar de pensar en ello. Me da tanta vergüenza que nunca se lo he contado a nadie antes. ¿Queréis saberlo? Están bien, os lo contaré. Cuando tenía trece años una mujer me dijo que conocería al hombre de mi vida antes de cumplir los treinta y que él tendría una marca en su cara. Suena a locura, ¿verdad? Lo sé, lo sé... Sin embargo os puedo asegurar que de todos los chicos con los que he tenido una relación ninguno tenía una marca y con todos acabé cortando... Puede que esa mujer tuviera razón, ¿no? Supongo que a veces hay que tener fe y creer en las señales.
Hoy es mi cumpleaños. Cumplo veintinueve, ya sabéis lo que eso significa: tengo solo un año para conocer al hombre de mi vida. Lo malo es que la cosa se ha complicado esta mañana. Y mucho. ¿Queréis conocer mi problema? Mi hermana pequeña, Nora, me ha preparado una cita con un antiguo vecino que tiene una cicatriz en la barbilla, ¡perfecto! ¿no? Pues  no: porque creo que acabo de enamorarme de mi nuevo compañero de trabajo, Will McAvoy, pero me temo que él no tiene ninguna marca en su cara... ¿Qué debo hacer?

Una escena que abra el apetito:


Por fin, tras una hora y cuarenta minutos de reunión, la señora Coleman la dio por terminada, rápidamente recogió sus cosas y se despidió de nosotros. Grace se levantó y la acompañó a la recepción para entregarle los últimos documentos que debía guardar en su maletín. Will y yo estábamos recogiendo el material que había quedado sobre la mesa y nada más quedarnos solos empezó a hablar.
—Mis hermanos me mandan mensajes terribles mientras estoy trabajando, los más suaves solo me hacen reír, pero ha habido alguno con el que he tenido que salir de la sala para poder centrarme de nuevo, ¡están locos! —me dijo mientras guardaba su portátil.
—Ha sido mi amiga, Cindy —De repente recordé el mensaje que me había enviado y entendí que no podía contárselo a Will—. A veces me envía fotos o mensajes que me dejan descolocada, ¡ja, ja, ja! Es muy divertida, y yo… debería no consultar el móvil mientras trabajo.
Will me miró fijamente mientras terminaba de hablar, y se produjo un breve silencio, pero nada incómodo, era reconfortante mirarnos a los ojos.
—¡¡¡Hola chicos!!! —Era Susie, interrumpiendo esos segundos de paz—. He visto a la señora Coleman salir, y he pensado que quizá te apetecería ir a comer Will, conozco
un sitio cerca de aquí…
—Hola Susie —le cortó suavemente—. Justo de eso estábamos hablando Julia y yo, de ir a comer juntos, ¿verdad? —Me miró casi guiñando un ojo.
—Sí, exacto, iba a llevarle a Les Gateaux, hoy sirven crêpes de champiñón —acerté a decir entre la emoción doble que sentía.
Por una parte Will acababa de librarnos de Susie y por otra parte, acababa de programar una especie de cita para los dos… Sentía miles de mariposas volando desde mis pies hasta los oídos, casi podía escuchar los aleteos… «¿Qué me está pasando? Parezco una niña enamorada… pero si acabo de conocerle, ¿qué me pasa?». Mientras me pedía a mí misma más control, vi a Susie dar media vuelta y a la vez sentí que Will me cogía la mano, estaba caliente y era suave.
—¿Vamos? —Sonreía con su impecable boca—. ¿Dónde podemos comer esas crêpes?
—Claro, está en la plaza Bimlo. Tengo el coche aquí cerca, podemos ir hasta allí conduciendo, así tardaremos menos en regresar. Es que esta tarde tengo que salir un poco antes, mis padres me han organizado una fiesta en casa y no quiero llegar tarde.
Íbamos bajando las escaleras, él delante y yo detrás. Paró en seco, miró hacia mí y me dijo:
—Muy bien, pues vamos allá, aunque, tengo una idea mejor —mientras decía eso, veía en su cara la expresión de quien va a exponer una adivinanza—. Vayamos en mi moto, la tengo justo a la vuelta de la oficina, iremos más rápido, ¿qué te parece?
—Pues me parece que me da miedo Will, ¡nunca he montado en moto! Soy más de autobús, de coche o ¡como mucho de bici! Pero no de motos, ¡ja, ja, ja!
—Pues alguna vez ha de ser la primera —me estaba contestando cuando tomó mi mano y salimos fuera de la oficina.
Ya no llovía, aunque parecía que pudiera empezar en cualquier momento. Doblamos la esquina, y efectivamente había una moto, enorme a mi entender, de color crema y marrón, con cromados brillantes de plata adornando los bordes. Abrió el maletero y sacó dos cascos, los dos de color crema y del mismo tamaño. Me pregunté para quién sería el otro, mientras Will se colocaba el suyo.
—La moto es de mis hermanos, de ahí que tenga dos cascos, pero ahora la tengo yo porque ellos apenas la usaban en Nueva York.
Mientras terminó de hablar se acercó a mí, me hizo un gesto como pidiéndome permiso, yo incliné la cabeza, y me colocó suavemente el casco. Me lo ajustó bien, bajó el cristal, e hizo otro gesto como dando el visto bueno. Ágilmente subió a la moto y me ofreció su mano para que montase detrás de él. Cuando me subía pensé que habría ido mejor mi vestido largo negro y amarillo, el que llevaba era demasiado corto para una moto. Él agarró mis manos, con cada una de las suyas y me las entrelazó rodeando su cintura.
—No te sueltes, ¿vale?
—Nunca.
Will condujo por la ciudad como si fuera un pájaro volando. Se metía entre los coches para adelantar y yo sentía la adrenalina corriendo por nuestros cuerpos. Cuando aceleraba me apretaba contra él y cuando paraba aflojaba un poco para dejarle respirar. Me daba vergüenza abrazarle así, pero realmente lo necesitaba. Condujo durante unos quince minutos, y por fin llegamos a la placita en donde estaba Les Gateaux, el local francés que tanto que me gustaba.


Desde LecturAdictiva damos las gracias a María Jeunet por la presentación.

1 comentario: