Ficha del libro |
Isabel Peñarol, alegre, inteligente y con ideas propias, está decidida a conquistar al hombre del que se enamoró hace cinco años en un buque, pero tiene un problema, y es que no sabe cómo hacerlo ya que Gaspar Quintana no es más que la sombra del encantador aristócrata que conoció en la travesía.
¿Conseguirá el amor de Isabel devolverle el deseo de vivir?
Una apasionante secreto envuelto en la fragancia de un jazmín amarillo, ligado a la etérea dama que puebla los recuerdos de uno y los sueños de la otra…
Los personajes nos hablan de la novela:
1783, Campos de Peñafiel. Ribera del Duero
Querido diario;
Hoy he vuelto a ver a Gaspar Quintana. Me
vuelve loca esa pose de aristócrata español que no cree en las diferencias
entre las clases sociales. Es tan revolucionario para nuestra época. Como
siempre, me ha parecido un hombre misterioso, como si guardara un secreto que
le hiciera sufrir mucho. Lo sé por sus ojos ónix y ese cabello negro rizado que
dibuja sortilegios en su nuca cuando cae. Está bloqueado, lo sé. Hay momentos
en los que parece no ser capaz ni de respirar, por eso vuelca su rabia hacia
todos los que le rodeamos. Pienso que algo debió sucederle, algo oscuro y
doloroso que le ha hecho negarse a sí mismo el derecho a volver a amar. Porque
yo, le amo y me gustaría poder gritárselo al viento que acaricia con su magia
mis viñedos. ¿Podré callarlo por más tiempo?
Mañana volveré a escribirte, querido diario.
Quizás entonces, Gaspar, ya haya saboreado de mi boca los suaves matices de los
vinos Peñarol…
Al otro lado de la comarca, Gaspar Quintana habla en voz alta junto al misterioso retrato de una bella dama que parece brillar en la oscuridad…
—No quiero amarla, pero lo hago, a escondidas. Nadie debe saberlo, ni siquiera yo mismo. No puedo, no debo… me duele hacerlo. Pero, es tan fuerte, luchadora, una mujer diferente a las de esta época convulsa. Es divertida y hermosa. Tanto que me excita ver a través de sus ojos malvas. Y esa boca… No sé si podré volver a verla y no besarla. Debe saber a vino y miel, a dulce de membrillo y queso. Hay instantes en los que pienso que solo ella, sería capaz de hacer que olvidara. No sé. No sé qué siento y a la vez sé que la deseo, que acariciaría su melena larga, enredaría mis dedos en sus cabellos negros y solo, por un pequeño segundo…me dejaría llevar.
Una escena que abra el apetito:
Isabel adoraba la vida
entre uvas. Se había criado allí, rodeada de naturaleza, libre, feliz entre las
cientos de vides que construían uno a uno los caminos de sus recuerdos. Mucho
más relajada tras las diferentes actividades de la mañana, entró en la casa,
dispuesta a darse un buen baño para quitarse el polvo del camino. Ese día se
había vestido con uno de sus trajes de montar preferidos; ajustado en la
cintura, era de color borgoña, como el vino cereza, y con ribetes negros. En la
cabeza, ocultando su hermoso cabello, un sombrerete plumado.
Enfrascada con las
nuevas etiquetas de las botellas y cegada por el sol del mediodía, no se dio
cuenta de que en la entrada, junto al gran portón, una figura alta y poderosa
la aguardaba. El choque fue inevitable, y el olor a verbena, limón y almizcle
la transportó al instante a otros momentos vividos. Momentos no tan lejanos en
los que unos labios apasionados y calientes apresaban los suyos.
—¡Señor Quintana! ¡Me
ha asustado!—gritó dando un salto hacia atrás, acción que le hizo perder el
equilibrio.
—No era mi intención
—se excusó él, agarrándola del brazo para evitar que cayera y se lastimara. El
gesto, algo brusco, la deslizó hasta sus brazos, acercándola demasiado a su
pecho firme.
—¿Qué hace aquí?
—susurró junto a su cuello, aún no recuperada del sobresalto—. Si no recuerdo
mal, mi padre le pidió que no volviera a estas tierras.
Gaspar la sujetó un
poco más. Isabel olía a ese maldito perfume de azahar.
—Así es, y no estaba dentro
de mis planes desobedecer sus órdenes, pero… —No pudo continuar. Alzó una mano
y acarició con ella su suave pelo. Ella respiró hondo. Estaba demasiado cerca
del pulso de Gaspar y podía notar perfectamente cómo este palpitaba deprisa. Se
le erizó la piel, pero no de miedo sino de un sutil ramalazo de deseo.
Él no sabía cómo
reaccionar, con los dedos enredados entre los rizos de ella mientras sentía de
nuevo esa punzada de ardor en todo el cuerpo. Isabel tampoco estaba colaborando
demasiado. Seguía sin moverse, respirando junto a su garganta, haciéndole
percibir nota a nota el embriagador perfume que la envolvía.
Fue ella la que desató
su fuego. Abrió los labios y le besó en el cuello con timidez. A él le pareció
lo más erótico de su vida. A ella, una auténtica locura.
Gaspar reaccionó al
instante, estrechándola con fuerza entre sus brazos. La alzó y, con dos
zancadas, se dirigió a la escalinata de madera.
—Dime dónde, Isabel,
dime dónde ir.
Ella jadeó agarrada a
su torso, besando con ahínco la piel que rodeaba su nuca mientras susurraba con
la voz entrecortada:
—Primera planta, la
puerta de la derecha.
El cuarto escalón
crujió, como de costumbre, pero a ninguno de los dos le importó. Gaspar abrió
la puerta con el pie y dejó que Isabel resbalara hasta el suelo de madera sin
separarla de él.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Yolanda Quiralte por la presentación.
Muchas gracias a vosotras por el apoyo tan importante que nos brindáis a las autoras. Un besito, bonitas.
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