domingo, 14 de septiembre de 2014

El rincón del escritor: Ana Iturgaiz nos presenta Arriésgate por mí

Ficha del libro

No hay nada que Irene desee más que dirigir su propio hotel. ¡Y su oportunidad ha llegado por fin!... aunque el hotel no es suyo sino de Mercedes, una antigua hippie bastante excéntrica que está encantada con su llegada.

La Casona de la Paca es un coqueto hotel, instalado en una casa de indianos del siglo XIX, cuyos jardines serían la delicia de cualquier pareja de enamorados. ¿Qué más puede pedir Irene?

Sin embargo, las cosas se tuercen desde el principio. Para empezar, la dueña desaparece cada vez que Irene la necesita, una de las trabajadoras tiene un grave problema que no duda en echar sobre los hombros de la recién llegada, la cocinera se despide, los huéspedes se quejan a todas horas…


Y lo peor de todo, tener a Iago dando vueltas por allí y criticándola a todas horas cuando ella no ha hecho nada para merecerlo, porque lo que sucedido entre ambos el día mismo en que Irene se presentó en el hotel fue solo un accidente. Aunque él no parece pensar lo mismo…



Los personajes nos hablan de la novela:






 ***























Una escena que abra el apetito:

Según se acercaba a su destino, Irene se puso cada vez más nerviosa.
Había salido de Bilbao antes de las tres de la tarde, después de pasarse toda la mañana limpiando el frigorífico y haciendo y deshaciendo la maleta. ¿Cómo decidir qué ropa meter cuando no sabía si se marchaba por dos días, dos meses o dos años? En los momentos más optimistas, se decía que pasaría en Asturias todo el verano; en los pesimistas, que no aguantaría hasta junio, la echarían antes y tendría que regresar a Bilbao con la cabeza gacha.
Le aterraba la idea del fracaso.
A la altura de Villaviciosa miró por el retrovisor. Entre las nubes, vio los últimos trazos de cielo azul. Por delante de ella se extendía una enorme nube gris oscura, casi negra.
Media hora más tarde, dejó atrás Gijón, y Avilés veinte minutos después. Menos de treinta kilómetros y llegaría. Fueron los veintisiete kilómetros más rápidos del mundo, a pesar de que no pasó de noventa. Al parecer su pie tenía el mismo miedo que ella de llegar y no apretaba el acelerador.
Rebasó el cartel de Cudillero y las gotas comenzaron a caer. Nada de esa ligera lluvia a la que estaba acostumbrada, no. Aquello era una tormenta en toda regla.
Los limpias barrían el parabrisas todo lo deprisa que podían, aunque no lo suficiente para desalojar el aguacero que inundaba el cristal.
Agarró el volante del Clío con fuerza y clavó los ojos en el asfalto.
La primera curva no dio paso a las casas tal y como esperaba. La segunda, tampoco. ¿Había o no había pueblo? A lo lejos, al final de la recta, por detrás de la cortina de agua, le pareció distinguir los primeros tejados. «Menos mal», suspiró. Ahora solo tenía que llegar, esperar a que escampara y…
Un charco enorme en medio de la carretera y los neumáticos patinaron. En una milésima de segundo se llamó insensata por no haberlos cambiado la última vez que llevó el coche al taller. También se acordó de su antiguo jefe y del día en que había rechazado su subida de sueldo. Él era el único responsable de que fuera a matarse en aquel pueblo sin haberlo visto siquiera.
Pisó el freno hasta el fondo a pesar de saber que no debía hacerlo. El coche continuó recto, el problema era que ir recto no significaba seguir por el carril correcto.
Fue consciente de un bulto oscuro justo delante de ella y dio un volantazo que la llevó de vuelta a su carril. El sonido de un golpe le indicó que, fuera lo que fuese lo que había visto, no lo había esquivado, aunque el impacto no había sido muy fuerte. «Al menos, no del todo.» Redujo la marcha e intentó no pisar el freno; metió la tercera, segunda… Las ruedas volvieron a obedecerla. Se arrimó al estrecho arcén, puso las luces de avería y paró.
Abrió la puerta. El agua entró en el coche. En un momento, el interior de la puerta se había calado y el costado de sus pantalones vaqueros, también.
Salió corriendo con las llaves en la mano después de dar un portazo.
Un poco atrás de donde se había detenido, un ciclista, vestido de negro y con chichonera, levantaba una bicicleta del suelo. El hombre parecía estar bien.
—¿Le ha sucedido algo?
Él se dio la vuelta. Tenía los ojos azules y toda la furia del mundo acumulada en ellos.
—¡¿A usted qué le parece?!
A Irene le amedrentó la ira con la que le contestaba. ¿Que qué le parecía? Que no. La bicicleta estaba intacta y él también. Empapado, pero entero.
—¿Puedo ayudarle?
—¿Tiene algo con lo que enderezar una rueda torcida? —le espetó él de malos modos.
Irene miró hacia donde señalaba. La rueda trasera no tenía mala pinta, tenía el mismo aspecto que una nueva.
—Ni un solo destornillador —confesó. No tenía ni idea de cómo cambiar una rueda, ni siquiera una bombilla, y le parecía absurdo llevar herramientas en el coche. Cuando le pasaba algo, llamaba al taller—. ¿Cree que hace falta avisar a la compañía de seguros? —Él, por toda contestación, se inclinó sobre la bicicleta y se puso a hurgar en el juego de piñones, platos o como se llamaran todos aquellos engranajes—. ¿Doy parte entonces? —repitió ella que se estaba poniendo de mal humor. El comportamiento obtuso de aquel hombre la obligaba a seguir debajo de la lluvia. Estaba completamente calada.
—Guárdese el seguro para cuando se lleve a un peatón por delante en el pueblo —gruñó él.
Irene se quedó muda y él aprovechó para subirse a la bicicleta y alejarse.
—¡Chalada! —le pareció oír.
—¡Imbécil! —le insultó ella.
Antes de correr hacia el coche, pudo ver que él giraba la cabeza y la miraba. Tuvo la certeza de que la había oído.
Cuando arrancaba el coche de nuevo y entraba en el pueblo de Cudillero, solo podía pensar en que su nueva vida no podía haber empezado de peor manera.

Desde LecturAdictiva damos las gracias a Ana Iturgaiz por la presentación.










2 comentarios:

  1. me ha encantado la presentacion, es original y muy divertida, gracias porque estoy deseando leerlo despues del aperitivo presentado, me ha gustado mucho

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  2. Una presentación estupenda y un libro muy apetecible, como todos los de Ana.

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