domingo, 4 de febrero de 2018

El rincón del escritor: Laura Maqueda nos presenta En camas separadas

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana…

En realidad no hace tanto tiempo y además Héctor y Mia comparten el mismo planeta que el resto de nosotros, los mortales, pero su historia es tan especial que merece la pena ser contada. ¿Alguna vez os habéis enamorado de vuestro mejor amigo? ¿Creéis que la amistad entre un hombre y una mujer es posible? A veces los flechazos existen y en el caso de Mia y Héctor, ellos necesitaron más. ¿Preparados para descubrir su historia?

Sinopsis:

Primera regla de la amistad: no enamorarte jamás de tu mejor amigo.

Héctor y Mia han sido amigos desde mucho antes de lo que les alcanza la memoria. Acostumbrados a pasar juntos todo su tiempo libre, han compartido bromas, primeras veces, desengaños… Y han sido precisamente sus rarezas las que los han mantenido como un frente unido.

Sin embargo, la vida los obliga a tomar caminos separados, y ahora Mia, en Madrid, y Héctor, en Japón, deberán aprender a vivir el uno sin el otro sabiendo que es probable que no vuelvan a verse.

Pasan los años y Mia, con la sensación de que le falta la mitad de sí misma, se centra en su trabajo mientras fantasea con su guapísimo jefe, convencida de que ella podría ser la mujer de su vida. Pero lo último que Mia se imagina que ocurra es que su mejor amigo regrese.

A su vuelta del extranjero, Héctor hará que su mejor amiga se plantee qué es lo que realmente espera de la vida. Además pondrá su rutina patas arriba al irse a convivir con Mia al pequeño apartamento de esta, lo que no será cosa fácil, porque… los amigos duermen en camas separadas…, ¿verdad?

Ficha del libro



Los personajes nos hablan de la novela:

Bueno, pues supongo que ha llegado el momento de presentarse, así que… ¡Allá vamos! Mi nombre es Mia, me acerco peligrosamente a la treintena y mi vida se convirtió en una sucesión de desastres desde que mi mejor amigo se marchó a Japón. En cambio yo me quedé aquí, en Madrid, trabajando en una pequeña editorial que pronto fue absorbida por un pez gordo. Podría contaros que mi vida es maravillosa, que vivo colada por mi guapísimo jefe y que sueño con que nuestra relación se convierta en algo más que simple trabajo, pero mentiría si os dijera que me siento completa. Echo muchísimo de menos a mi amigo Héctor, su sonrisa, sus consejos, sus ojos azules que siempre me han cautivado, su forma de ver el mundo, cómo siempre lleva el pelo despeinado, lo friki que es… ¡Si hasta llevo el pelo rojo por él! Héctor ha sido siempre la única constante en mi vida y, bueno… La verdad es que me colgué de él cuando era una adolescente. ¡No se lo digáis, por favor! Él no debe enterarse nunca. 
Ojalá vuelva pronto. Cada vez que miro mi muñeca y veo el tatuaje, el mismo que él también tiene y que nos hicimos cuando teníamos 17 años, me acuerdo de lo importante que es Héctor para mí. Me acuerdo de cómo me miraba, de cómo me abrazaba cuando dormíamos juntos… Ojalá vuelva pronto, chicas. Lo echo tanto de menos… ¿Creéis que debería llamarlo? Héctor es un chico muy especial para mí y últimamente no hago más que pensar en él. ¿Pensáis que es un error?



***


¡Hola a todas! Me llamo Héctor, y bueno… La verdad es que soy un poco tímido, así que no sabéis cuánto agradezco que esta entrevista sea escrita. ¡No me malinterpretéis, lectoras! La verdad es que me muero de ganas de conoceros y en cuanto me suelte un poco, estoy seguro de que acabaré rendido ante vuestros pies. 
¿Queréis saber un poco más sobre mí? La verdad es que acabo de aterrizar en Madrid después de haberme pasado los últimos cinco años viviendo en Tokio. ¿Que qué hacía allí? Cagarla mucho, sobre todo. La verdad es que mi aventura japonesa no resultó ser lo que yo esperaba. Pero bueno, así están las cosas. He vuelto a casa, estoy cargado de maletas y me muero de ganas de ver a Mia. Ella es la mujer de mi vida, y lo digo completamente en serio. La conozco desde que los dos no éramos más que un par de cigotos, ha estado presente en cada momento importante de mi vida y ahora vuelvo a ella. No sabéis cuánto la he echado de menos. Necesito sus sermones, su mirada cálida y almendrada, su sonrisa sincera, sus abrazos… ¡Hasta los mordiscos que me da en las orejas cada vez que suelto un taco!
Hace unos años, cuando nos despedíamos en el aeropuerto, supe que algún día Mia y yo acabaríamos juntos. Tal vez ese momento haya llegado. ¡La verdad es que estoy acojonado! Pero no me imagino pasando la vida sin ella. ¿Creéis que tengo posibilidades? Me asusta muchísimo cagarla con ella, pero no puedo perderla. Si le pongo mi cara de niño bueno, ¿aceptará salir conmigo? Uff, ahora os necesito más que nunca, chicas. ¿Me acompañáis?



Una escena que abra el apetito:

Héctor apenas había cambiado desde la última vez que se vieron. Aunque ahora el color de su pelo se había oscurecido varios tonos, seguía manteniendo el aspecto de un chico rubio y blanquito, y pedía a gritos que se peinara. Y… ¿eran imaginaciones suyas o estaba algo más alto? A pesar de estar medio recostado, se le veía enorme allí en su sofá. Vestía unos vaqueros oscuros y desgastados con un roto en la rodilla y una camiseta blanca sobre la que se había colocado una camisa a cuadros, abierta en el pecho. Mia se fijó en las pulseras —algunas de cuero— y anillos que adornaban sus muñecas y dedos.
Cada vez que Héctor la miraba, Mia sentía un remolino de emociones, todas ellas contradictorias: por un lado reconocía en él aquella mirada inocente tan suya, esa que lo hacía parecer tan real, tan humano, esa que a ella le había robado el aliento más de una vez. Sin embargo por otro lado… Bueno, Héctor era un hombre, bastaba con mirarlo. Daba la impresión de que sabía exactamente de dónde venía, qué había hecho y qué quería hacer con su vida. Mia lo conocía bien, y sabía que todo aquello era cierto, solo que necesitaba una mejor suerte. […]
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte?
Tras dejar el plato sobre la minúscula mesita repleta de papeles, Héctor volvió a acomodarse, girándose para quedar de frente a ella. Mia había recogido sus piernas en el sofá y movía los dedos de los pies de manera distraída. Él se fijó en sus uñas, pintadas del mismo color que su pelo, y al levantar la vista, el corazón de Héctor se detuvo al reparar en el brillo de esperanza que encontró en su mirada.
—No voy a marcharme otra vez —la tranquilizó—. He decidido que es hora de volver a casa e intentarlo por mis propios medios.
—¿Lo dices en serio? —Héctor solo tuvo tiempo de asentir antes de que Mia volviera a echársele encima—. No sabes cómo te lo agradezco. Mi vida ha sido un desastre sin ti.
Héctor rompió a reír a carcajadas mientras ella seguía con la cabeza pegada a su pecho. Entre ellos todo había sido siempre fácil, fluido, y eso no podía cambiarlo ni siquiera el tiempo que habían pasado separados.
—Tú eres un desastre sin mí —corrigió él—. Creo que es hora de que formalicemos lo nuestro.
Mia apoyó una mano en su pecho para incorporarse y se sorprendió de la dureza de sus abdominales. ¿No se suponía que Héctor era un chico flacucho? ¡Las sorpresas que se llevaba una!
—¿Te refieres a casarnos y todo eso?
Héctor se encogió de hombros.
—¿Por qué no?
—Vale, pero solo si es una boda como la de «Los Simpson» cuando el dependiente de la tienda de cómics casi se casa con la señorita Carapapel por el rito Klingon.
—¿Y adónde iríamos de luna de miel?
—¡A Nueva Zelanda! —exclamó Mia—. A visitar Hobbiton.
Las carcajadas de Héctor resonaron por todo el apartamento.
—¡Eres una friki!
—Dijo el que viene directo de Japón.
Él le sonrió. Un mechón rojo caía sobre los ojos de Mia, y Héctor no dudó en apartárselo para recogerlo tras su oreja. Se apostaba todo su equipaje a que la había hecho temblar cuando bajó la mano y sus dedos rozaron la piel sensible junto al cuello.
Sintiéndose repentinamente incómoda —era la primera vez que le ocurría algo parecido en compañía de Héctor—, Mia interpuso cierta distancia entre ellos, y cuando volvió a estar sentada, hizo todo lo posible por cubrirse las piernas con el bajo de la camiseta.
—¿Qué te ha hecho volver? —preguntó, más por cambiar de tema que por otra cosa, aunque realmente le interesaba saber su respuesta.
Héctor suspiró. De hecho, lo hizo un par de veces, como si estuviera pensándose qué decir.
—No era lo que yo esperaba —terminó confesándole—. He aprendido mucho, he mejorado mi técnica y ahora dibujo como nadie. —Mia lo miró con una ceja alzada; él, al ver su gesto, no pudo evitar sonreír—. Por lo menos en España. Pero el mercado en Japón es muy competitivo y… ¿quién quiere un dibujante de manga cuando allí ellos son los mejores?
—¿Y quieres intentarlo aquí? Porque yo podría ayudarte. A lo mejor en mi editorial les interesa…
—Paso a paso —la interrumpió Héctor—. Esta vez no quiero precipitarme.
Mia asintió varias veces con la cabeza. Al mirar hacia su regazo, se fijó en que una de las manos de Héctor descansaba sobre su pierna y que sus dedos trazaban lánguidos círculos en su rodilla desnuda. La piel se le puso de gallina; si Héctor lo notó o no, Mia no lo supo, pues él no dijo nada y tampoco detuvo su caricia. […]
—Ahora estoy aquí contigo —le aseguró, con voz ronca—. Y si no hay ningún novio que se sienta amenazado por mi presencia, me encantaría quedarme en tu piso. Si no te importa, claro.
Mia puso los ojos en blanco al mismo tiempo que resoplaba. Una gotita de saliva fue a parar directamente a la mancha de kétchup con la que se había pringado antes la camiseta.
—Teniendo en cuenta que hace menos de dos minutos hablábamos de casarnos por el rito Klingon y que vas a invadir mi sofá, es un poco raro que me hagas esa pregunta. —Héctor bajó la mirada; se le formaron arruguitas alrededor de los ojos cuando sonrió—. Mi vida amorosa sigue siendo tan patética como el día que te fuiste —confesó al final.
—Es coña, ¿no? Un pibón como tú… —Y para dar más énfasis a sus palabras, Héctor silbó mientras su mirada azul la recorría desde la cabeza al último dedo del pie—. Me extraña que no haya nadie en tu vida.
Tomándoselo como una broma, Mia le golpeó en el brazo sin fuerza y volvió a sorprenderse de la dureza de los músculos de Héctor.
—Muy gracioso, sí, señor. Pues no hay nadie —le aseguró—. Ya lo siento por ti, en serio. Estás condenado a soportarme el resto de tu vida.
Él le sonrió.
—Llevaré mi castigo con la cabeza bien alta, te lo aseguro.

[…] Era curioso pensar que a pesar de llevar años separados, intercambiando solamente un par de correos electrónicos al mes, estuvieran ahora tumbados juntos en el sofá, compartiendo confidencias como si nada hubiera sucedido, como si el tiempo no hubiera pasado por ellos ni por su amistad.
—¿Va en serio eso de quedarte en mi casa? —preguntó Mia—. ¿Qué pasa con tu abuela?
Héctor le explicó que ahora que Eli acababa de jubilarse había decidido disfrutar de la vida y viajar tanto como pudiera, que pensaba aprovechar cada ocasión que se le presentara para recorrer mundo. Se había marchado a Florida, nada menos, acompañando a una buena amiga, y no se esperaba su regreso hasta dentro de unos meses, según le había dicho. A Héctor no le sorprendería si su abuela acababa instalándose en la costa este de Estados Unidos.
—Así que ahora que he vuelto a España ni siquiera puedo entrar en mi casa —acabó por explicar—. Eres mi única salvación para no dormir en la calle.
—Pues yo tengo un juego de llaves. Ya sabes cómo es Eli de previsora. Si quieres te lo doy y…
—Voy a hacer como si no hubiera oído esa última frase. Sigo siendo un pobre repatriado que va a quedarse una temporada en casa de su amiga. ¿Te mola mi historia?
—Eres un aprovechado. Pero de acuerdo, te acepto como okupa. Con una condición.
Cuando Mia se levantó, Héctor pensó que le pediría que se pusiera de rodillas y comenzara a suplicarle. Y él estaba dispuesto a hacerlo.
—La que sea.
Ella sonrió, coqueta, y cuando se apartó el pelo hacia atrás, Héctor creyó que se le paraba el corazón.
—Necesito tu móvil. El despertador que me regalaste se ha muerto y no puedo llegar tarde al trabajo.
Como si se tratara de un caballero del medievo, Héctor acabó por hincar una rodilla en el suelo mientras agachaba la cabeza y le tendía el teléfono como ofrenda.
—Como desees.
—Más quisieras, Westley —bromeó ella, haciendo referencia a la frase que pronunciaba el protagonista masculino de La princesa prometida—. Una cosa más.
Héctor levantó la cabeza y la miró, divertido.
—Tú dirás.
—¡Te toca dormir en el sofá!




Desde LecturAdictiva damos las gracias Laura Maqueda a por la presentación.

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