Dispuesta a gobernar su vida, Blanca escogerá el camino menos apropiado para una dama pero, con el cual, logrará calmar su desmedida ansia de aventuras y libertad.
Justin MacKane es un escocés que gobierna con mano firme una goleta pirata. Oculta un pasado que le obliga a recorrer las aguas del Caribe con su “Patente de corso” y un único objetivo en mente. No obstante, la irrupción en su vida de una española intrépida, de fascinantes cabellos negros y ojos como la hierba, hará tambalear su tranquila existencia hasta el punto de que la sangre vibrante de la castellana, convertirá su realidad en un verdadero infierno, de placer y contradicciones, al que será incapaz de resistirse.
Ficha del libro
Los personajes nos hablan de la novela:
Ha intentado deshacerse de mí pero creo que mis ruegos serán escuchados y me dejará permanecer a su vera, eludiendo un matrimonio que me horroriza mucho más que perder mi fama o mi honor, que por otro lado, igual me da, si puedo conocer de primera mano las maravillas que oculta el mundo.
***
Mi nombre es Justin Mackane, soy escocés, y vive el cielo que también hombre de honor pese a dedicarme al pillaje bajo bandera de corso. Mis motivos tengo, y en su momento los sabréis, pero me encuentro en el dilema de qué hacer con la increíble criatura que los hados me han presentado en forma de chicuelo disfrazado primero y de espectacular ninfa después. Tiene un cuerpo de pecado y una mente despierta que me obliga a ir más rápido que ella si no quiero volverme loco con sus preguntas y sus intrigas. Se le ha metido en la cabeza que debo llevarla conmigo para librarla de un futuro esposo que no quiere conocer , sin percatarse de que ponerla bajo mi protección la deja desprotegida de valor frente al mundo. Y aún así se empeña y me enloquece. Vamos camino de mi isla para pasar la época de lluvias y descansar de esta vida de peligros en la que estoy metido hasta las cejas. ¿Qué pasará cuando sepa que tengo una amante negra? ¿Se acostumbrará a una existencia entre granujas una dama como ella? ¿Podré librarme de su acoso o me rendiré a sus encantos y le mostraré como disfrutar de las cosas bellas de la vida, que es lo que mi instinto me grita aunque mi honor me reprima? ¡Loco! Sé que me volverá loco...Y lo malo es que disfrutaré con ello.
Una escena para abrir el apetito:
—¡Una señal de educación en vuestro vocabulario! No lo esperaba.
La ira centelleó de nuevo en las pupilas verdes y la vio apretar los puños, seguramente para no darle una bofetada, lo cual le puso de mejor humor.
—¿Esperabais acaso gratitud? —Espetó ella recuperando su animosidad— ¿Después de haber abordado el barco y robado mis joyas? ¡No sois más que un patán!
Justin mantuvo la calma, rondando a su alrededor como si la estuviera estudiando.
—Soy un corsario, ya os lo dije.
La joven, consciente de su cercanía, frunció los labios e irguió el torso. Justin se preguntó si usaría esas artimañas para disfrazar su inexperiencia o por disimular su miedo; porque vista desde cerca se percibía su fragilidad. No dejaba de ser una chiquilla sin más edad que la que le diera en cubierta bajo su apariencia de chico.
Con todo, le molestaron sus palabras.
—Seáis quien seáis no me importa. ¿Podríamos empezar la cena?
El bufido que le salió de lo más hondo, sacándolo de sus casillas, debió escucharse en lo alto del palo mayor, pero ella se limitó a entrecerrar los ojos, escondiendo su desconcierto.
—¡No mientras mantengáis ese disfraz! —rugió Mackane— Regresad a vuestro camarote y poneos otra cosa. No quiero que se me atragante la comida.
Ella se envaró, tan enfadada que podían saltar chispas de sus ojos.
—¡Ya os dije que estoy de luto!
Él sintió tentaciones de reír, asombrado por su terquedad. Era eso o ponerla en sus rodillas y propinarle una azotaina que no olvidara en la vida; pero ambas cosas las dejó pasar. En su lugar, adoptó una pose calmada y un tono seco.
—No parecía que eso os importara en cubierta, con el traje de chico. Prefiero que vistáis calzas a veros así.
Apenas había terminado de hablar cuando cerró la boca de golpe, atónito a más no poder por la furia ciega que se adueñó de su prisionera.
Ella, como impelida por un demonio, se quitó de un tirón la gorguera, se arrancó los botones del corpiño y diseminó de horquillas la madera del suelo, deshaciendo su gloriosa melena y quedándose tan solo con una camisola de seda y unos anticuados calzones blancos que apenas dejaban nada a su imaginación, logrando que la visión de semejante cuerpo le hiciera pensar en una valquiria guerrera rebosante de fuerza y belleza.
Por fortuna, la desafiante lengua que la acompañaba atinó a hacerle recobrar la cordura, ayudándole a controlar el deseo que le tensó la ingle y puso mariposas en su estómago, ya que la bravata le hizo comprender que a quien tenía delante era una simple chiquilla enrabietada.
—¿Mejor así? ¿Os parece que cenemos ya? —rugió ella.
Justin soltó una carcajada seca que solo contribuyó a enfurecerla más.
—¿No era esto lo que buscabais?
Con parsimonia se quitó la elegante chaqueta que llevaba sobre su impoluta camisa blanca y cubrió con un ademán rápido su cuerpo semidesnudo, reprimiendo las ganas de seguir contemplando el esplendor de semejantes curvas.
—Doy fe de que mi pretensión era cenar con vos, no que me acompañarais en un revolcón en mi cama —Su voz y su mirada burlona dejaba a las claras lo divertido que se sentía— Aunque admito que visto lo visto, ahora me apetece más lo segundo que lo primero.
Suspiró cómicamente, alegre por el pasmo de ella.
—¿Es que no hay en vos una pizca de caballero inglés?
Se había desasido de sus manos y ajustaba la pieza a sus formas, al parecer escandalizada por cómo él se lo tomaba todo a broma.
Incapaz de domar su espíritu burlón, Justin contraatacó con sorna.
—No me ofendáis, señora. Soy escocés y si habéis oído hablar de nosotros, sabréis que tenemos poco de caballeros.
Ella bufó con escasa finura aunque después de lo demostrado poco importaban sus modales.
—Aunque no lo sabía, no me sorprende. ¡Basta con veros !
Justin, cansado de la pantomima y recordando que la cena debía ya estar medio fría en las cocinas decidió mostrarse práctico y dejarse de palabrería. La cogió en brazos sin molestarse en esquivar las patadas y puños, la llevó hasta la puerta de su camarote donde la posó sobre el suelo, dejándole la chaqueta.
—Sigo esperándoos para cenar, señora. No agotéis mi paciencia.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Mercedes Gallego por la presentación.
Lo quiero!!!!
ResponderEliminarEste libro me llamaba mucha la atención, y ahora después de haber leído otro libro suyo, tengo claro que acabará cayendo.
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