Roselyn Townsend está decidida a recomponer su orgullo herido y su maltrecho corazón, devolviendo meses de humillación al vizconde de Deerhurst. Este la había seducido el año anterior llenando de ilusiones e hiriéndola con su pretensión de convertirla en su amante. Roselyn, una joven risueña e impulsiva, recupera su carácter vivaz gracias a la ayuda de las amigas de su hermana. Unas mujeres expertas en el desamor llamadas Damas de Fuego. Sus mentoras la acompañarán en las veladas que se celebrarán en los distinguidos salones londinenses, pendientes de que su joven pupila no sólo repare su reputación sino que encuentre por fin el amor.
El señor FitzRoy, amigo de lord Deerhurst, suele ser invitado a los bailes organizados por sus clientes; en su mayoría aristócratas que contraen deudas con la casa de valores que gestiona su familia: los Rothschild. Huérfano de padre y madre, tiene bajo su cargo a su hermana menor. Por ella es capaz de complacer el capricho de su prima Hannah y participar de la vida social a pesar de sus orígenes hebreos y el rechazo de la sociedad hacia sus creencias. Su acuerdo con Roselyn Townsend se convertirá en una apuesta arriesgada cuando el amor y la atracción que surge entre ellos no entiendan ni de creencias, ni de dinero. Arthur FitzRoy no querrá repetir los mismos actos de su madre, mientras que Roselyn, impulsiva y enamorada, estará dispuesta a zarandear su mundo para arrastrarlo a una vida plena, llena de emociones.
Ficha del libro
Los personajes nos hablan de la novela:
Arthur FitzRoy
Soy nieto de Nathan
Mayer Rothschild. Un hebreo que se trasladó a Inglaterra a principios de siglo
para extender la riqueza familiar. Pasada la mitad de siglo (XIX) los
Rothschild presumimos de conservar una gran fortuna y poseer influencia en las
altas esferas del reino. Me incluyo en esta familia a pesar de llevar otro
apellido. Soy judío, vivo en Londres y cargo con el peso de la humillación que
trajo mi madre a la familia, al enamorarse de mi padre: un católico. Mi
implicación en la casa de valores de los Rothschild va en aumento a medida que
mis tíos van aceptándonos de nuevo a mi hermana, Blanche, y a mí. Tras la
muerte de mis padres mi único objetivo es que ella logre la felicidad bajo la
aceptación de la familia materna.
Lidio a diario con el
rechazo de los lores aunque estos no hacen otra cosa que contraer deudas con
nuestro banco. Uno de nuestros clientes más importantes, sin contar a la corona
británica, son los condes de Coventry. Su hijo, lord Deerhurst, parece querer
tenerme cerca. Sé que su interés es más económico que amistoso pero de esta
forma puedo ayudar al negocio familiar.
En una ocasión fui
invitado a Croome Court, donde conocí a su hermana lady Florence y a la risueña
señorita Townsend. Allí fui testigo de cómo el cortejo de Deerhurst hacia la
joven se hizo evidente. Pocos invitados pudieron ignorar la ilusión que bailaba
en la mirada de la joven y la lascivia en la del vizconde. Las apuestas
comenzaron a crecer bajo una misma idea, que lord Deerhurst lograra llevársela
a la cama. A pesar de criarme rodeado por la alta sociedad, nunca he compartido
la frivolidad con la que suelen tratar a las personas y sus sentimientos. ¡Y
luego se jactan diciendo que los judíos somos unos avaros, pendientes
únicamente del dinero! Al menos nuestros contratos son transparentes, no como
sus estratagemas.
Me alegré de que la
joven Townsend se librara de las garras de Deerhurst, quedando su virtud a
salvo. Claro que nadie pudo evitar la cacería que se produjo después. Todos
quisieron probar suerte con la joven, sin plantearse en ningún momento en una
proposición seria. Yo me mantengo al margen, el matrimonio entre los Rothschild
es una costumbre de la que se encargan los mayores, por lo que no necesito
andar pendiente del mercado matrimonial.
La señorita Townsend
llegó a mi vida de forma indirecta, cada cual teníamos una ruta marcada en la
que nuestros caminos no se cruzaban. Claro que, si por un momento te detienes a
observarla, puedes intuir que bajo una fachada frívola y comedida, se esconde
una mujer más activa de lo que se espera de ella, mucho más pasional y
espontánea. Roselyn Townsend es mucho más que una mujer de belleza felina. Su
rostro de piel blanca está salpicado por pecas producidas por el sol en la zona
de la nariz. Sus pómulos altos realzan la intensidad de su mirada. El color de
sus ojos es una atentica competición entre los colores ambarinos y verdosos. Su
pelo, sigue una puja parecida, cuando se puede apreciar el tono castaño con
hebras rubias, un brillo cobrizo refulge entre ellos, dejando al observador con
la duda. Esa dualidad acompaña a la joven en cada gesto y en cada sonrisa que muestra.
La señorita Townsend puede pasar de ser una joven cándida e crédula, a una
mujer seductora y traviesa.
Recuerdo un encuentro,
en un baile. Ella me ayudaba con mi prima Hannah y su presentación en sociedad,
cuando se convirtió en la fiel defensora del amor de esta por el conde de
Rosebery. La señorita Townsend sabía lo imposible de esta alianza matrimonial
pero, a pesar de ello, tuvo el coraje de enfrentarse a mí. En la oscuridad del
jardín atisbé a ver a una joven muy distinta de la que trataba de ser. Me habló
del amor como nadie antes lo había hecho, sentí a través de sus ojos la
tristeza de no ser correspondida y el sufrimiento que puede llevar a alguien a
apagarse de por vida. Ella parecía hablar de su hermana, pero cuando sus ojos
se posaron en los míos, hablaron de mucho más. Yo le tomé de la mano antes de
que se alejara y ese contacto marcó un antes y un después. En plena noche,
nuestras pieles intercambiaron todo tipo de sensaciones. Un ligero roce nos
hizo ver lo vacía que podía llegar a estar nuestras vidas.
Nos distanciamos,
convencidos de que lo nuestro sólo era una ilusión, pues el deber estaba por
encima de nuestros corazones.
***
Roselyn Townsend
Un aspecto destacado de
mi persona es que soy la hermana de Lady Palmerstone. Este año ha sido muy
intenso para ella, se ha recluido en Brocket Hall junto a su pequeño y no tiene
fuerzas para presentarse en los salones londinenses. Sus amigas, lady Lambton y
lady Barwick, se han convertido en mis tutoras. Ellas me acompañan a las
veladas y me ayudan a llevar a cabo mi venganza. Si, puede resultar una idea un
tanto violenta, pero estoy dispuesta a todo. Lord Deerhurst me ha humillado, me
ha arrastrado a lo más bajo que puede caer una mujer. Cuando asisto a las
fiestas que organiza la alta sociedad siento sus ojos puestos sobre mí, intuyo
sus cuchicheos y tengo que hacer frente a los más osados que se acercan a mí
para proponerme una vida de lujos a cambio de meterme en sus camas.
Sólo ocupa mi mente la
venganza y para ello tengo que contar con el estirado del señor FitzRoy. Bueno,
es así como lo vi en un principio, después de tener que llegar a un acuerdo me
he dado cuenta que me irrita tanto como ganas me dan de refugiarme en sus
brazos. Tiene unos ojos turquesas que parecen reírse del mundo, en especial de
mí. Su pelo castaño se vuelve rubio en sus pestañas y me encanta cuando siento
que ahonda en mi interior, intentando descubrir qué escondo. Su altura me
apabulla en ocasiones pero siempre saca mi mal genio para que olvide todo y le
plante cara. ¡Y como se divierte con eso! Es un hombre tan interesante y con
una familia tan peculiar que no puedo dejar de pensar en él. En
ocasiones creo que siente algo por mí, pero su autocontrol me desquicia pues me
impide conocer sus verdaderos sentimientos.
Recuerdo una ocasión en
la que lady Lambton lo invitó a una cena en su casa. Ambas ejercimos de
anfitrionas. El objetivo de la velada era conquistar a Deerhurst para luego
hacer que mordiera el polvo. El vizconde y yo nos encontrábamos en el vestíbulo
cuando FitzRoy nos sorprendió. Sus ojos se clavaron en mí de una forma que me
dejó aturdida. Me recriminaba la conducta que parecía estar teniendo, pero me
era imposible confesarle la verdad del plan que llevaba a cabo. En aquel
momento algo en mi interior me dijo que su opinión era importante para mí, que
FitzRoy se estaba volviendo demasiado importante. Y eso era algo que no me
podía permitir, no podía caer de nuevo en las garras del amor no correspondido.
Una escena para abrir el apetito:
FitzRoy terminó por pedirle que bailara
con él tras meditar sobre las palabras de lady Lambton. Necesitaba la ayuda de
una joven que se manejara bien en la alta sociedad, sin prejuicios y con
espíritu solidario. La señorita Townsend parecía la idónea, aunque había algo
en ella que le frenaba. No se creía del todo que fuera tan distinta del resto,
seguía opinando que la joven era frívola e interesada por más vivencias que
hubiera tenido. Y así continuó durante la velada mientras observaba cómo los
caballeros reclamaban sus ansiados bailes. Él tampoco se libró de danzar con
lady Lambton y lady Barwick. Cuando llegó el momento de reclamar el suyo seguía
sin saber cómo abordarla.
Cuando Roselyn tomó el brazo que
FitzRoy le tendía apenas reparó en él. Sus sentidos se pusieron en alerta al
saber que Deerhurst los seguía de cerca. Había logrado mantenerse indiferente
durante toda la noche sin dejar de situarse cerca de él, consciente en todo momento
de sus miradas. Le quedaba una pieza por ocupar y no tenía con quién. Debía
escabullirse antes de que diera con ella, de lo contrario no podría negarse.
Por su actitud en la última hora, estaba más que decidido a toparse con ella.
Cuando se hubo ubicado frente a FitzRoy
utilizó el espejo que se encontraba frente a ella colgado de la pared, para
observar a su presa de forma indirecta. Efectivamente, Deerhurst le dedicaba
escurridizas miradas a su espalda mientras se posicionaba con su pareja de
baile cerca de ellos. Disimuló una sonrisa de satisfacción. FitzRoy sintió
curiosidad por lo que la joven parecía encontrar interesante en el espejo,
deduciendo que lo utilizaba como método para ver sin ser vista. Pequeña, no me
engañas, dijo para sí algo molesto al no ser el centro de atención de la joven.
Su indiferencia comenzaba a dañar su orgullo varonil.
—Si le apetece saber qué hace lord
Deerhurst en estos momentos estaré encantado de narrárselo, si por el contrario
solo se trata de vanidad puede continuar mirándose en el espejo.
—No sé de qué me habla. —Roselyn dio un
respingo al saberse sorprendida y fulminó con la mirada al hombre que se
burlaba de ella.
—De nada importante, señorita Townsend
—contestó con frialdad FitzRoy.
En el instante siguiente la melodía
comenzó y él la tomó sin gentileza de la cintura, acercándola a él más de lo
que las normas indicaban. Sus ojos clavados en los de ella mantenían un brillo
burlón que enfurecía por momentos a la joven. Roselyn decidió ignorarlo sin
poder evitar endurecer su mandíbula y aletear su nariz.
A lo lejos, tanto lady Lambton como
lady Barwick paseaban alrededor de la pista de baile sin quitarles el ojo de
encima.
—¿FitzRoy?—preguntó con cierto desdén
Regina.
—Ajá, fíjate en ellos, hacen una pareja
espectacular.
—Es judío y banquero, solo te fijas en
la parte económica—se quejó Regina.
—El dinero lo tiene sus tíos —replicó
Bárbara sonriendo ante las especulaciones de su amiga—. Creo que tienen mucho
en común. Ambos se han hecho a sí mismos.
—Deberíamos buscarle a alguien que se
enamore de ella tanto como ella de él; y por lo que veo nuestra Roselyn apenas
le hace caso.
—FitzRoy es un caballero, me he dado
cuenta de cómo la mira como para asegurarme de que puede llegar a
amarla—continuó argumentando—.En cuanto a Roselyn, es normal que no le preste
atención, está demasiado concentrada en su venganza.
—Y tanto que sí. ¡Virgen santa, creo
que acabará con Deerhurst antes de lo que creíamos!
Regina se divertía al presenciar los
vanos intentos del vizconde por forzar un encuentro con Roselyn y sonreía
encantada al observar cómo su pupila se las ingeniaba para ignorarle. Las damas
rieron mientras seguían urdiendo un plan para buscar un buen partido para
Roselyn. Habían fingido aceptar la intención de la joven de sacrificar el amor
a favor de una buena fortuna. Ellas, conocedoras del sufrimiento que se llegaba
a padecer con un matrimonio sin amor, no le deseaban lo mismo a Roselyn. Como
expertas confabuladoras no la contradijeron en ningún momento, habiendo
decidido encontrarle un hombre que la hiciera feliz al margen de los deseos de
la joven.
Roselyn, tras dar varias vueltas entre
los brazos de FitzRoy, comenzó a tomar consciencia de su persona como hombre.
No pudo evitar comprobar que era más alto de lo habitual, de complexión
atlética, hombros anchos y movimientos elegantes. Tuvo que reconocer que
FitzRoy ganaba en las distancias cortas y se preguntó por qué no había recaído
antes en el azul de su mirada. Cuando volviera a hablar con Florence sobre su
posible prometido le advertiría sobre sus cualidades físicas. Pensando para sí,
se dijo que era mejor casarse con un hombre apuesto al que no se quería, que
con uno feo. La voz de FitzRoy frenó el rumbo de sus prácticos pensamientos. La
música había finalizado y la acercaba a sus tías.
—¿Lo he hecho bien? —preguntó con fría
sorna.
—¿El qué? —preguntó confundida.
—Mantenernos cerca de Deerhurst durante
todo el baile.
Su
primera reacción fue insultarle, pero su despiste le advirtió de que no había
prestado atención a Deerhurst. Giró la cabeza en busca de la figura del
vizconde hallándolo con la mirada puesta en ella tras dejar a su acompañante
con sus familiares. Sus pasos decididos iban en su busca. La alarma la urgió a
agarrarse del brazo de FitzRoy y susurrarle con apremio:
—¿Sería tan amable de llevarme a tomar
un refrigerio? De tanto bailar me ha entrado sed. —Mantenía el paso sereno pero
sus ojos volvían una y otra vez a Deerhurst, y FitzRoy captó el mensaje.
—¿Qué sucede, acaso está huyendo?
—¿Me acompañará? —insistió la joven
haciendo caso omiso de sus irritantes preguntas.
—A mis favores siempre les acompaña el
cobro de intereses.
Cual
prostituta, pensó Roselyn para sus adentros. En la escuela había pulido sus
respuestas tan fuera de lugar y obscenas. FitzRoy sonrió abiertamente tras ser
fulminado por la gata colgada de su brazo. Aceptó ayudarla colocando una mano
en su espalda e introduciéndola entre la multitud. Una vez Deerhurst les perdió
de vista, buscaron la sala de los refrigerios. FitzRoy pensó que era buen
momento para plantearle su petición.
—Gracias señor FitzRoy, mis pies apenas
me permiten dar un paso más. —Roselyn supo que debía alejar cualquier sospecha
del presuntuoso banquero, así pues sonrió con dulzura—. Ha sido muy amable al
ayudarme a salir del salón.
—Yo hubiera jurado que intentaba
escabullirse de las atenciones de lord Deerhurst.
Cansada
de sus provocaciones y decidida a no confesar la verdad optó por hacerse la
estúpida.
—Señor,
¿qué ha sucedido para que usted no deje de hacer referencias a lord Deerhurst?
—preguntó con inocencia cuya mueca en FitzRoy le hizo saber que no lo
engañaba—. Hasta que usted no lo ha mencionado no me había dado cuenta de su
presencia en la pista, yo simplemente me aseguraba de que presentaba una imagen
impecable mirándome en el espejo. Ya sabe, las vueltas pueden soltar las
horquillas. —Se encogió de hombros con inocencia creyendo que su explicación
era más que suficiente.
Si continuaba insistiendo demostraría
una falta de educación que no se podía permitir en sus circunstancias, se
advirtió Roselyn, tomando un sorbo del ponche que le había servido el
caballero. Estaba enfadada por la actitud de aquel hombre, tan pagado de sí
mismo que no dudaba en importunarla. Se dijo que soportar su presencia era un
mal menor antes que caer en la tentación de bailar con Deerhurst.
FitzRoy se dio por vencido pues tampoco
le importaba qué argucias casamenteras estaba llevando a cabo la joven.
—Ahora que nos encontramos en un lugar
más tranquilo, me gustaría hablarle de un asunto en el que podría ayudarme.
—¿Yo? —Roselyn dejó a medio camino el
vaso de ponche al verse sorprendida por sus palabras.
—Sí, verá, mi tío Amschel Rothschild me
ha pedido que introduzca a mi prima Hannah en los círculos sociales de Londres.
—Por primera vez tenía toda la atención de la señorita Townsend puesta en él.
Su mirada abierta, cargada de curiosidad le hizo sentirse incómodo—. He pensado
que usted podría ayudarla al ver cómo se desenvuelve entre toda esta gente.
—¿Y por qué no lo hace usted? Tiene
amistades influyentes.—Roselyn comenzó a impacientarse.
Aquel
hombre le parecía aburrido, impertinente y con ocurrencias absurdas.
—Mi
prima se ha criado en un entorno demasiado protegido—comenzó a explicarse—,
aunque ha recibido muy buena educación, necesita de la guía femenina para poder
integrarse entre los nobles como es debido. Mi tía es una mujer enfermiza y
apenas se relaciona en estos círculos. Después de ver cómo se pasea por los
salones he considerado que es idónea para orientar a mi prima. Creo que mi tío
estaría interesado en que Hannah se relacionara con los nobles de este país.
El
enfado comenzó a hervir dentro de Roselyn. ¿Aquel petulante la creía una
cazafortunas e intentaba convencerla de que le consiguiera un marido a su
insípida prima? Se preguntó con enfado Roselyn.
—¿Me
está llamando cazafortunas?—Roselyn dejó el vaso sobre la mesa cercana con poca
delicadeza y se irguió en toda su estatura.
FitzRoy
entendió que había derribado la digna y contenida fachada de la señorita
Townsend, y sin saber por qué le divirtió, haciendo que el brillo burlón en su
mirada aumentara la furia de la joven.
—Creo
que es lo que lleva haciendo desde que la conozco —contestó sin tapujos
creyendo que debería ser sincera antes que estar fingiendo ser lo que no era.
Él
era un hombre práctico y no podía andarse con rodeos cuando la temporada hacía
semanas que había comenzado.
—Usted
y todas las jóvenes casaderas.
FitzRoy evitó sonreír ante la
contención del mal genio de la joven. Sabía que de un momento a otro se
lanzaría sobre él para arañarle cual fiera.
—No entiendo el motivo de su enfado.
Roselyn tuvo que bajar la mirada,
recordarse dónde se encontraba y mantener su mal genio bajo control. Inspiró
hondo. Cuando clavó su mirada en el odioso señor FitzRoy volvía a ser la joven
fría y contenida de antes. Su apretada mandíbula y la ira en su mirada fue lo
único que la delataba cuando contestó:
—No
tengo por qué ayudar a una joven que estoy segura que es tan impertinente y
malcriada como usted, agarrada a las faldas de las niñeras, incapaz de salir al
mundo y relacionarse como una más. —Se acercó más de lo establecido para evitar
elevar la voz asegurándose de que le oía bien—. Si me considera una
cazafortunas puede irse al infierno.
FitzRoy
reconoció que la sutileza no era su fuerte, pero tampoco le gustaba escuchar
hablar mal de su familia. La joven que tenía ante sí le provocaba en todos los
aspectos, haciendo que se comportara y dijera cosas que no pensaba.
—¿Entonces cómo llama a lo que lleva
haciendo toda la noche?
—Supongo que he hecho lo mismo que
usted, señor FitzRoy. —Roselyn se envaró de nuevo sin amedrentarse por la
altura del hombre—. Me codeo con los nobles de este país, disfruto de los lujos
y fiestas que ofrecen mientras me divierto conociendo a todo tipo de personas.
Entre ellas a hombres insufribles que la buena educación me obliga a tener que
soportar. —Le recorrió con la mirada cruzándose de brazos para que no le
quedara duda de qué tipo de hombre era para ella—. Si en estas veladas, tengo
el placer de conocer a mi futuro marido será una cosa a favor. Yo al menos no
voy detrás del hijo de un conde esperando ser aceptado por su grupo de amigos,
ni pretendo a ninguna joven con la intención de que su nobiliaria familia me
abra las puertas; y mucho menos le pido a nadie que me ayude con un familiar
por miedo a que se dé cuenta de que sigo siendo un marginado y nadie me vea
como a un igual.
Roselyn
se sintió satisfecha al ver cómo sus palabras habían ensombrecido el rostro del
petulante. FitzRoy le mantuvo la mirada sintiendo el escozor de una bofetada
invisible. La había infravalorado, era una mujer de carácter que sabía
defenderse a la perfección. Su respuesta no se hizo esperar, siendo fulminante
e implacable:
—Yo
al menos no confundo lo que es ser amado con ser deseado, ni acepto las
atenciones de un conde creyendo cual estúpida que serán honorables. Yo al menos
sé dónde está mi lugar. A usted por el contrario han de recordárselo de vez en
cuando, pues si piensa que Deerhurst cambiará de opinión con respecto a usted,
es que no tiene ni idea de cómo funciona la mente de su aristocrático caballero.
Roselyn
pestañeó varias veces para evitar que lágrimas de indignación se derramaran. La
rabia que aquel hombre le provocaba le permitió alzar la barbilla, descargar
todo su odio a través de su mirada y susurrar:
—Buenas
noches señor FitzRoy.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Jane Hormuth por la presentación.
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