Jennifer Scott es cantante. Jennifer Scott es una estrella. A Jennifer Scott le encanta salir de fiesta. Su representante está cansado de aguantar los escándalos de su tren de vida, de verla ocupando portadas de revistas y portales de internet con fotos de sus fiestas y su descontrol. Una cláusula de su contrato le da vía libre para fichar a alguien que la controle e impida que siga comportándose así. David Hill entra de lleno en la vida de Jennifer para compartirla las veinticuatro horas del día, pero ella no pretende ponerle las cosas fáciles. Jennifer es malhablada, caprichosa e impulsiva. David es firme, arrogante y demasiado atractivo. Se atraen, se odian, se desean y querrían matarse… ¿Podrán luchar contra los sentimientos que despiertan el uno en el otro?
Ficha del libro
Los personajes nos hablan de la novela:
Hola, me llamo David Hill, tengo treinta años y me encargo de asesorar a personas famosas, principalmente cantantes. Vivo en Nueva York aunque soy inglés, me mude a Estados Unidos varios años atrás. Hace unas semanas me contrataron para asesorar a Jennifer Scott, sí, la cantante cuyas canciones suenan a todas horas en las radios de todo el país y que habréis visto borracha en revistas y portales de internet. Por eso me contrataron, para controlarla y que no hiciera ese tipo de cosas. Pero no puedo con ella. No la soporto. Esos aires de superioridad que tiene, esa arrogancia de estrella consentida y que siempre tenga que tener la última palabra son cosas que pueden con mi escasa paciencia. Aún me acuerdo del día de su presentación como imagen de Armani, qué guapa estaba con aquel traje negro, con su larga melena castaña cayendo en ondas sobre sus hombros, con los labios pintados de rojo que me atraían para que los besara… pero qué poco tardó en hacerme enfadar. Parece haber sido concebida para ello, para sacarme de mis casillas. De verdad, a veces tengo ganas de estrangularla lentamente pero en ocasiones le haría otras cosas mucho más lentamente…
***
Me llamo Jennifer Scott, seguro que habéis escuchado muchos de mis grandes éxitos en la radio, en bares o en cualquier sitio en el que tengan cierto gusto musical. Tengo veintitrés años y me encanta mi vida. Tengo dinero y juventud para gastarlo. Me encanta salir de juerga, aunque últimamente mi representante no está muy de acuerdo con ello y ha decidido ponerme una canguro. Bueno, un canguro en realidad, David Hill. Qué arrogante y autoritario, siempre dando órdenes, incluso cree que voy a hacerle caso alguna vez, ¡lo lleva claro! Pero es tan atractivo, con esos ojazos azules, con esa sonrisa sexy… incluso el tono autoritario de su voz consigue revolucionar mi interior. Pero luego recuerdo cómo me habla y me domina la rabia. Como aquel día que decidió que tenía que acompañarle hasta que encontrara un sitio donde aparcar su maldito coche, no quiso dejarme en casa como siempre hace mi chófer. Me tuvo más de media hora dando vueltas por los alrededores de mi piso en Tribeca hasta que decidió meterlo a un parking, ¡podría haber hecho eso desde el principio! Si cuando digo que es gilipollas no lo digo en broma, por mucho que luego me den ganas de arrancarle la ropa y… ¿qué digo? Antes me arranco los ojos que arrancarle a él la ropa.
Una escena que abra el apetito:
—Buenos
días, Jennifer.
Un
hombre trajeado estaba apoyado en la isla de la cocina con una sonrisa de
suficiencia que le dieron ganas de borrar de un puñetazo. Sería algo mayor que
ella, pero no tendría más de treinta años. Era alto y delgado, probablemente
mediría metro ochenta, tenía los hombros anchos y la cintura estrecha. Llevaba
revuelto el pelo de color castaño oscuro, por lo menos podría haber tenido la
decencia de peinarse para ir a despertarla. Creyó notar un leve acento
británico en sus palabras.
—Serán
buenos para ti —le contestó desafiante plantándose frente a él.
—Supongo
que Carlo habló contigo acerca de mi presencia hoy aquí —la miró directamente a
los ojos, sin ningún tipo de pudor.
—Así
es —le contestó mirándole fijamente.
Él
tenía los ojos más azules que había visto en la vida, llenos de autoridad y mal
genio.
—Entonces
no entiendo qué significa todo esto.
Hizo
un gesto con la mano abarcando todo el salón. El suelo estaba lleno de manchas
negras, había botellas vacías tiradas encima de la alfombra, las almohadas del
sofá estaban repartidas por todo el suelo, la mesita estaba hecha una
porquería, había colillas por todas partes, la mesa de mezclas de William
todavía estaba encendida y uno de los platos giraba sin parar.
Vamos,
algo normal después de una de sus juergas.
—Significa
que anoche lo pasamos realmente bien —contestó cruzándose de brazos.
—Muy
bien, veo que asocias el término diversión con el alcohol y las drogas —se
sentó con total libertad en una de las banquetas.
—Asocio
lo que me da la gana con lo que me da la gana.
Entonces
el hombre trajeado sonrió mientras negaba con la cabeza.
—Me
vas a poner las cosas difíciles, ¿verdad? —preguntó volviendo a mirarla a los
ojos.
—Esa
es mi intención —contestó con toda la rabia que pudo.
—Muy
bien, nos divertiremos entonces.
Se
puso de pie y se acercó a ella. Jenny le mantuvo la mirada sin bajar el nivel
de rabia y enfado.
—Mira,
Jennifer, me ha tocado lidiar con niñatas como tú más veces de las que podrías
imaginar. Todas creéis que sois las reinas del mundo porque tenéis fama y
dinero. Pensáis que por eso tenéis derecho a comportaros como os dé la gana.
Pero yo estoy aquí para demostrarte que no es así, que eres una cualquiera más
a la que el día menos pensado la vida puede dejar con el culo al aire.
Entonces
bajó la mirada y la recorrió de arriba abajo.
—Que veo
que es exactamente igual a como estás ahora.
—
¿Cómo te atreves…? —levantó la mano dispuesta a darle una bofetada por ser tan
grosero pero él fue más rápido y la cogió por la muñeca antes de que su mano
impactara en su cara.
—No,
no, no —canturreó sonriente—. Nada de dar bofetadas ni agredirme, Jennifer. Eso
no te lo voy a permitir.
—
¡Pues yo tampoco te permito que digas esas groserías!
—Está
bien, me retracto de lo que acabo de decir y te pido disculpas. Pero para
evitar que vuelva a decir algo similar tendrás que vestirte en condiciones.
Cosas como ésta hacen que luego aparezcas en las revistas enseñando las bragas.
Jenny
sintió como el cabreo aumentaba. ¿En serio ese iba a ser su asesor? Es más,
¿eso era un asesor? Ese tío era un gilipollas, trajeado pero gilipollas. Y
encima cobraría una pasta por su trabajo, si podía llamarse así a lo que él
hacía...
— ¿Me
vas a decir cómo te llamas para poder dirigirme a ti? —preguntó tratando
aguantar las ganas de volver a abofetearle.
—David
Hill.
—Está
bien, David Hill, te diré una cosa: eres un completo gilipollas.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Mata Francés por la presentación.
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