Lady Palmerstone se sentía tan afortunada al haber contraído matrimonio con un vizconde que no le daba importancia a sus largas ausencias. Lo único que ella desea es un heredero. El vizconde, hombre acostumbrado a servirse de las personas según su conveniencia, decide contratar a alguien para ahorrarle las molestias de llevar a cabo esa tarea.
Gowan Maxwell había llevado una vida de salvaje supervivencia. Cuando el vizconde le encomendó un escandaloso servicio no podía imaginarse que su vida cambiaría por completo.
Su encargo es seducir a lady Palmerstone. Lo que a en un primer momento resulta un perverso acuerdo, termina siendo la clave para que Edyna experimente la libertad de ser ella misma y Gowen descubra la necesidad de amar a una persona y no dejarla jamás, por muy imposible que sea su amor.
Los personajes nos hablan de la novela:
GOWAN MAXWELL
Me llamo Gowan Maxwell, supongo que pasaré los treinta años. No lo sé bien, pues en el s.XIX los huérfanos no nos preocupábamos de los registros. Soy del sur de Escocia y apenas tengo recuerdos de mi familia. Los años en el hospicio no fueron buenos pero peor fueron los que pasé en la mina cuando me vendieron. Sí, me vendieron para trabajar en una mina al norte de Inglaterra. No aguanté mucho, siempre fui avispado y pronto escapé de aquel infierno. Después de viajar por el reino hasta llegar a Londres, me había convertido en un auténtico delincuente. Terminé formando parte de la banda de Billy el Rojo. No sé si alguna vez habéis escuchado hablar de esto pero, en esos barrios, todo se puede vender y comprar. Ya me entendéis, todo. Personas, sin importar el sexo y la edad, o cuerpos en general, servicios tan diversos que hasta la muerte tiene precio. Allí uno no vive, sino sobrevive. Y eso hice, mi fuerza me permitió mantenerme vivo y la astucia que heredé de los años me sirvió para ganarme la confianza de Billy El Rojo. Hice, vi, olí y saboreé el lado más salvaje de Londres. Hasta que después de una paliza que casi me lleva al otro mundo, una anciana me devuelve a la vida. La primera oferta de trabajo decente que me ofrecen no es otra que la de seducir a una vizcondesa, pues el petulante de su marido está hastiado de sus labores como par del reino.
Como comprenderéis no me pude negar. No era un oficio decente pero los honorarios, bien, valían la pena. Bueno, los honorarios, y la belleza con la que tendría que lidiar hasta obtener un heredero. Su persona me conmovió. Su postura y actitud altanera no lograron ocultarme su espíritu atormentado. Sus ojos rasgados ambarinos me hablaron de fuerza de voluntad y vida cargada de sacrificios. Sus labios, dulce manjar que me habían puesto en bandeja, mostraron el fuego y la pasión que había que explorar. Cuando creí que todo se reduciría a unos placenteros encuentros, se convirtió en la lucha por merecer a Edyna Wimsey, vizcondesa de Palmerstone.
Recuerdo que los primeros días ella se mantenía distante, demasiado crítica con mi falta de educación, escondiendo el miedo tras la máscara de la vizcondesa. Supe que mi trabajo merecería la pena cuando la tuve entre mis brazos y fue el artífice de su primer orgasmo, tras más de cuatro años de matrimonio. Señor Maxwell, me dijo entre suspiros entrecortados, esto ha sido… yo no sabía que podía… bueno… no sé cómo decirlo. Estaba avergonzada al haberse rendido con tanta rapidez por lo que me di el gusto de mostrarme arrogante. Basta con un gracias, le contesté. Y como no cabía ser de otra manera, ella respondió exasperada ante mi falta de sensibilidad. Es un hombre insufrible, señor Maxwell, en serio se lo digo. En aquel momento supe que no me contentaría con seducirla, querría mucho más de ella.
***
EDYNA WIMSEY, VIZCONDESA de PALMERSTONE
Soy la mayor de cuatro hermanos. Tengo más de veintidós años y la buena fortuna hizo que pasara de la miseria al más absoluto lujo. A muy corta edad me puse al frente de la familia al fallecer mis padres. Gracias a la mujer del párroco, conseguí un oficio para mantener a mis hermanos. En mi puesto de sirvienta me crucé con lord Palmerstone, quien no dudó en desposarme tras su viaje por los lagos. Nunca pregunté qué le hizo tomarme por esposa, sinceramente, tampoco me importó. Sólo fui consciente de que a pesar de nuestras diferencias, no sólo hablo de la edad, estaría agradecida toda mi vida. El vizconde aceptó llevarse con nosotros a mis hermanos: Edmond, Roselyn y Jenna. Todos, sin excepción, fuimos educados para poder movernos entre la alta sociedad sin que fuera muy evidente nuestro humilde pasado.
Mi pago por la vida que llevaba llegó cuatro años después de contraer matrimonio. Por razones que tardé en comprender, mi esposo me repudiaba en la cama. Este, con la frialdad que gobernaba las familias nobles, me buscó un semental para que le diera un heredero.
Aunque tuve que mostrarme sumisa, no colaboré de manera activa en las entrevistas que simulaban buscar un jardinero. Sentí que ardía de enfado cuando vi entrar al señor Maxwell por la puerta. Habíamos encontrado al semental perfecto. Su altura, anchos hombros, virilidad y verde mirada eran los elementos que necesitábamos para nuestro objetivo. Me dije que no sucumbiría y que sería yo quien impusiera el ritmo de nuestro trabajo. Todas mis intenciones se derrumbaron cuando caí en sus brazos, hundiéndome en el calor de su perversa mirada y sentí cómo mi cuerpo reaccionaba ante su contacto.
El tiempo que pasamos juntos no solo me mostró cómo mi cuerpo se podía encender y llegar a explotar de puro placer, también comprendí que a medida que yo salía de mi letargo, mi alma quedaba entrelazada a la suya.
Recuerdo la ocasión en la que se presentó con su ropa nueva. Yo intentaba disimular la atracción que sentía hacia él, por lo que bromeé sobre su apariencia. Si no fuera porque ya le conozco, diría que estoy ante un caballero; le dije mofándome de él. Sus respuestas siempre me cogían por sorpresa pues olvidaba que la perversidad en la que se había criado Gowan, quedaba impresa en su personalidad. Tampoco quisiera que me considerara uno, sería una molestia comportarme como tal y no podría hacer esto. Después de estas palabras Gowan me tomó por la cintura y ahogué una exclamación al recibir un beso abrasador. Me sonrojo al confesar que languidecí esos suaves segundos que me mostraron un lado de mi persona que nunca creí poseer.
Una escena para abrir el apetito:
Lord Palmerstone no podía creer la suerte con la que era
bendecido. Alto, fuerte y de ojos verdes, aquel hombre tenía lo que su esposa
había pedido. Estuvo a punto de soltar una carcajada al ver cómo lady
Palmerstone fue incapaz de objetar algo en contra, era imposible negar sentir
atracción sexual ante ese hombre. Ahora sólo faltaba que el hombre en cuestión
no fuera demasiado caballero y aceptara aquel escandaloso acuerdo.
Tomó aire como quien se prepara para culminar una obra maestra y
se adelantó en su asiento, entrelazó las manos y comentó:
—Señor Maxwell, le voy a formular una pregunta que, a priori,
podría resultarle extraña— el vizconde volvió a dejar que sus ojos recorrieran
el escultural cuerpo— ¿Considera a lady Palmerstone deseable?
La pregunta lo tomó desprevenido. Maxwell volvió su mirada a la
joven de la ventana y no pudo dejar de admirar su belleza. Mentiría si negaba
lo evidente, pero debía luchar por aquel puesto de trabajo. Una cara bonita no
iba a impedir que comenzara a ganarse la vida con honradez. Claro que entendía
que aquel carcamal guardara con celo aquel tesoro que tenía como esposa.
—Lord Palmerstone, entiendo su preocupación —contestó, cuadrando
los hombros y llevándose las manos a la espalda continuó—. No puedo negar que
lady Palmerstone es una mujer de gran belleza, pero sé dónde está mi puesto y
jamás osaría posar mi mirada en ella con intenciones deshonestas.
—Es una lástima —canturreó Edyna por lo bajo, con sarcasmo,
mientras dirigía su mirada al exterior. Ojalá se negara en rotundo, rezó la
joven. Al menos aquel hombre podía negarse.
—Señor Maxwell —continuó con su empresa el vizconde— por lo que ha
comentado, nunca ha trabajado en jardinería, pero tiene una complexión fuerte
como para haber trabajado haciendo ejercicio físico. También ha dicho que
llevaba muchos años en Londres yendo de un lado para otro y que ahora está
interesado en asentarse en Hertfort. Pues bien, discúlpeme si creo que la vida
que ha llevado no haya sido del todo ejemplar. Su labio tiene una pequeña
cicatriz, su ceja parece haberse partido más de una vez y los nudillos hablan
de una actividad… tal vez más violenta.
—Lord Palmerstone, puedo explicarlo —comenzó Gowan, intentando que
la oportunidad de comenzar de nuevo no se le escapara, le detuvo la mano que
alzó el vizconde.
—Está bien, no voy a juzgarle por lo que supongo de su pasado —le
dijo el vizconde—. Lo que quiero es saber si estoy en lo cierto.
—Sí, milord. No he tenido una vida ejemplar —confesó Gowan,
mandando al infierno todo. Era un delincuente, se había criado en las calles y
aunque Dorothy pensara lo contrario, no le iban a dar una segunda oportunidad.
—Perfecto —sonrió ampliamente el vizconde, dejando que Gowan
entrecerrara los ojos, intentando adivinar lo que parecía que se le escapaba—.
Entonces, no le escandalizará que le proponga —hizo una pausa en busca de las
palabras adecuadas—, digamos… que seduzca a mi mujer para dejarla encinta.
Edyna, humillada, cerró los ojos ante aquellas palabras pero tuvo
que abrirlos, de pronto, y girar la cabeza al escuchar cómo estallaba una
carcajada profunda y ronca. La risa franca de Gowan reverberó en la estancia.
Cuando la hilaridad fue menguando, Edyna observó que se secaba unas lágrimas de
los costados de los ojos y meneaba la cabeza de un lado al otro. Su sonrisa
abierta transformaba aquel adusto rostro en uno totalmente irresistible. ¡Dios!, era maravilloso
verlo reír, era el hombre más viril que había conocido nunca.
—Esto… eh, milord —contestó Gowan, algo
más calmado— No esperaba que su excelencia tuviera este curioso sentido del
humor. ¡Increíble! Más bien me parecía usted un hombre aburrido.
—Es posible que lo sea, señor Maxwell
—contestó, serio, lord Palmerstone— porque mi propuesta en bastante seria.
—¡¿Por qué demonios iba a permitir…?!
—esta vez Gowan se quedó de piedra, alternó su mirada de uno al otro y la
verdad fue abriéndose paso en su mente.
La joven pasaba de la furia a la
humillación, cosa que evidenciaba que no era ninguna broma. Por su parte, el
vizconde tenía la vista clavada en él, a la espera de una respuesta. Aquello,
se repitió a sí mismo, iba en serio.
—Milord ¿por qué me propone… —volvió a
reformular la pregunta con más cautela.
—No le voy a dar ninguna explicación,
joven —le interrumpió lord Palmerstone—, sólo conteste. ¿Sería capaz de hacer
algo así, o no? En el mundo de donde usted viene habrá vivido situaciones más
inverosímiles, no me cabe duda. Responda.
—Quiero saber las condiciones —la mente
práctica de Gowan comenzó a ver la situación tal y como se le planteaba.
Un viejo rico, comenzó a sopesar su
mente, es incapaz de engendrar un hijo, probablemente sea estéril, por lo que
se ve en la necesidad de contratar a un semental para preñar a su joven esposa.
Y la pregunta era clara. ¿Sería él ese semental? Y la respuesta también lo era,
si la suma era buena, por supuesto que sí. Su mirada, ahora risueña, se posó en
la joven con quien debía cumplir su cometido. Sí, una sonrisa perversa se le
dibujó en la cara. Era el mejor trabajo que le habían ofrecido en su vida. Se
lo pasaría bien con aquella damita. Mientras, Edyna sentía que sus entrañas
ardían ante aquella mirada. Una mirada cargada de promesas lascivas y
lujuriosas.
—Comenzamos a entendernos —el vizconde
interrumpió sus pensamientos—. Tanto usted como mi esposa se hospedarán en la
casa del lago. Allí deberá disimular estar a las órdenes de la vizcondesa para
remodelar los jardines; para eso tendrá ayuda, no se preocupe. Tendrá usted
todo lo que necesite, comida, ropa, los lujos de cualquier invitado y lo
necesario que usted estime tener. Antes de final de año deberá dejar embarazada
a la vizcondesa. Si no se produjera dicho final, se irá de Brocket Hall
habiendo disfrutado de una agradable estancia. Si, por el contrario, cumple
usted con el objetivo, le entregaré dos mil libras, cantidad suficiente para
establecerse fuera de Inglaterra, vivir holgadamente y no volver a acercarse a
nosotros jamás. Esto si fuera un varón, en el caso de ser hembra, volveremos a
negociar. Puede que mi esposa decida probar suerte con otro hasta lograr un
varón. Pero, la verdad, rezaré para que dios nos provea de un varón y así
continuar cada uno con la vida que llevábamos hasta ahora.
Gowan jamás imaginó encontrarse en una
situación tan surrealista. Parpadeó varias veces pero la mirada firme del
vizconde seguía imperturbable, esperaba una respuesta.
—Lo quiero por escrito —le exigió Gowan,
ante el asentimiento del vizconde continuó— y, si me lo permite, quisiera
quedarme unos minutos a solas con lady Palmerstone.
El vizconde se disculpó con una tímida
sonrisa ante su mujer. Edyna no podía salir de su asombro al percibir cómo su
marido se contenía por no salir dando botes de la estancia. Miserable, le gritó
mentalmente. El sonido de la puerta al cerrarse la hizo enfrentarse al ejemplar
que su marido había comprado para ella. Su furia aumentó al sentirse estudiada
por un cualquiera. ¿Qué hacía aquel hombre entrecerrando los ojos y ladeando la
cabeza mientras la examinaba como si de una yegua se tratara? Antes de que ella
lo increpara, el hombre habló.
—¿Qué opina usted de todo esto?
—No tengo opinión, mi esposo ordena y yo
obedezco —le contestó Edyna, sin evitar que su tono evidenciara que pensaba
todo lo contrario.
Ella se levantó de la silla dispuesta a
salir de la estancia. Necesitaba salir y tomar aire, aquella situación la
superaba. Gowan se interpuso en su camino y ella se sintió rodeada de un aura
arrolladora. Sus ojos se perdieron en los de él. Gowan no iba a permitir que lo
rechazara, aquella podía ser la oportunidad de su vida. Sabía que la joven se
sentía furiosa y pretendía desquitarse con él. Gowan se preparó para hacer
explotar de una vez a la joven con el fin de normalizar la situación y entablar
las bases de lo que sería una forzosa convivencia.
—¿Tiene usted alguna tara que deba
conocer?
El brillo burlón de los ojos de aquel
hombre la enfureció aún más. ¿Cómo osaba burlarse de su horrible situación? Se
preguntó Edyna.
—Ninguna.
Edyna contestó con los dientes apretados
y fulminándolo con la mirada, dándose cuenta de que debía levantar el mentón
para ello. Aquel hombre le pasaba más de una cabeza, observó la vizcondesa.
—Pues déjeme comprobar una cosa…
Sus manos atraparon el rostro de lady
Palmerstone, tomándola por sorpresa. Su reacción fue rápida, lanzar la cabeza
hacia atrás para evitar el beso. Pero los labios de Gowan fueron implacables,
cayeron sobre los de ella en busca de un apasionado beso. Edyna se resistió,
apretó los labios y alzó los puños para golpearlos contra los antebrazos de
aquel rufián. No iba a permitir que se le abalanzara como un perro, ella era la
vizcondesa y era ella quien debía decidir cuándo comenzar con aquel absurdo
deber. ¿O qué pensaba, que iba a poder probarla como si tuviera que valorar
algún tipo de mercancía? Cuando Gowan retiró su rostro unos centímetros,
entrecerró los ojos y observó a la joven que lo fulminaba con la mirada.
Frunció los labios como quien sopesa alguna situación complicada, pero el
brillo burlón de su mirada seguía sin desaparecer.
—Ya veo dónde está el problema, lady
Palmerstone. Su marido es incapaz de enfrentarse a una mujer tan fría y
desapasionada…
De pronto Gowan se vio interrumpido por
la joven que entrecerrando aquellos ojos ámbar se lanzó hacia él cual tigresa a
la caza.
Edyna no lo pensó dos veces cuando
respondió a la acusación de aquel estúpido. No iba a haber otro hombre en la
tierra que la considerara una mujer fría, ya tenía con su esposo. Quiso dejarle
claro que ella era capaz de ser la mujer más sensual y excitante que había en
la tierra, siempre y cuando ella lo quisiera. Cuando se agarró del cuello de
aquel tunante y cubrió sus labios con su boca, ahora dispuesta a dar placer, no
contó con la reacción de su cuerpo. Sus tiernos labios se encontraron con la
tibieza de los de él, despertando en ella una sensación adictiva. El hombre
entreabrió los labios para dejarla campar a sus anchas. Edyna hundió su lengua
como castigo, esforzándose por olvidar el cosquilleo que recorría su
entrepierna mientras saboreaba la boca del hombre. Sus lenguas lucharon, sus
labios se hirieron con las rozaduras de unos dientes que despertaban la lujuria
con su fricción. Gowan se sintió atrapado por las sensaciones que aquella mujer
despertó en él. Sus brazos se cerraron entorno a su cintura y la atrajeron
hacia su cuerpo. Sus bocas degustaron las mieles de las del otro, rindiéndose
al placer. Dejó que la joven lo torturara. Jamás, ninguna mujer, había
conseguido excitarlo en tan corto periodo de tiempo. La dureza en su
entrepierna se alzó con urgencia cuando escuchó el leve sonido que escapó de la
garganta de la joven. Ella lo deseaba y él estaba más que dispuesto a saciar su
femenina necesidad.
Edyna creyó tener el control del beso los
primeros segundos, después se encontró a merced de su cuerpo, que comenzó a
agitarse al sentir cómo aquel escultural cuerpo la rodeaba con su calor y le
prometía, en silencio, saciar lo que en su entrepierna parecía bullir. Escuchó
un gemido salir de su garganta y la respuesta del hombre al responder con un
gruñido varonil. Unos toques en la puerta la hicieron volver a la realidad. En
milésimas de segundos dio varios pasos hacia atrás y volvió su cuerpo de
espaldas a la puerta. Sus brazos, al sentirse huérfanos después de estar
rodeando al jardinero, buscaron refugio en torno a su cintura. Gowan, por el
contrario, se enfrentó al vizconde, que abría la puerta en aquel instante.
—¿Todo bien?— preguntó lord Palmerstone,
al ver a su mujer temblar de espaldas a él.
Cuando la vizcondesa se volvió, parecía
haber recobrado la compostura, no quiso ni pensar lo que debía de haber
aguantado aquel joven, pues sabía que su mujer no se sometería con facilidad.
Pero no fue ella quien respondió a su pregunta. El señor Maxwell sonreía,
sardónico, sin dejar de observar intensamente a su esposa.
—Lord Palmerstone ¿Cuándo empiezo? —la
sonrisa se ensanchó, volviéndolo arrebatador a ojos de Edyna.
Y fue la gota que colmó el vaso. Sin
poder evitar gruñir de frustración, recogió sus faldas y salió en tromba de la
estancia. Había pensado en convencer a su esposo de que ninguno de los
aspirantes sería idóneo, tenía una serie de argumentos preparados. Nunca
imaginó encontrar entre jardineros a alguien que reuniera todas las condiciones,
incluyendo la de ser tan depravado como para aceptar aquel acuerdo. Pero lo que
realmente conseguía sacarla de sus casillas era que ella, Edyna Wimsey,
vizcondesa de Palmerstone, se sintiera vergonzosamente atraída por el semental
que su marido había contratado.
Que
dios la ayudara, estaba perdida.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Jane Hormuth por la presentación.
Soy una seguidora acérrima de este tipo de novelas, así que es fácil que la disfrute. La presentación de los personajes me ha parecido interesante, así que me apunto la novela para futuras lecturas...
ResponderEliminarSoy una seguidora acérrima de este tipo de novelas, así que es fácil que la disfrute. La presentación de los personajes me ha parecido interesante, así que me apunto la novela para futuras lecturas...
ResponderEliminarMe gustan mucho estas historias, me encantaria leerla pronto, la anoto en mi lista de pendientes
ResponderEliminarNo conocía a la autora, pero la novela tiene muy buena pinta.
ResponderEliminar