Los cuernos no siempre son lo que parecen. Mientras “la oficial” no se entera y Dom se lo pasa en grande, Noa, “la otra”, combina momentos de sexo efervescente e inesperada diversión, con otros de auténtica autodestrucción. Pero Noa no quiere estar más al otro lado y trata de poner distancia con el egoísta de su amante, centrándose en su trabajo como camarera de día y locutora de radio de noche en un programa de “consejos románticos”. Las confesiones de sus oyentes la enfrentarán con su propia realidad y a vivir a través de ellos las fantasías más sugerentes, esas que solo se cuentan al oído a altas horas de la madrugada.
Y cuando más perdida se encuentra Noa, de repente, un café lo cambiará todo. Gael cree que quiere un capuchino, pero solo un instante después se dará cuenta que lo que de verdad desea es perderse en la oscuridad de los ojos de Noa. Sin embargo, no pueden ser más opuestos. Y ella no se lo pondrá nada fácil.
SER O NO FIEL, ESA ES LA CUESTIÓN.
Ficha del libro

Los personajes nos hablan de la novela:
Me llamo Noa y no soy, lo que se dice, una chica con suerte. Nací en Málaga donde mis padres regentaban un restaurante, estudié periodismo y con el tiempo me mudé a Madrid con la maleta rebosando entusiasmo y la esperanza de encontrar el trabajo de mis sueños... en la radio.
Adoro comunicar a través de las ondas, hacer soñar a la gente que me escucha, aportar algo especial en esos momentos del día en que uno cree estar solo. Sé que aunque mi trabajo de ahora es modesto y mal pagado, con el tiempo llegaré a tener mi propio programa. Incluso mi propia emisora. Porque de eso he hablado mil veces con Olimpia: montaremos juntas nuestra radio algún día, y seremos imparables.
¿Que quién es Olimpia? Mi mejor amiga, mi casi hermana, la mezcla perfecta entre ambas cosas, la persona en quien más confío después de mí misma.
No. Incluso por delante de mí misma. No soy muy buena aplicando mis propios consejos.
Por desgracia, el éxito se me resiste y de momento sirvo cafés en una cafetería muy cuca llamada "Love Locke". El candado del amor. Sugestivo, ¿verdad? Dejémoslo en eso, porque de amores prefiero no hablar, menudo desastre. Mira que pude enamorarme de cualquiera, construir desde cero una relación decente que me hiciera razonablemente feliz, pero no. Tenía que ir a complicarme la vida con Dom, un canalla sin alma que folla como los propios ángeles y me mantiene en la cuerda floja de la cordura. Una situación que me envenena y de la que quiero salir.
Cuanto antes.
***
Soy Gael, trabajo en el mundo editorial y acabo de desembarcar en Madrid después de una larga temporada en Londres. No voy a engañaros, esa fase de mi vida fue genial y dio para mucho: puse en marcha una filial de la empresa como me habían encomendado, sí, pero también sumé juergas, diversión, chicas y mucho golfeo, sin compromisos ni nadie a quien dar explicaciones. De vuelta a casa, cero reproches, solo silencio y una mullida cama para darme la bienvenida. Nuevo fin de semana, vuelta a empezar. Más, más, siempre más con mucho whisky.
Por eso, volver deprisa y corriendo a Madrid gracias al imbécil de mi hermano, no me hizo precisamente feliz. Sin embargo, superado el primer mes y resignado a mi suerte, la perspectiva de todo empezó a cambiar. Podría no ser tan mala idea. Pudo no ser tan sano aquel desbarre inglés que tanto me divertía. Podría estar descubriendo a un nuevo Gael interesado en "otras" cosas. Podría ser que una chica andaluza con ojos negros y un capuccino en la mano tuviese la culpa de todo. Por poner mi mundo del revés. Cuando menos lo esperaba.
Esas cosas pasan.
Y diré que me excitan los retos porque Noa es... ¿Cómo explicarlo? Complicada. Difícil. Hasta áspera. Pero es mía. No importa que ella aún no lo sepa.
Una escena que abra el apetito:
Ganas me entran de
matar a alguien, cuando el único minuto disponible para el sagrado café antes
del trabajo, tengo que malgastarlo parada en un semáforo. Esta mañana, tras
nuevas sesiones de ruido nocturno, como es de esperar, llego a mi puesto en el
“Love Locke” borracha de sueño, dormida de solemnidad. Y como no puede ser
menos dada mi habitual mala suerte, cuando me doy la vuelta tras cargar afanosa
la cafetera, me topo con los ojos turquesa de Gael. Vida mierdosa con
mayúsculas. El mal humor y la sensación de ridículo me invaden en cuestión de
microsegundos.
—¡Vaya por Dios!
—mascullo. Él, por el contrario, me regala una sonrisa fabulosa. Si sonríe, el
efecto criminal que tiene ese rostro sobre cualquier mujer, empeora. No debería
hacerlo. Nunca jamás.
—¡Si es la chica del
cava! Sin tu precioso vestido de princesa no te había reconocido.
—No me lo recuerdes,
gracias. Y tampoco me recuerdes lo espantoso que es este uniforme. ¿Qué te
sirvo?
—Capuchino y cruasán
con mantequilla y mermelada —deletrea sin parar de mirarme. Me pone de los
nervios.
—Marchando.
—Podrías refrescarme
la memoria, ¿cómo era que te llamabas?
—Como que te lo voy
a decir…
El muy imbécil, se
ha olvidado. ¡Hombres…! En ese momento, mi compañera tiene que meter la patorra
con un aullido de los suyos, de punta a punta del mostrador.
—Noah, ¿mueles un
kilito de café, guapa? Se nos ha terminado.
—¡Ah, eso era, Noah!
—Gael chasquea los dedos—. Un nombre precioso. ¡Gracias!
Lo obsequio con una
exhibición de garbo y buen hacer ante los fogones. Tuesto el cruasán, dispongo
confituras de varios sabores en pequeños tazones y le sirvo el más espumoso
capuchino que soñarse pueda. Sin embargo, apenas se lo lleva a la boca y escupe,
me percato de que lo que le he echado por encima no es canela sino queso
rallado.
—¡Hostias, qué asco!
¿Quieres matarme?
—¡No te pongas así!
¡Ha sido… ha sido un error…!
Su seductora mirada
vira a instinto asesino.
—¿Otro error? Lo
tuyo empieza a ser preocupante, ¿no te parece?
—¡Leñe, qué gafe
eres y qué mala suerte me traes! —Enfadada, retiro su taza de un tirón muy poco
educado.
—¿Yo? ¿Yo te traigo
mala suerte? Donde quiera que chocamos, siempre salgo perjudicado, ¿dónde está
tu mala suerte? Dirás la mía, joder —brama ofuscado.
Tiene razón, no es
cuestión de ponerme a discutir.
—De acuerdo, no
discutas, te serviré otro.
—No hace falta
—rezonga con fastidio.
—No tardaré ni un
segundo. Invita la casa.
—Si es así, de
acuerdo —acepta a regañadientes.
—Gafe.
—Inepta.
Así transcurren unos
minutos, los que yo me tomo para que mi corazón se calme, recupere el ritmo,
mis mejillas su color, y la respiración vuelva a ser lo que era antes de verlo,
en lugar de un ansioso jadeo entrecortado. Que a poco que sea listo, se tiene
que estar coscando del demoledor efecto que causa en mí, cosa que odio.
—Andarás muy
distraída, tu sabrás por qué.
—O muy agotada
—gruño.
—Hey… —Mueve la
cabeza a un lado y otro para conseguir mirarme—, deja que adivine, trabajas de
noche.
—Oh, clarividente de
los miércoles —me pitorreo, halagada, en el fondo, de que intente trabar
conversación.
—En un bar
—aventura. No respondo—. Eres artista. ¿Bailas?
—Si te refieres con
tanga y encaramada a una barra, no. —Por poco me cargo la taza al plantársela
por delante.
—Pero en un bar.
Y dale.
—Tampoco. No me
dedico a servir copas ni a aguantar moscones aburridos. De hecho, no los
soporto.
—Vaya derechazo
directo al hígado. —Levanta las manos en son de paz. Las tiene divinas. Y
grandes, enormes.
—Conste que te
contesto porque he estado a punto de envenenarte y te debo una.
—Resumiendo, no eres
gogó.
Pongo los ojos en
blanco.
—¡La Virgen! ¡Qué
tío más pesado! ¿Estás calibrando el grado de dificultad para ligar conmigo?
No, no soy gogó.
—Pero trabajas
cuando el resto del mundo duerme. ¿Serena? ¿Panadera? ¿Poli? ¡Eres poli!
Este tío se lo está
pasando en grande a mi costa.
—Son tres cincuenta
y disculpa.
—Dijiste que
invitaba la casa.
—Ya no. Has perdido
tu ventaja. Paga o muere.
Lo dejo con la
palabra en la boca, lo que me produce un cierto y perverso placer, y cruzo la
calle para visitar a la señora Braulia y llevarle su cafelito. No me pasa
inadvertida la mirada penetrante de Gael directa a mi culo, mientras yo
selecciono la fruta y charlo con la viejecita, por encima del mantel fabricado
con retales de ropa vieja que cubre la pila de cajas desvencijadas que componen
su mostrador. De acuerdo, yo me lo cobro, recreándome con su fantástico perfil
y con esas piernas interminables envueltas por un pantalón de firma. Por
supuesto, todo se me resbala de las manos y cae al suelo un par de veces antes
de meterlo en las bolsas y volver a la cafetería. La expresión de Gael es de
extrema ternura. Lo odio en silencio.
—¿Es pariente tuya?
Le clavo la peor
mirada de todo mi repertorio.
—Si lo fuera no
estaría muerta de frío día tras día, ganándose la vida con el sudor de su
frente, ochenta y muchos años, y las manos callosas. Toma —le alargo una
bolsa—. Dos kilos de cebollas, te las regalo. Y a partir de ahora si necesitas
algo y no quieres que tu vida corra peligro, se lo pides a mi compañera que
tiene mejores dedos que yo.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Regina Roman por la presentación.
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