Mark Sullivan lleva más de siete años hundiéndose en el fango. Ochenta y seis meses de apatía. Dos mil quinientos cincuenta y siete días de culpabilidad. En Columbia, Mark aprendió algo que no entraba en el currículum universitario. Aprendió que un error podía truncar para siempre la vida de una persona. O de dos.
En vísperas de la boda de su hermano pequeño, Mark recibe en su aislado rancho de Arizona a toda la familia Sullivan. Parker y Amy. Travis y Emily. Preston y Lisa. Ellos llenarán la casa, y la vida de Mark, de todo aquello que él lleva siete años evitando: conversaciones, besos, risas... felicidad. Solo el recuerdo de una chica de pelo azul y sonrisa infinita podrá hacer que se replantee su vida. Y será entonces cuando comience la verdadera aventura.
Ficha del libro
Los hermanos Sullivan y sus intrépidas novias empiezan a sospechar que algo se mueve en la vida sentimental de Mark:
—Chicos, tenéis que hacer algo ya —dijo Emily, mirando alternativamente
a Parker, Travis y Preston.
—¿Algo de qué, cariño? —preguntó Travis, sin comprender.
—¿Cariño? Cómo te estás
amariconando, Trav, por Dios —protestó Preston.
—Pero mira quién va a hablar. El señor discursitos-de-amor-por-televisión
—se defendió su hermano.
—¿Podéis dejar de comportaros como tres neandertales y hacernos caso? —preguntó
Lisa, con una ceja alzada.
—¿Se puede saber qué he hecho yo para que me llames neandertal? —protestó
Parker.
—¡¿Queréis escucharnos?! —gritó Amy, dejándolos a todos con sus
respectivas palabras en la boca—. Gracias. Tenéis que hacer algo por Mark.
—¿Por Mark? —preguntaron los tres hermanos casi al unísono.
—¿En serio no os habéis dado cuenta de lo que le pasa?
—Mark ha sido siempre un poco solitario, no creo que le pase nada en
concreto —alegó Preston.
—¡Por Dios santo! No podéis ser más limitados. ¡Mark está enamorado! —dijo
Emily, poniéndoles los ojos en blanco.
—¿Enamorado? —Travis.
—¿De quién? —Parker.
—¿Y vosotras cómo coño lo sabéis? —Preston.
—Pues porque tenemos ojos en la cara —respondió Amy.
—Y porque yo se lo chivé, que lo oí ayer hablando por teléfono con esa
chica —intervino Katie, que hasta ese momento parecía muy distraída con su
juego de princesas.
—Katie, tienes que dejar de escuchar conversaciones a escondidas.
—Suponiendo que eso sea cierto, cielo, —Parker se situó a la espalda de
su futura esposa y la rodeó con sus brazos tatuados—, ¿qué se supone que
tenemos que hacer nosotros?
—¡Tenéis que ayudarle a recuperarla! Preston, ¿no estuvo él a tu lado
cuando yo me largué?
—Lisa, ¿no te parece que ya han pasado suficientes cosas en estos días?
—¿Os referís a...?
—¡Cállate, Katie!
—Chicos... —Travis se dirigió a sus hermanos—. ¿Nos tomamos unas
cervezas mientras trazamos el plan?
—No seré yo quien diga que no a una aventura, —añadió Preston—, pero,
¿no os parece que deberíamos tomarnos las cosas con calma con todo lo que se
nos viene encima?
—¿Habláis de...?
—¡Cállate, Katie!
—Os dejamos a solas. —Lisa hizo un gesto a sus dos amigas para que la siguieran—.
Estamos seguras de que sabréis cómo hacer bien las cosas.
—No hagáis que nos arrepintamos de dejarlo en vuestras manos —añadió
finalmente Amy, dejando a Parker, Travis y Preston con la mayor responsabilidad
fraternal a la que se habían enfrentado jamás.
Una escena que abra el apetito:
—Soy una maleducada, —dijo
Alice, nerviosa, en un carraspeo—, ni siquiera te he preguntado a qué hora sale
tu vuelo de regreso.
—Mi vuelo de regreso salió hace tres horas.
La deliciosa pizza de
anchoas y pepperoni no llegó a abandonar el horno. Mark se aproximó a Alice y
la tomó por la nuca. Sus labios se encontraron con una fuerza que parecía
exorcizar todos los demonios que ambos habían expulsado a lo largo del día.
Alice enterró las yemas de sus dedos en el encrespado pelo rubio de él, y dejó
que la condujera hacia la pequeña mesa de madera de haya en la que no había
llegado a colocar siquiera los platos. Mark llevó sus manos a la cintura del
pantalón vaquero de Alice y se apresuró a desabrochar los botones. Ella no se
quedó atrás y a punto estuvo de arrancar alguno por el camino. Cuando acabaron
de desnudarse, los dos jadeaban de anticipación.
—Estoy casi seguro de que
esto va a ser un error.
—Creo que puedo
confirmártelo.
—¿Deberíamos parar?
—Probablemente. Pero, si lo
haces... —Alice ahogó un gemido—. Si paras ahora, te mato.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Abril Camino por la presentación.
0 comentarios:
Publicar un comentario