Madrid, 1613.
A
Diego Villanueva, maestro de música, no le queda más remedio que ocupar el
lugar de su hermano gemelo, Álvaro, cuando éste sufre un accidente que le
impide seguir actuando en los escenarios. Para salvaguardar su incipiente
popularidad y averiguar quién ha intentado matarle, pues Diego sospecha que el
accidente no ha sido fortuito, ambos deciden mantener en secreto la
suplantación a la espera de que el asesino actúe de nuevo. Su farsa se complica
cuando Ana Robles, la costurera de la compañía teatral, le pide un beso. ¿Cómo
reaccionaría la preciosa joven si se enterara de que acababa de besar al gemelo
de Álvaro?
Ana
nunca olvidará aquel beso tantas veces codiciado, quién sabe si preludio de
algo más profundo y duradero con el galán del que está enamorada. Sin embargo,
no tarda en descubrir que el hombre que la ha besado no es su adorado actor y
acusa a Diego de querer usurpar el puesto de su hermano. Recelosa de su farsa,
le propone colaborar en la investigación a cambio de no desenmascararle, y
juntos se verán inmersos en situaciones inesperadas que los conducirán a un
apasionado romance. Sin embargo, Ana se resiste a pensar que lo que siente por
Diego sea verdadero amor.
Ficha del libro
Ficha del libro
Los
personajes nos hablan de la novela:
DIEGO VILLANUEVA
En
este momento soy un galán de comedias de una compañía teatral de Madrid, pero
solo hasta que descubra quién ha intentado asesinar a mi hermano gemelo Álvaro.
Él es el actor, yo me gano la vida dando clases de música en Alcalá de Henares
y allí volveré cuando esta locura termine. Y digo locura porque temo perder la
cabeza durante esta farsa que estoy representando.
Suplantar
a mi hermano me está resultando más difícil de lo que imaginaba. Nunca me ha
gustado engañar a la gente y es lo que estoy haciendo. Mi día a día era una
rutina pacífica y controlada, y ahora es una sucesión de imprevistos a los que
debo reaccionar como lo haría él: con seguridad, descaro, fanfarronería… Todo
lo contrario a como reaccionaría yo, que tiendo a ser discreto, conformista y
bastante tímido. Sí, a pesar de ser gemelos idénticos físicamente, nuestro
carácter es muy distinto. Y ¿sabes lo que más me cuesta? Aparentar que soy un
mujeriego, un seductor.
Te
voy a contar lo que me acaba de ocurrir: estaba yo descansando del ensayo de la
comedia, convencido de que me hallaba solo en aquella sala, cuando la costurera
de la compañía ha comenzado a hablarme. La había conocido pocas horas antes,
pero, claro, ella cree que soy Álvaro, y me trataba con toda la confianza con
que debe de tratarle a él. Me sonreía, le brillaban los ojos como si bebiera
los vientos por mí (es decir, por Álvaro) y, cuando me ha pedido un beso he
pensado que mi hermano se lo daría, así que… La he besado. ¡Dios! Ha sido
increíble. No sé si porque Ana es preciosa o porque llevo tiempo sin una mujer,
pero el problema es: ¿qué voy a hacer ahora? Si es una de las conquistas de
Álvaro…
***
ANA ROBLES
¡Oh!
¿De verdad queréis que os cuente cómo soy? ¡Qué ilusión! Es que estoy
acostumbrada a que la gente se fije en los comediantes y no en la costurera de
la compañía teatral.
Mi
trabajo es imprescindible y me siento muy orgullosa de lo que hago, pero es un
trabajo en la sombra y muy pocos se dan cuenta de la importancia que tiene.
Vestidos, calzones, jubones, zapatos, medias, sombreros… Yo me encargo de todo
el atuendo necesario para cada representación, y el director de la compañía
siempre dice que soy muy eficiente. Y es verdad, porque soy organizada,
cuidadosa, exigente conmigo misma y siempre estoy pendiente de todo y de todos.
Especialmente de nuestro galán en la compañía: Álvaro Villanueva.
Adoro
a Álvaro. Me encanta, me alegra las horas del día y me tiene enamorada. Lástima
que él sea un mujeriego, pero no pierdo la esperanza de que se enamore de mí.
¡Ay, el Amor! Es imprevisible y yo misma debo decir que me he enamorado muchas
veces. Ninguna ha llegado a buen fin. Bueno, ni siquiera llegaron a tener un
principio, la verdad, pero no me importa. Casi mejor, porque así he podido
permanecer soltera hasta conocer a Álvaro.
Por
cierto, hoy estaba un poco raro, no se encontraba bien, y he querido ayudarle,
estar con él por si necesitaba algo. Y ha ocurrido lo que tantas veces había
soñado: me ha besado. ¡Por fin! Sabía que algún día lo haría. ¡Y no os
imagináis lo contenta que estoy! Creo que voy a confesarle lo que siento por
él, aunque ya lo debe intuir. Sí, sé que no es normal que una mujer se declare
a un hombre, pero como a mis veinticuatro años ya no puedo esperar
proposiciones de matrimonio interesantes, ¿por qué voy a dejar pasar esta
oportunidad?
Una
escena que abra el apetito:
A
las dos de la tarde, don Fernando les concedió una hora para
comer. Algunos se quedaron en la posada de Valera; otros
se fueron a una taberna sita en la misma
calle de las Carretas, muy cerca de la Plazuela del Ángel. Ana esperó a que su
galán se marchara. Quería ver a dónde iba para unirse a él, charlar con él,
insinuarle lo mucho que le gustaba y quizá…
Quizá
podría robarle un beso.
Pero
él no se movía. Tras despedirse alegremente de los compañeros se había dejado
caer, agotado, en la silla que antes había ocupado don Fernando. Ana
lo observaba en silencio, convencida de que ignoraba que ella seguía en la
sala.
Parecía
abatido. Tenía los codos apoyados en las rodillas y se sujetaba la cabeza entre
las manos como si le pesara una tonelada. Había cerrado los ojos y respiraba
tan profunda y pausadamente que Ana llegó a preguntarse si se habría
dormido.
No,
seguro que la jaqueca había empeorado, concluyó.
Si
cinco minutos de inactividad eran todo un reto para ella, diez se convertían
en una espera inaguantable. Se levantó con un sonoro carraspeo y
se alisó la falda.
Él
ni se inmutó.
Inquieta
ante
aquella
falta de reacción, avanzó con cautela y pronunció su
nombre. Dos veces. Reforzó la tercera
llamada con unos ligeros toques del dedo índice en el hombro del galán,
que dio un respingo y alzó la cabeza bruscamente. La miraba como si no la
conociera, lo que aumentó la inquietud de
Ana.
—¿Estás
bien? —le preguntó, arrepintiéndose al instante.
Saltaba
a la vista que no lo estaba.
Su
expresión ausente se transformó entonces en otra de perplejidad, confirmándole
a Ana que su pregunta era de lo más absurda. Un segundo después cambió de nuevo
por completo y, al tiempo que se levantaba, una amplia sonrisa exponía sus
dientes blancos y perfectos.
—Sí,
sí, estoy muy bien —respondió él, con tono afable—. ¿Qué haces
aquí? ¿No vas a comer con los demás?
Un
tanto extrañada por la actitud de Álvaro, se llevó las manos a la espalda y
cruzó los dedos índice y corazón para atraer
la suerte. Se encogió de hombros y, con voz dulce y gesto coqueto, respondió:
—Te
estaba esperando.
—¿A
mí? ¿Por qué?
—He
visto que te quedabas ahí sentado, solo. Parecías triste y cansado, aunque
es comprensible. La mañana ha sido
complicada. —Hizo
una pausa para coger aire y serenarse porque presentía que, si él continuaba
sonriéndole de esa manera, las piernas dejarían de sostenerla—.
Si puedo ayudarte en algo…
—Gracias,
pero ya has hecho bastante defendiéndome ante Rodrigo.
—Oh,
no tiene importancia. Además, sólo he dicho la verdad. Eres… un gran
actor.
Ana se
mordió la lengua para no añadir: «y guapísimo, encantador, adorable…».
—Sí,
eso es cierto —admitió él, sin vacilar—. Yo me lo repito
todos los días.
Y
un poco engreído también, pensó ella,
pero no podía reprochárselo: tenía
motivos para serlo.
Pocos
pasos la separaban del galán, que seguía mirándola de un
modo que la hacía suspirar por su amor. Aunque ese día sus ojos tenían un
brillo distinto, menos pícaro, más acariciador. Contuvo el suspiro y preguntó:
—¿Qué
te ha ocurrido? He visto que cojeabas un poco.
—Ah,
no es nada. —Echó un rápido vistazo a las botas
de piel marrón que calzaba—. Una simple torcedura de tobillo. No tiene
importancia.
—Vaya,
lo siento. Si se te ha inflamado, deberías vendártelo. Te
ayudaré a quitarte la bota y…
—¡No!
—la atajó él, deteniendo su acercamiento—. Apenas
me duele, no te preocupes.
—Está
bien, como quieras.
El rechazo le causó cierta desilusión,
pero no se resignó a abandonar su cometido. Como el tiempo corría deprisa y el
tema de conversación sobre su estado físico
no daba el resultado que buscaba, volvió
a abordar el aspecto
emocional.
—Oye,
no te enfades con Rodrigo, últimamente está un poco irritable. Ya te imaginas
por qué, ¿no?
—Por
supuesto —aseveró, con total convencimiento—. Y gracias otra vez por tu
apasionada defensa. Si puedo hacer algo por ti, no tienes más que pedírmelo.
—¿En
serio? ¡Estupendo! —exclamó, contenta—. Deja que piense un momento. Mmm…
Ana
ladeó la cabeza y elevó la vista al
techo como si se concentrara en repasar las muchas cosas
que querría pedirle y le costara decidirse por una sola, pero sabía muy bien lo
que deseaba.
—¡Ya
lo sé! Podrías darme un beso —sugirió, como
si fuera algo habitual.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Nuria Llop por la presentación.
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