domingo, 12 de julio de 2015

El rincón del escritor: Nuria Llop nos presenta La diosa de mi tormento

Ficha del libro
Que a Julián le atacaran unos malhechores en mitad de la noche podría ser lo mejor que le ha ocurrido en la vida. Su destino queda sellado cuando una figura misteriosa, aunque con voz y contorno definitivamente femeninos, acude en su ayuda.
Entre los talentos que Julián valora en una dama no figuraba hasta ahora el que fuera una experta lanzadora de cuchillos. Antes de desaparecer ha dicho llamarse Diana; y pese a su antifaz —el suceso tiene lugar durante los carnavales—, Julián ha quedado cautivado por sus ojos. ¿Cómo podría encontrarla otra vez?
Catalina de Velasco no es indiferente a los juegos amorosos. Prefiere que continúen siendo eso, juegos. No quiere un marido ni lo necesita. El que fue su primer pretendiente —Felipe, el relamido marqués de Monteseco— ya le enseñó casi todo lo que cabe esperar de los hombres. Ahora Felipe se empeña en reaparecer en su vida: sus besos pueden ser sugerentes, pero no consiguen que a ella se le debiliten las rodillas.
Eso solo le ocurre en presencia de un hombre irresistible que, a su vez, parece sentirse atraído por Catalina. Su nombre es Julián. El problema es que Catalina ya tuvo un encuentro con él, amparada bajo una identidad falsa. Para seducirlo tendrá que decidir si quiere ser ella misma… o si prefiere desplegar sus habilidades como la implacable Diana.



Los personajes nos hablan de la novela:

CATALINA DE VELASCO

¿Ahora? ¿Queréis que os hable de mí precisamente ahora, cuando acabo de ver a Julián en mi bañera, completamente desnudo? No lo haré y no pienso disculparme por ello. Pero os hablaré de él, eso sí me apetece. Bueno, me apetece más quitarme la ropa y meterme en la bañera con ese hombre impresionante, claro, porque estamos en febrero, hace frío y el agua caliente siempre viene bien.

Sí, de acuerdo, y un cuerpo masculino caliente también. Eso es lo que estabais pensando, ¿verdad? Pues olvidadlo. 

Julián no es para mí ni para vosotras. Está encandilado con una mujer que se llama Diana y que, para mi desgracia y mortificación, no es otra que yo misma. El problema es que él no lo sabe y ahora tengo que ingeniármelas para que se quite de la cabeza a esa diosa aguerrida y virginal y se fije en una mujer poco agraciada como yo. 

Maldición. Si supiera coquetear como mi hermana pequeña, que rezuma bondad y belleza por todas partes aunque es un poco boba, sería fácil lograr que Julián me deseara, pero no sé y por lo tanto debo utilizar otra clase de armas, armas que me gustan mucho más. Manejo a la perfección la espada y el cuchillo y he practicado bastante con la pistola, siempre a escondidas de mi familia, por supuesto. Si se enteraran de todo lo que hago a sus espaldas me encerrarían de por vida en un convento. 

Vaya, veo que poco os he contado de Julián hasta ahora, pero lo cierto es que apenas le conozco y lo poco que sé de él no me atrae en absoluto. Me atrae su cuerpo, eso sí, y sus ojos aguamarina, su sonrisa… Y el escabroso asunto en el que está metido y que de algún modo resolveré.  

***

JULIÁN ACACIO

Disculpad, prefiero que me llaméis Julián Gallardo. Es el apellido de mi madre y lo adopté en cuanto mi padre murió. Nunca tuvimos una buena relación, terminó de la peor manera que puede terminar una relación entre padre e hijo y no quiero saber nada más de él, aunque su sombra me persigue y continua haciéndome la vida imposible. 

Jamás habría imaginado que me hallaría en una situación como la que estoy viviendo ahora. Por suerte, tengo a mis buenos amigos, Álvaro y Luisa, que me hacen lo imposible por ayudarme. Incluso han recurrido a Catalina de Velasco, una dama un tanto especial de la que sé más cosas de las que ella cree, pero no puedo decírselo porque se enfurecería tanto que sería capaz de lanzarme ese cuchillo que siempre lleva encima y con el que… 


No, no os lo contaré, lo siento. Si por casualidad este escrito llega a sus manos no tendrá piedad de mí y la perderé para siempre. No albergo ninguna esperanza de que algún día sea mía, desde luego, pues ella es de buena familia y yo soy un simple orfebre con un pasado oscuro y un futuro bastante negro, pero me atrae, la admiro y la deseo. Es valiente, rebelde, fuerte, decidida, inteligente y todo eso la convierte en la mujer más hermosa que he conocido jamás. Y aunque me resulta muy difícil controlar mis instintos pasionales cuando Catalina está cerca de mí, debo hacerlo si quiero que siga estando cerca. 




Una escena que abra el apetito:

—Señora, es usted la mujer más valiente que he conocido jamás, y si no fuera porque tiene marido… —Dirigió la vista al hombre delgado.
Ella soltó una carcajada corta y, en tono de mofa, preguntó:
—¿Qué insinúa? ¿Que se casaría conmigo?
—Sin duda alguna. Mañana mismo. Espero que no se ofenda, caballero —se apresuró a decirle, por si se arrepentía de haberlo ayudado y lo retaba a duelo a causa del desmesurado elogio.
El hombre carraspeó y miró a la mujer, que tardó unos segundos en contestar. Segundos en los que Julián se preguntó si en lugar de osado estaba siendo un inconsciente.
—Él no es mi marido. Es mi primo —aclaró la campesina.
—Ah, qué suerte la mía. —No fue capaz de moderarse. Al parecer, el raciocinio y la prudencia se habían esfumado tras el violento episodio de la noche—. En ese caso, señorita…
—¡No, por Dios! —lo atajó ella alzando la mano como si fuera un escudo para detener palabras—. Será mejor que se calle. Yo no quiero ningún marido.
—Vaya, es una lástima. —Intentó sonreír—. ¿Puedo saber su nombre, por lo menos?
La campesina volvió a dudar un momento y, finalmente, respondió:
—Diana.
—Ah, Diana —repitió Julián saboreando cada sílaba—. Como la diosa romana de la caza. Severa, cruel, vengativa… pero bella y virginal. Un nombre muy adecuado para alguien que no teme a su presa y que maneja el cuchillo con tanta destreza.
De nuevo, la mujer permaneció en silencio. ¿Quizá tenía un problema de oído?, se preguntó Julián. Entonces, ella soltó una breve risa burlona y se dirigió a su primo.
—Antonio, creo que los golpes han trastocado a este hombre.
Julián se dio cuenta en ese momento de lo absurdo de la situación. Ciertamente, debía de parecer un loco, y no sólo por bromear sobre el matrimonio en esas circunstancias. Andaba medio encorvado por el dolor de las costillas, llevaba el jubón torcido a causa de la pelea contra esos tipos, barba de varios días, el cabello revuelto… ¿Dónde diantre estaba su sombrero? Tuvo un acceso de vergüenza por su comportamiento irracional y quiso que se lo tragara la tierra.
—Disculpen. Sólo pretendía halagarla, señorita. Gracias de nuevo por su ayuda, les debo la vida. —Localizó el sombrero en el suelo, a unos pasos de él, y mientras iba a recogerlo, añadió—: Y si alguna vez puedo hacer algo por ustedes, no duden en decírmelo. Soy Julián…
No llegó a decir el apellido. Al levantar la vista se dio cuenta de que Diana cazadora y su primo se habían ido.
Sacudió la tierra adherida a las plumas del sombrero y salió del callejón. Se paró en la esquina y observó a ambos lados de la calle Nueva por si veía a la pareja de extraños. O ya no estaban o no supo reconocerlos. Hombres y mujeres caminaban en ambas direcciones y todos los mantos y capas ondeantes le parecieron similares. Desistió de la búsqueda y puso rumbo a casa tan rápido como le permitía su dolorido cuerpo.
Diana.
Al menos, tenía un nombre. Y no era un nombre común en Madrid, por lo que tal vez pudiera encontrarla en los próximos días. Podría enamorarse de una mujer como Diana.



Desde LecturAdictiva damos las gracias a Nuria Llop por la presentación.





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