domingo, 18 de enero de 2015

El rincón del escritor: Elena Garquin nos presenta La Heredera

Ficha del libro
En primer lugar, me gustaría agradecer a las chicas del blog la cesión de este pequeño espacio para poder presentaros mi primera novela, LA HEREDERA. En segundo, agradecer igualmente a los lectores su interés. Nada sería una autora sin estas dos partes del todo que es un libro.

Primavera de 1881.

Elena Robles, huérfana desde niña, regresa después de varios años de ausencia a La Dorada, el cortijo de la serranía de Ronda donde vivió su infancia, convertida en una rica heredera.

En la fiesta del Gobernador, conoce a Diego de Casanueva, rico terrateniente y mujeriego empedernido, que queda hechizado por su carácter apasionado y sensual belleza, y que intentará conquistarla cueste lo que cueste.

Días después, un inesperado encontronazo con el Marqués, misterioso bandolero del que nadie conoce su verdadera identidad, hará que surja en ella una pasión irreprimible y desconcertante. Dividida entre su atracción por el bandido y su encendido deseo por Diego de Casanueva, Elena pronto se dará cuenta de que nadie es en realidad lo que parece.


Además descubre que, tras su vuelta, se oculta un oscuro plan forjado con la única intención de despojarla del legado de su padre. Una trama que pone en peligro su propia vida, y a la que tendrá que hacer frente con la ayuda del único hombre que la amará de forma incondicional.



Los personajes nos hablan de la novela:

—Hola. Me llamo Diego de Casanueva, y soy un rico terrateniente andaluz al que la vida ha tratado muy bien. No me quejo. Dueño de un cortijo y de una fábrica de conservas, a medias con mi hermano Lorenzo, poseo las mejores virtudes que pueden adornar a un hombre. Atractivo, joven y con un encanto natural que me lleva a conseguir a cuanta mujer deseo. Sin más complicaciones, eso sí. Porque huyo del compromiso
como alma que lleva el diablo, pese a que mi amabilidad natural lleve a muchas a pensar lo contrario.
Sí, sé qué estaréis pensando de mí. Pero poseo todas las virtudes de un caballero que se precie de serlo. A menudo demuestro mi nobleza y mi honradez. Tengo un sentido del deber férreo, tanto como mi voluntad, aunque esta última, seamos sinceros, nunca tuve que ponerla a prueba.
Hasta que el destino me puso en el camino a la señorita Elena Robles. Una tentación andante. ¡Tan altiva y encantadora! El orgullo y la dignidad hechas mujer, acompañados de una inteligencia que me atrajo como la miel a las moscas.
¡Tendríais que haberla visto! Solo así entenderíais por qué me convirtió en su esclavo con una simple mirada, aunque en ese momento estuviera lejos de reconocerlo, claro. Un desafío que hizo que mi escala de principios cambiara de forma radical. De repente, quería conseguirla a como diera lugar. Si tenía que alcanzarle la luna para tenerla en mis brazos, lo haría. Y si tenía que sacrificar mi soltería por un matrimonio con ella, estaría encantado.
Cualquier cosa con tal de conservar aquella chispa maliciosa con la que me miraba cuando nos conocimos, en la fiesta del Gobernador. Lo que fuera para conseguir que aquel cabello negro y ensortijado, las curvas de su cuerpo y las promesas de sus labios fueran solo para mí. 
Incluso si, con todo ese conjunto que quita la respiración, van un montón de problemas que me complicarían la vida de un modo que ni siquiera yo podía imaginar.
¿Inocente? No demasiado, si recuerdo nuestro primer encontronazo, cuando la sorprendí espiando a una pareja en actitud más que comprometida. Pero ella, en vez de avergonzarse, ¡me pidió ayuda para interrumpirles!

***

—Seguro que este hombre ya os ha encandilado con esa labia que se gasta… Mi nombre es Elena Robles, y mi vida no ha sido precisamente un camino de rosas. Pese a mi juventud, he madurado demasiado deprisa, las desgracias tienen esas cosas. Huérfana desde los diez años, me alejaron de mi hogar para ir a parar a la casa de mi tía Elvira. Allí me convertí en una mujer dispuesta a recuperar la herencia que mi difunto padre
me legó, pero que nunca podré disfrutar. Los escollos son demasiados: soy mujer, menos de edad. Mi tutor me vigila como un halcón; hay un misterioso bandolero y, sobre todo, está ÉL. Sí, el mujeriego por antonomasia de quien toda buena dama debería huir. El hombre tras cuya frivolidad se esconde un corazón grande y una bondad infinitas (esto último no se lo digáis, porque podría explotar de egocentrismo si se entera). ¡Es tan atractivo! ¡Tan amable, tan galante, tan simpático, tan atrayente, tan…!
He intentado resistirme con todas mis fuerzas. He empleado mi agudo sentido práctico para verlo con otros ojos, ¡pero el cuerpo me traiciona! Si contraigo matrimonio, con él o con cualquier otro, mi esposo pasaría a ser dueño de mi herencia…
¿O no? ¡Ay, cuando Diego está cerca, y me mira con esos ojazos negros que lo dicen todo, ya no sé qué pensar!

Sé que estoy en peligro. Un peligro real, nacido de la ambición más oscura y degradante. Pero eso no es nada si lo comparamos con los riesgos que puedo correr si caigo en brazos de Diego de Casanueva.

Una escena que abra el apetito:

—La música hay que sentirla —le susurró Diego al oído—. ¿Sabe lo que está bailando?
Elena negó con la cabeza y esperó la respuesta expectante.
—La danza del apareamiento, del amor y del deseo —prosiguió Diego—. La que han bailado todas las parejas desde la noche de los tiempos. ¿Sabía que existe una danza gitana que representa el sexo entre dos amantes? Aún se baila en algunas zonas cuando dos personas se van a casar.
—Parece usted muy versado en ese arte.
—Hay otras artes que también domino… Algún día se las mostraré, princesa.
El bolero había terminado, pero Diego seguía pegado a ella disfrutando de su calor, sin poder apartar los ojos de su cara de ángel, fascinado y divertido a un tiempo, pues era evidente que existía una atracción mutua, una complicidad manifiesta e incluso una fuerte tensión sexual que la propia Elena se esforzaba en disimular.
—¿No le parece que está tratándome con demasiada intimidad?
Echando un rápido vistazo a su alrededor, Diego le puso un dedo en la boca indicándole silencio y luego la cogió de la mano, arrastrándola hacia uno de los ventanales, libres de miradas indiscretas.
—¿Quiere que hablemos de intimidades? —preguntó a su vez—. Pues bien, le diré que hacía tiempo que no estaba tan encantado con una compañía femenina. Esta noche habrá aquí mujeres hermosas, pero le aseguro que todas palidecen a su lado. —Su tono de voz fue bajando hasta convertirse en un susurro, y la intensidad de su mirada fue subiendo a medida que acercaba la boca a su oído—. ¿Quiere hablar de intimidades? —repitió—. Le diré que me parece una gloria estar conversando con una mujer que tenga réplica e ingenio además de belleza, y que en estos momentos me encantaría estar a solas con usted para poder besarla hasta hartarme… Aunque dudo que me hartara en algún momento. Después la acariciaría durante mucho tiempo, hasta que me suplicara, que gimiera o que gritara como los amantes a los que estuvo a punto de sorprender… Eso, señora mía, sí que sería algo íntimo.


Desde LecturAdictiva damos las gracias a Elena Garquin por la presentación.


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