Ficha del libro |
Cuando Alma Jenssen llega a La Bella, la plantación de tabaco más importante de la República Dominicana, propiedad de Cristóbal Ríos, conoce a Hans McBride el capataz de la finca. Un norteamericano testarudo, arisco y taciturno que la tratará con desdén al considerarla sólo una nueva cazafortunas que ha acudido al olor del dinero de su patrón y por el que Alma no podrá evitar sentirse atraída. Porque Hans parece despreciarla con sus palabras, pero sus ojos azules la miran con un innegable deseo.
La atracción que sienten ambos es combustible. ¿Puede el amor surgir en mitad de un campo yermo sembrado de mentiras?
Celos, intriga, envidias y pasión, mucha pasión y erotismo, en unos paisajes de ensueño.
Los personajes nos hablan de la novela:
Ella es… Alma Jenssen. Ser la oveja negra de la familia es un peso que siempre he llevado sobrevolando mi cabeza, temiendo cuando caería al fin y acabaría por aplastarme. Si decidiese contarle a mi madre que a
pesar de dedicarme a la fotografía no soy feliz vendría a buscarme y me esposaría en cualquier columna de la facultad de medicina hasta que me aprendiese el Farreras-Rozman de memoria. Pero es cierto, no soy feliz. Yo sueño con fotografiar el mundo, más allá de los flashes y las luces de neón. Debe ser mi mitad Noruega la que me reclama paisajes inolvidables, puestas de sol de esas que se graban en la retina y en el alma. Y luego está el tema de los hombres. Me aburren. Estoy harta de salir con modelos que van parándose ante cada espejo por el que se cruzan, que no dejan de preguntarme cuál es su lado bueno y que incluso van más depilados que yo. ¿Es que los hombres de verdad han dejado de existir? Necesitaba largarme, necesitaba despejar la cabeza, el corazón y las piernas. Necesitaba unas vacaciones, y Delia no paraba de invitarme a que conociera su lujosísima mansión en mitad del Caribe, era la excusa perfecta para perderme. Sólo que no contaba con conocer allí a Hans, ese hombre me vuelve loca, me hace perder la razón y en ocasiones incluso los papeles. Es tan antipático… como irresistible.
***
Él es… Hans McBride. Dos años en esta finca. Un día más me levanto y trato de salir adelante en mitad de esta plantación que está consumiéndome. Al menos el sol se lleva consigo el silencio de la noche y los
quebraderos de cabeza… Hace demasiado tiempo que no sé nada de mi hermana ni de mi padre, y eso me roba el sueño. Pero no es el único motivo, también está esa mujer, Alma Jenssen. Parece tan distinta al resto que me tiene desconcertado. He conocido a varias amigas de Delia de Ríos desde que llegué a la Bella, algunas muy íntimamente, pero ninguna se le parece, en absoluto. No es una cazafortunas, es descarada, valiente y se preocupa por las condiciones en las que viven los trabajadores de la plantación. Las mujeres como ella son peligrosas, son de las que se te meten dentro y hasta que no han destrozado hasta el último rincón de tu ser no se marchan. Y lo peor es que Alma me gusta, me gusta demasiado, por eso debo alejarme de ella.
Una escena que abra el apetito:
Accedíamos al jardín
posterior cuando el sol comenzaba a caer sobre las montañas en el horizonte y a
mí me quemaban en la punta de la lengua las palabras que utilizaría para
escapar de su lado y dirigirme a mi dormitorio. Pero entonces una imagen
capturó mi atención. Tanto fue así que eché en falta mi cámara fotográfica, guardada
dentro del bolso sobre la cama en la que yo debiera estar descansando, para
capturar una instantánea del tipo que, descamisado, descargaba fardos de hojas
oscuras de un todoterreno. Había varios hombres ayudándole, subiéndolas a otro
vehículo, todos de piel mulata, todos excepto él. Aunque su piel bien podía
haber pasado por oscura, salpicada de barro y grasa, con el atlético torso al
descubierto, los robustos hombros en tensión por el esfuerzo físico y la
musculatura abdominal tan marcada que provocó que me asaltase una insana
urgencia por comer chocolate. Su único atuendo era un pantalón beige hecho
trizas y un sombrero tipo cowboy marrón bajo el que resplandecía su cabello
rubio.
Contemplé con éxtasis cómo los músculos de su espalda de
nadador se estiraban y contraían cuando alzaba la pesada carga. La sensual prominencia
de sus oblicuos al girarse y el contorno de sus nalgas prietas bajo lo que
quedaba de su pantalón desgarrado, me hicieron sentir inmersa en algún tipo de hipnosis
erótica. Cómo podía estar tan bueno sin romperse en dos.
Delia miró en mi misma dirección intentando adivinar qué
me tenía tan cautivada y al descubrirlo, sus labios se apretaron en un mohín de
disgusto.
—¡Mi jeep! ¡Me lo están
destrozando! —bramó caminando apresurada hacia los trabajadores, y yo la seguí.
Se detuvo justo frente a ellos, los jóvenes
de piel mulata se volvieron
descubriéndose de sus maltrechos sombreros de paja como saludo al verla
llegar. El hombre rubio, en cambio, continuó empujando un pedazo de tubería de
goma hasta tirarlo al suelo, casi a nuestros pies.
—¿Para esto querías mi jeep?
¿Para ensuciarlo? —exigió furiosa, dirigiéndose al cowboy que enfocó sus ojos en ella por primera vez, dos profundos
abismos marinos, azules, profundos, infinitos.
—Para arreglar el problema de
riego que ha hecho que se pudran todas estas plantas, señora —afirmó indicando hacia
los fardos de hojas secas—. La camioneta nunca habría llegado hasta la cima.
—¡Pues te subes a caballo o
vas andando! ¿Sabes cuánto costará sacar el barro de esos asientos? Mucho
dinero…
—Para eso lo gana su marido,
señora. El señor Ríos me dijo que debía solucionar el problema a toda costa y
es lo que he hecho —respondió con una actitud muy distinta a los sirvientes de
la mansión Ríos, casi desafiante. Si aquel era uno más de sus trabajadores, no
lo parecía.
—Estoy de demasiado buen
humor, Hans, para que me lo estropees —advirtió mientras yo les observaba
discutir en silencio, contemplando con detenimiento, mucho más de cerca, al tal
Hans. Una seductora barba de varios días cubría su mentón cuadrado, su rostro
estaba tostado por el sol, así como en su formidable torso bronceado y poseía
unos brazos capaces de aplastar a un oso. Lo cierto es que era mucho más guapo
y mucho más hombre, por llamarlo de
alguna manera, que la mitad de los modelos que yo había fotografiado a lo largo
de mi carrera.
—Sí, ya veo que ha traído a
una nueva cazadora —dijo entre
dientes provocando risas de colegueo entre el resto de trabajadores, aunque
ambas pudimos oírle perfectamente.
—Hans, sé que mi marido te
consiente todo, pero no te atrevas a desafiarme. La señorita Jenssen es mi
invitada y como tal la trataréis, ¿algún problema?
—En absoluto.
—Y quítate el gorro para
hablar conmigo —ordenó autoritaria provocando que el tal Hans saltase del jeep,
sorprendiéndonos, y situándose frente a ambas se desprendió del sombrero.
—Por supuesto, señora —marcó la palabra con un nada
discreto retintín—. Encantado de
conocerla, señorita Jenssen —dijo escrutándome con su mirada azul con una
intensidad tal que habría provocado que se me derritiese hasta el esmalte de
uñas de haber llevado. Permaneció mirándome, con fijeza, en silencio, durante
unos segundos eternos.
—Está bien, nos marchamos…
—dijo Delia agarrándome de la mano, tirando de mí de regreso hacia la mansión
Ríos.
—¿Qué ha querido decir con
eso de que soy una cazadora? —pregunté a mi amiga en cuanto estuvimos lo
suficientemente lejos como para que no pudiesen oírnos.
—Nada, estupideces de estos
hombres que son medio salvajes.
—Pero él no es dominicano,
¿verdad?
—No, es norteamericano, ¿no se nota? Malditos
yanquis engreídos… Parece que se cree que va a heredar la plantación. Y la
culpa es de mi marido que se lo consiente, y todo porque le salvó la vida.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a María José Tirado por la presentación.
Me gusta mucho esta escritora, me apunto el libro que aún no lo he leído, gracias.
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