Ficha del libro |
A pesar de todo, el impenitente solterón se siente cada día más cautivado por la detective, pero ¿y Georgina? ¿Qué es lo que siente en realidad por aquel atractivo profesor?
Los personajes nos hablan de la novela:
Me llamo Stephen Allen, cuarenta y alguno, soltero y sin compromiso, aunque en los últimos tiempos salgo a menudo con mi colega, Sarah Thomas. Vivo en una encantadora casita de piedra en el interior del recinto del New College, en Oxford, donde ejerzo de catedrático de Historia Antigua.
Mi vida, llena de retos intelectuales, era tranquila, sencilla y sin sobresaltos hasta que llegó ella y lo puso todo patas arriba. Excesivamente segura de sí misma, obstinada, marimandona... no para de darme órdenes a pesar de que no me llega ni a la barbilla; además, detesto cuando me mira con superioridad con esos burlones ojos grises. No, no me gusta un pelo la detective Taylor, pero me veo obligado a aguantarla en mi casa hasta que termine una importante investigación que está llevando a cabo.
Está bien, lo admito. Nadie ha dicho que no sea guapa ni que ese diminuto tatuaje que luce justo encima de su cadera derecha no me provoque ciertos pensamientos... extraños, por decirlo de alguna manera, pero de ahí a que alguien pueda pensar que me siento atraído por ella. ¡Demonios, es lo más absurdo que he oído jamás!
***
Hola soy George. Bueno, en realidad, mi verdadero nombre es Georgina, pero odio que me llamen así. Soy detective de Scotland Yard y ahora mismo estoy inmersa en la investigación de la desaparición de una famosa obra de arte. ¿Que qué pienso del profesor Allen...? Voy a ser sincera: cuando lo conocí no podía creer lo que veían mis ojos; ante mí tenía el tipo más inmenso y más desastrado con el que me había topado mi vida. Su peinado era indescriptible, llevaba gafas de culo de vaso y una ropa que parecía robada de un museo. Pero no eran solo sus ropas las que estaban anticuadas, ¡por Dios, jamás había conocido a un hombre con unos conceptos sobre la vida tan trasnochados! Sin embargo, reconozco que a veces, cuando se empeña en cuidarme y protegerme, resulta de lo más tierno, incluso reconozco que hay momentos en que siento deseos de... de... ¡De nada! El profesor y yo no podemos ser más diferentes. En cuanto termine con esta investigación estoy segura de que nuestros caminos jamás volverán a cruzarse.
Una escena que abra el apetito:
Stephen se despertó
muerto de sed. Miró el reloj despertador de su mesilla y vio que marcaba las
dos de la madrugada. Maldiciendo las dos pintas que se había bebido, se levantó,
tanteó en la mesilla de noche hasta que tocó sus gafas, se las puso y, sin
hacer ruido, bajó con cuidado la escalera y se dirigió a la cocina. Le
sorprendió ver que la luz estaba encendida y al cruzar el umbral de la puerta
se detuvo en seco.
La detective Taylor,
luciendo unos pantalones cortos de algodón que dejaban a la vista sus
maravillosas piernas, se inclinaba para sacar algo de la nevera. Una vez más,
Stephen percibió la mariposa azul que tenía tatuada en lo alto de la cadera y
notó que empezaba a hiperventilar. ¡Santo Dios! Ese tatuaje lo incitaba a todo
tipo de pensamientos lascivos y los dedos le hormigueaban por el deseo de
tocarlo.
En ese momento,
Georgina se percató de su presencia, se irguió y se dio la vuelta con una
tableta de chocolate en la mano.
—Buenas noches,
profesor, ¿tú tampoco puedes dormir?
Incapaz de contestar,
Stephen se limitó a negar con la cabeza. Al contemplar el modo en que la
camiseta de tirantes se ajustaba a sus firmes pechos y los silueteaba de forma
provocativa, sintió que ahora le faltaba el aire. Frunció el ceño con fuerza y,
a duras penas, logró decir:
—No deberías pasearte
medio desnuda por la casa, resulta escandaloso.
Georgina bajó la
cabeza y deslizó la mirada por su propio cuerpo, perpleja.
—No sé qué puede tener
de escandaloso este viejo pijama.
Al oírla, el profesor
replicó con expresión impaciente:
—Te recuerdo,
Georgina, que, en realidad, no nos une ningún tipo de parentesco y que yo soy
un hombre, aunque en ocasiones tú parezcas ponerlo en duda. Si alguien entrara
en este instante, no creería ni por un momento que tú y yo no somos amantes.
—Así que lo que te
preocupa es tu buen nombre —contestó ella y alzó una ceja, divertida, mientras
se llevaba otra onza de chocolate a la boca.
Irritado, Stephen se
dirigió a la nevera y sacó una jarra de agua. Vertió un poco en un vaso y bebió
despacio hasta que consideró que había recuperado el control necesario para
responder:
—Quizá sea tu buen
nombre lo que me preocupa.
La detective lo miró,
al tiempo que tomaba nota del conservador pijama de rayas y del pelo castaño
cobrizo, aún más revuelto que de costumbre.
—Querido profesor, no
sé en qué mundo vives. Por si no te has dado cuenta, en estos tiempos las
mujeres pueden hacer lo que quieran sin pensar en el qué dirán. Lo de conservar
el buen nombre de una pasó a la historia hace años, gracias a Dios.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Isabel Keats por la presentación.
Gracias a vosotras, ha quedado genial!!
ResponderEliminarme ha gustado muchisimo, gracias por esta presentacion muy original como siempre. Yo desde luego recomiendo esta novela, me parecio divertida, y romantica, para mi Stephen es tan dulce que quiero uno. Una novela que vale la pena leer.
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