Necesito fango.
Me sumerjo en un baño de sales aromáticas, con una mascarilla de lodo del Mar Muerto mientras saboreo una bolsa de quitapenas con chili y escucho a Pablo López, su melodiosa voz me sosiega e intento concentrarme en lo guapo que es para evitar pensar en la desagradable cara de Bosco. Sin embargo, el llanto vuelve a desatarse y me atraganto con las patatas, trago jabón y algo de barro. No puedo resultar más patética así que me hundo por completo en el agua y medito unos segundos sobre la calma silenciosa que sientes cuando te aíslas del mundo. Para qué seguir, qué sentido tiene todo ahora, ¡estoy sola! Mi corazón está deshecho, abandonado, engañado, traicionado… huérfano.
—¡Señorita Lili! El Señor Ricardo la está esperando abajo.
“Joder, se me había olvidado”.
Don Ricardo, que es ahora es mi tutor legal y albacea, me ha visto crecer, me sigue llamando “Pequeña Lili”, tal y como hacía mi padre.
—¡Menudo susto nos has dado! Tienes que pensar un poco más, no puedes hacer otra vez lo de esta mañana. No, mientras no se sepa quién ha matado a tu padre ni con qué motivos. Debes ser más cauta, ya no eres una niña.
Me siento frente a él en el sofá del salón y me rodeo de los cojines que él aparta molesto.
—Te advierto: lo que vengo a decirte no te va a gustar pero no es idea mía, sino de tu padre.
Me pongo en alerta. Mi padre podía ser un genio con sus innovadoras ideas en el ámbito científico pero en lo que se refería a la vida, para ser más concreto en lo que se refería a mi vida, era un desastre. A saber cuál fue su último deseo…
—Tu padre decidió que debías tener un guardaespaldas. Las veinticuatro horas del día.
—¿Cómo? —siento un disparo en la frente directo de la boca de Don Ricardo que
no parpadea—. ¡Eso no es tener un guardaespaldas sino llevar una segunda sombra! De ninguna manera estoy dispuesta a eso —de repente, siento que se me cierra la garganta y que el aire no entra en mis pulmones.
—No tienes otra opción. Mientras seas menor de edad tendrás un guardaespaldas, así lo decidió tu padre y así lo voy a respetar yo, como tutor tuyo que soy ahora, y como abogado y amigo suyo que era.
Sé que mi boca empieza a hacer pucheros. Eso arruina mi estrategia de hacerme la adulta. Ahora soy Lili la huérfana, Lili la cornuda, Lili … la que necesita un niñero.
—Pequeña Lili, tampoco es para tanto, apenas te quedan unas semanas para cumplir la mayoría de edad. Para entonces espero que la policía haya descubierto lo que le ha pasado a tu padre.
Llaman a la puerta principal y, para evitar agredirle con uno de los numerosos cojines que están a mi alcance, me levanto y voy a abrir yo misma.¡Lo que me faltaba para hundirme más en la miseria, un guardaespaldas!
La luz del exterior ciega mis ojos. No sé si proviene del sol o si son los múltiples flashes que se cuelan por el seto que rodea mi casa. Me pregunto qué interés tendrán los paparazzis en fotografiarlo continuamente.
Frente a mí tengo a un hombre trajeado con expresión seria que oculta sus ojos tras unas Rayban negras. Cuando me dispongo a preguntarle cómo demonios se ha saltado la seguridad para llegar hasta la puerta de mi casa oigo que me llaman a lo lejos.
—¡Lili!
Ladeo mi cabeza para mirar por detrás de él y veo a Bosco, junto a la fuente que hay en el centro del jardín y con la mano alzada para atraer mi atención.
“Será cabrón… ¡Cómo se atreve a venir a mi casa después de enredar su lengua con la de esa pedazo de golfa!”
Claro, él no sabe que le he visto, no tiene ni idea de que sé que es un asqueroso, rastrero e infiel pedazo de escoria humana. No me lo pienso dos veces y me abalanzo sobre el que deduzco que es un paparazzi escurridizo para aplastar mi boca contra la suya.
—¿Pero qué haces, Lili?
Ricardo me separa de un tirón cortando mi impulsivo beso con el extraño, entonces puedo ver a Bosco que, ante lo que acaba de ver, ha perdido el equilibrio y está a punto de meter su cabeza bajo el chorro de agua, el que sale del pito del Serafín de piedra florentina.
—¡Es tu escolta, Lili!
Al oír aquello es cuando presto atención al hombre que tengo frente a mí. Se está limpiando con un impoluto pañuelo blanco los restos de mi mascarilla lodosa con cara de pocos amigos.
Vale que el beso no ha sido estupendo pero tampoco es para ponerse así.
—¿Mi guardaespaldas? —pregunto estupefacta.
—Hola, soy Danielh
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Elena Castillo Castro por la presentación.