domingo, 16 de octubre de 2016

El rincón del escritor: Romina Naranjo nos presenta Acróbata

Acróbata es una historia de superación. Hay amor y relaciones que nacen y cambian por parte de todos los protagonistas, de distintas edades, aunque es la historia juvenil de Nanette y Falk la que lleva el peso de la trama principal.

Dejando el amor aparte, cada personaje tiene un reto que superar, un miedo que vencer y un camino nuevo para recorrer. A lo largo de la novela, van enfrentándose a distintas situaciones que les harán cambiar, evolucionar y, al final, encontrar el camino a la felicidad.

Acróbata habla de segundas oportunidades, de nuevos caminos que tomar y de puertas que se cierran solo para guiarnos en una dirección completamente nueva.

Sinopsis

Hay veces en que un tropiezo fortuito, puede conllevar el final de tu vida tal y como la conocías… o tal vez, el comienzo de algo totalmente nuevo que está por llegar. 
Para Nanette Chase, que ha dedicado casi la mitad de su corta existencia a la gimnasia artística, caerse de la barra de equilibrios en mitad de una exhibición supone una ruptura radical con todas sus esperanzas y sueños.
Fuera de la competición nacional para la que ha estado preparándose, y tratando de huir de las iras de una madre que refleja en ella sus frustraciones pasadas, marcha con su padre a Kendall, un pueblecito al sur de Florida, donde se rodeará de un grupo variado de personas que la ayudarán a sanar sus heridas y a mostrarse como es en realidad.

Allí conocerá a Falk Heiser, un joven que como ella, carga sobre los hombros un peso más grande que él mismo. Aprenderá que, en ocasiones, hacer sonreír a otro puede ayudarnos a curar nuestras propias decepciones... Y quizá, hacernos alcanzar la felicidad.

No debes tener miedo a caer… solo debes ser capaz de volver a levantarte.

Tablero Acróbata en Pinterest: https://es.pinterest.com/miranda_naranjo/acr%C3%B3bata/


Ficha del libro





Los personajes nos hablan de la novela:

Soy Falk Heiser. De madre española y padre alemán, lo cual sé por mi apellido, porque nunca le conocí. Un amor de verano, me contó mi madre, y yo decidí dejarlo así.
Tengo 19 años y actualmente trabajo como chapuzas en la casa de huéspedes de Denis O’Brien, hago de todo un poco. Mi madre es la cocinera pero ahora mismo está en casa, enferma. No quiero hablar de eso.
Vivo en Kendall, un pueblecito de Florida. Playa, verano constante, amigos de toda la vida y mucho tiempo para pensar. Parece bastante idílico pero la verdad es que veo el tiempo pasar, encerrado entre las cuatro paredes de mi casa, cuidando de mi madre y sintiendo como todo el mundo avanza menos yo.
Quiero estudiar, pero la universidad ha sido pospuesta tantas veces que… no sé si pueda retomarlo. No sé qué será de mí cuando pase… lo que tenga que pasar.
¿Qué más queréis saber de mí? Llevo el pelo muy largo en una coleta, seguro que os habéis fijado. Las chicas se quedan mirando y cuchichean. La verdad es que mi melena tiene una razón de ser, la llevo y la cuido por una promesa, pero no puedo contárosla.
También tengo un tatuaje en el brazo, un águila con las alas extendidas y las garras punzantes creando la ilusión de que se clavan en la piel. Supongo que la envidio, por eso de volar, alejarse, empezar de nuevo…
Los comienzos llegan cuando menos te lo esperas. Así fui como la conocía  ella.
Nanette… joder, tiene un nombre tan complicado que jamás seré capaz de usarlo para referirme a ella. Yo la llamo acróbata. Al principio me lanzaba miradas asesinas, pero sé que ha terminado por gustarle, me mira la boca cuando lo pronuncio y yo solo pienso en besarla hasta que se nos vaya la vida y el aliento.
Pero no está preparada. Puede que no lo esté nunca. O quizá haya venido aquí para convencerse de lo contrario. De que puede. De que necesita hacerlo.
¿Un momento destacable? La primera vez que la vi.
Yo estaba trasteando con mis herramientas. Un triturador atascado para empezar la mañana con energía, ya sabéis… entonces apareció ella. Coño, nunca se me olvidará. Llevaba una camiseta de Harry Potter, unos pantalones de pijama de lunares y un par de esas botas peludas color marrón. El pelo ‘a lo chico’ completamente despeinado y una adorable expresión de no saber dónde narices estaba metida.
Me la habría comido a besos, pero opté por pincharla un poco, para ver de qué pasta estaba hecha. Me devolvió los golpes, y en ese momento supe que, entre nosotros, estaba destinado a pasar algo grande.

Tiró las cuatro paredes entre las que estaba encerrado con un solo movimiento de sus caderas estrechas. Me cambió con solo aparecer.

***

Soy Nanette Chase, 17 años. Vivo en Florida y supongo que lo más destacable de mí es que… soy una fracasada. Una completa perdedora. Doña nadie.
Practico gimnasia artística desde muy pequeña. Influencia materna, supongo. Mi madre estaba destinada a ser algo grande, pero se quedó embarazada de mí y, no solo tuvo que casarse con mi padre, al que carga con el muerto de ser un hombre sin objetivos ni metas, sino que además se vio obligada a dejar su carrera por mi nacimiento.
Le debo cada triunfo y se los cobra con regularidad, por eso, caerme de la barra de equilibrios cuando me jugaba el paso a la competición nacional la apartó de mí. Es lógico, ¿no? Solo me dio a luz para poder brillar a través de mí.
La cosa se puso fea y acabó con mi padre, Joe, en Kendall. Pueblo minúsculo, donde nos acogió su tía Denis, que tiene una casa de huéspedes. Antes de irme de Florida, decidí cortarme la melena y romper con toda el aura de perfección deportiva que mi madre había creado a mi alrededor. No quería nada de eso. No volvería a intentarlo nunca más.
Humillada y hundida es como me conocieron en Kendall. Siendo incapaz de levantar la cabeza después de darme cuenta de que lo único para lo que creía servir, me había explotado en la cara.
Entonces conocí a un idiota que llevaba el pelo a lo indio nativo. Graciosillo y algo petulante. Suele decirme que es incapaz de pronunciar mi nombre y no para de llamarme acróbata. A mí me hierve la sangre de indignación… y también porque… me gusta.
Falk tiene algo especial. Puede que sean esos secretos que esconde y a veces le ensombrecen la mirada, o quizá el que intente ver siempre el lado positivo de todas las cosas, pero me enancha. Su compañía, el que no me juzgue… todo en él me atrae. Fue la primera persona en preguntar cómo estaba yo tras la caída. No el resultado de las pruebas o si podría hacer algo. Solo quería saber si estaba bien.
Creo que podría enamorarme de él, pero con el tipo de matrimonio que tuvieron mis padres, dudo que sea capaz de tener una relación sana. No quiero hacerle daño y yo, desde luego, no podré soportar más dolor aún.
Recuerdo la primera vez que fuimos juntos a la playa. Aquella cita malograda donde estábamos acercándonos y de pronto, tuvo que irse sin más. Su mejor amigo, un idiota redomado, me llevó de vuelta a la casa de huéspedes. Descubrí, en mitad de mi enfado, que Falk cargaba con un peso que casi dejaba el mío en nada y ahí fue cuando supe que no podría apartarme de él.
Estuve segura de que me cambiaría, y eso me daba terror.

Una escena para abrir el apetito:

Esta es la escena completa de la primera vez que Nanette y Falk se ven. Saltan chispas… ¡aunque no de las buenas!

Una mano grande y de piel ligeramente tostada emergió, soltando lo que parecía una llave inglesa dentro de la caja de herramientas. Los dedos tantearon en busca de algo, pero no parecieron encontrarlo, de modo que el individuo se vio obligado a sacar el resto del cuerpo de debajo del mueble, quedándose sentado en el suelo.
Con un trapo que le colgaba del hombro se limpió la otra mano, que estaba negruzca, y procedió a buscar aquello que se le había perdido… hasta que los pies de Nanette ocuparon su campo de visión.
Poco a poco, el desconocido, un joven más o menos de la misma edad que ella, fue ascendiendo la mirada hasta toparse de frente con la cara de Nanette. Ella enrojeció mientras se fijaba en su cara de mandíbula cuadrada, sus ojos azules y aquella larga mata de pelo castaño que llevaba recogida. Una sombra clara de barba remarcaba sus facciones.
El tipo le sonrió y se puso de pie tomando impulso en el fregadero en el que estaba trabajando. Llevaba unos tejanos viejos y una sudadera remangada. Apoyó una indolente cadera en la encimera y dedicó a Nanette una sonrisa de despreocupación que nada tenía que ver con el semblante de absoluto asombro que se había instalado en la cara de ella.
—Curioso atuendo —dijo con una voz marcadamente grave—. No estoy seguro de cómo calificarlo: ¿pijama, barra, algo indeterminado…?
Echándose un rápido vistazo, Nanette se percató de su amplia camiseta de tirantes, ligeramente desteñida y dada de sí, en cuya pechera se podía ver a Harry Potter (el personaje animado, no el actor de las películas) montando en su Saeta de Fuego. Los pantalones, que no iban a juego, eran largos, de color rojo, adornados con puntitos verdes. Luego estaban las botas, y para terminar…
—Me gusta tu peinado; por cierto —declaró el desconocido poniendo palabra a los mayores temores de Nanette—, es, digamos, atrevido…
Temiendo lo peor, se llevó la mano sana a la cabeza, intentando bajar aquellos mechones cortos que se disparaban en todas direcciones. Todavía no controlaba los arranques mañaneros de su nuevo corte de pelo, y, para ser sinceros, ni siquiera había reparado en mirar un espejo antes de bajar. Las mejillas le hicieron juego con los pantalones.
—Tampoco es que tú vayas muy limpio —graznó como defensa esperando ofender a aquel tipo.
—Yo estoy trabajando, tú no tienes excusa. —Lanzó el trapo a la caja con gesto indolente—. Soy Falk, ¿y tú…?
—Yo he venido a desayunar —cortó Nanette—, así que si no te importa…
—Me importa: el triturador está atascado, tengo que limpiar el filtro y me llevará un rato.
—Entonces harías bien en no perder el tiempo charlando con desconocidos.
—Tú eres la única desconocida, yo me he presentado. —Falk cruzó los brazos sobre el pecho, agitando la coleta con consternación—. Mira que vienen maleducadas las niñas hoy en día… ¿Cuántos años tienes, doce?
Aquello fue más de lo que Nanette pudo soportar. Sin saberlo, Falk había hecho diana en uno de sus mayores complejos.
—Tengo diecisiete, para tu información —la voz le salió ronca y se irguió cuanto pudo, que no era mucho, para demostrar con hechos sus palabras—; soy gimnasta.
Él asintió apreciativo. Seguramente debió pensar que aquello explicaba el escaso pecho, la pequeña estatura y todo lo demás. Incluyendo el cabestrillo, quizá. Lo cierto es que para Falk aquella chica recién llegada le parecía más una especie de duende huraño, al que el armario le hubiera vomitado encima, que una deportista.
Aunque ¿qué sabía él? Todo era posible.
—¿Eres huésped de la casa? —intentó conseguir alguna respuesta—. Debes haber llegado hace poco.
—Ayer. —Decidió que, aclarados los puntos principales, no había motivo para ocultar su identidad—. Soy Nanette Chase.
—¿Nanette? ¿En serio? —Falk alzó las manos ennegrecidas en señal de paz cuando ella enarcó las cejas—. Vale, bien. Encantado entonces. ¿Eres pariente de Joe Chase, el sobrino de Denis?
—Su hija.
—De acuerdo. Sois los invitados esperados. —Sonrió de manera más amplia—. Nos dijo que estarían aquí su sobrino y la hija de este, una deportista. No te imaginaba así, la verdad. ¿Cómo te has hecho eso, boxeando?
Nanette se puso tensa y decidió que no tenía por qué dar ninguna explicación a aquel engreído sobre su vida. Si trabajaba ahí, haciendo lo que fuera que necesitara ese triturador para funcionar, más le valía centrarse en sus cosas.
—Soy gimnasta —repitió incómoda por el rumbo que tomaba la conversación—. Hago barra de equilibrio.
—¡Venga ya!, ¿pero eso es un deporte?
Frunciendo el ceño hasta su máximo exponente, Nanette irguió los hombros y recorrió la cocina con paso airado. Más que molesta, tomó un cruasán y cerró la panera con estrépito. Después se dio la vuelta, dispuesta a marcharse de allí y dejar atrás a aquel majadero que tan de mal humor la había puesto con unas escasas frases.
¡Qué se creía! ¿Cómo era capaz de minusvalorar una disciplina que requería tantas horas de duro trabajo y dedicación? Seguramente, ni siquiera sabía lo que era la gimnasia artística; no había más que verlo, allí parado con aquellos brazos gruesos y esas piernas largas. Parecería un mastodonte comparado con cualquiera de sus compañeras de entrenamiento.
Probablemente, la barra se partiría en dos bajo la fuerza de sus arrogantes músculos.
—¡Eh, espera! No quería ofenderte, de verdad. Solo es que me parece raro, ya sabes… Para mí un deporte equivale a correr, perseguir algo redondo…, ese tipo de cosas.
A su pesar, Nanette no se marchó dejándole hablar solo. En lugar de eso, se dio la vuelta con la misma dignidad que si llevara puesto un bonito conjunto y no aquel pijama y le encaró apuntándole con el cruasán.
—Tienes un concepto de deporte bastante limitado. Y simple.
—No te lo discuto —Falk se encogió de hombros—, pero no soy tan estúpido como parezco, así que quizá podrías explicarme un poco de qué va eso de la barra. ¿Corres por ella dando volteretas o algo así? ¡Lo pregunto en serio!
—Búscalo en internet —se zafó Nanette, que no se sentía cómoda con la conversación—: ejercicios de barra de equilibrio punto lo que sea. Ahora, si me disculpas…
Nanette llegó a cruzar la mitad de la cocina antes de detenerse. Al parecer, Falk había vuelto a trastear en aquella caja de herramientas que parecía tener el doble de años de los que debía tener él. Inquieta, le miró por encima del hombro. Él se había agachado, sosteniéndose sobre las piernas flexionadas, y comparaba dos pinzas de distinto tamaño con ojo crítico. Levantó la mirada al sentirse escrutado por ella.
—¿Sí?
—¿Qué clase de nombre es Falk? —preguntó Nanette con desdén.
—Alemán, por parte de padre —respondió con gracia—. Ni siquiera voy a preguntarte de dónde viene el tuyo; soy incapaz de llamarte así.
—¿Qué quieres…? No puedes ser incapaz de llamarme así, ¡ese es mi nombre!
—Creo que te llamaré Nan —decidió Falk volviendo a tumbarse bajo el fregadero, con los anchos hombros acomodados entre las puertas abiertas de los armarios bajos de la cocina—: es más fácil y menos… rarito.
—Mi nombre es Nanette —se aseguró de pronunciar bien las sílabas que lo componían—. No me gustan los diminutivos.
—No creo que sea capaz de llamarte por el entero. No te ofendas.
—¡Pues entonces, simplemente, no me llames!
—De acuerdo —con esfuerzo, Falk presionó con uno de los alicates y metió luego la pinza escogida entre la pieza del triturador y su mano con maestría—, hablamos en otro momento, Nan, ahora estoy muy ocupado.
Frustrada, ella pisó firme con sus desgastadas Ugg y salió de la cocina echando chispas. Ya cruzaba el umbral, dándole la espalda, cuando Falk sacó la cabeza de debajo del fregadero y sonrió en su dirección.

Le parecía que las cosas iban a ponerse muy interesantes a partir de aquel momento en la casa de huéspedes de Denis O’Brien.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Romina Naranjo por la presentación.

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