domingo, 25 de octubre de 2015

El rincón del escritor: José de la Rosa nos presenta Un lugar donde olvidarte

Ficha del libro
Esta es mi novela más difícil. El reto era contar algo que ya se ha contado muchas veces, intentando que tuviera un aire fresco. Si lo conseguí o no te toca a ti decirlo. En verdad fue una necesidad. Coincidí en una boda, en la mesa de los invitados por compromiso, con una psiquiatra que me contó el corazón de esta novela. Transformarlo en un trasunto romántico, explicar el drama desde el punto de vista del amor sin dejar de ver sus aristas, y darle una perspectiva nueva han sido los tres grandes retos.

Ves que no te cuento mucho sobre el tema central, algo con lo que llego a ser pesado hasta la saciedad, pero es que es una clave que quiero que tú descubras.

Vamos con el argumento de este trio amoroso.

Cuando Elena descubre que su vida ha cambiado, toma una determinación en contra de la opinión de todos: seguir adelante olvidando el pasado. Pero no lo va a tener fácil porque Tomás y Alejo, un médico y un fotógrafo, quieren formar parte de su futuro.

Elena necesita centrarse y no puede confiar en ellos. En el primero porque los hombres perfectos, de sonrisa misteriosa y corazón entregado, no existen. En el segundo por su juventud, y porque un viejo refrán dice que la cabra siempre tira al monte.

Ella tendrá que reconstruirse a sí misma y decidir cuál de estos dos deseos incumplidos y con nombre propio tiene cabida en su nueva realidad. 

Mientras tanto ellos no están dispuestos a rendirse y no se lo van a poner fácil. Nada fácil. Uno, porque ella es todo lo que desea y el otro, porque sería el principio perfecto para un nuevo final. Complicado, ¿verdad?

Pasión, ternura, y muchas, muchas fotografías, son los ingredientes de esta novela tierna y emotiva, donde el amor necesita transformarse para seguir siéndolo.





Los personajes nos hablan de la novela: 


Tomás: Me llamo Tomás Soy médico de profesión. Cumpliré treinta y cinco en dos meses por lo que me siento a la mitad de la vida. Quienes son mis amigos dicen que soy un tipo curtido por el mundo y por la vida. Directo y sincero. Yo también lo creo, aunque decir este tipo de cosas de uno mismo no es de buen tono. Arrastro una gran pérdida que no estoy seguro de poder superar.

Cuando vi a Elena en mi consulta… Es preciosa. Me dio vértigo y decidí que cualquier esfuerzo era poco si la recompensa era ella. Elena tiene la belleza justa. Ni excesiva ni tímida, ni extravagante ni vacua. Es la mujer perfecta. Es la mujer que quiero.

No me importó tomar media hora  para atravesar la ciudad, comprar su café favorito y entregárselo a Elena antes de que entrara a trabajar. Así creo que es el amor. Un minuto con ella vale más que una vida sin ella.

Alejo: Los treinta años es un espejismo al que espero no llegar. Hola, mi nombre es Alejo. ¿te tomo una foto? A eso me dedico: Fotógrafo, bohemio y vivido según mi anciana tía. Yo creo que no tanto, pero los abuelos tiene siempre la razón. Soy incapaz de decir que no a una mujer bonita, pero en estos momentos noto que mi vida está llegando a límites que necesitan estar claros.

A pesar de haber estado a punto de matarme, cuando la vi por primera vez me di cuenta de que no se parece a las mujeres con las que he estado y por eso pensé… Es la mujer perfecta. Es la mujer que quiero.

Quizá me emocionó aquella tarde, durante una clase de fotos, los dos bajo la lluvia, muertos de frío pero libres como el agua que empapa nuestra ropa. Así veo yo el amor, sin ataduras.

***

Mi nombre es Elena y siempre me he sentido un contrasentido. Quizá ser rubia y de ojos negros sea una buena muestra de ello. Nada encaja en mí. Soy abogada, pero me vas a conocer en un momento de mi vida donde todo debe comenzar de nuevo y los caminos que se abren ante mí están llenos de sorpresas y desilusiones.

Cuando vi por primera vez a Tomás pensé que es un hombre de quien podría enamorarme, y cuanto más lo he conocido más segura he estado de eso. Pero las cosas no suelen ser fáciles y Tomás debe poner claros muchos aspectos de su vida antes de que él y yo podamos plantearnos, si quiera, vernos de nuevo...

Sobre Alejo… demasiado joven y arriesgado, pero me atrae su sentido de la libertad. Con él no hay barreras, no hay límites, no hay compromiso. Es la palanca perfecta para empezar de nuevo construyendo una vida desde los cimientos. 


Una escena que abra el apetito:

—Le atenderá enseguida —dijo la enfermera desde el mostrador, dedicándole una sonrisa tranquilizadora.
Elena se sobresaltó, pues estaba tan concentrada observando la fotografía que colgaba de la pared que su cabeza había abandonado la sala de espera hacía un buen rato. Se lo agradeció a la enfermera con un gesto de la mano y volvió a aquella imagen de colores rabiosos que había conseguido captar toda su atención. Representaba una pequeña casa en la playa. Era apenas un cuadrado de muros encalados y techos de hojas secas, con una ventana que se abría al océano. Se alzaba casi al pie de la arena, tan cerca del agua que se podría pensar que en las grandes mareas de septiembre el mar entraría bajo los muros encharcándolo todo. Era una imagen serena, pero a la vez llena de vida. Casi se podía sentir el calor sofocante de una tarde de verano, donde la arena se convertía en una parrilla ardiente llena de conchas de mar. Pero lo que de verdad la tenía arrobada de aquella fotografía era su familiaridad. Estaba segura de que conocía aquella casa, aquella playa de arena fina y luz deslumbrante. Y si no fuera así… al menos era un sitio que necesitaba visitar.
—¿Sabe dónde fue tomada esta imagen? —le preguntó a la enfermera.
La mujer levantó la vista del ordenador y la miró sin comprender. Tardó un instante en darse cuenta de a qué se refería.
—Lleva ahí mucho tiempo.
—La luz parece que emana del agua. Es sorprendente.
—¿Por qué me lo pregunta?
Ni ella misma sabía la razón.
—Simple curiosidad. Por cierto…¿Cómo es el doctor?
La enfermera volvió a sonreírle de aquella manera maternal.
—Un hombre del que usted se enamoraría. Al menos eso dicen todas sus pacientes.
Elena sintió que se ruborizaba. No era precisamente eso lo que le había preguntado.
—Vaya, lo dice usted con mucha seguridad, pero me refería a si es un profesional con quien se pueda hablar con sinceridad.
—Es el mejor —respondió la enfermera con absoluta seguridad—, no le quepa duda. Y ahora pase. Ya la está esperando.
Elena volvió a agradecérselo y se pudo de pie. Por un momento se sintió insegura. Aquella cita era algo que había temido desde que se la dieron. Dependían demasiadas cosas de su diagnóstico y casi podría decirse que su vida tomaría un camino u otro según lo que le dijera el doctor.
Se alisó la falda, respiró hondo y, decidida, atravesó la puerta de la consulta.
No tenía el aspecto de otras muchas que había visitado. Las paredes estaban cubiertas de fotografías a color en vez de engolados diplomas médicos. Había un sofá de piel marrón, y una mesa baja donde se apilaban libros de viaje. Una alfombra marroquí de vivos colores y una estantería repleta de libros cuyos lomos decían que ninguno trataba sobre medicina. Solo al fondo, en el ángulo más discreto, estaba la mesa, y tras ella el doctor.
Se había puesto de pie en cuanto la había visto entrar y había salido de su refugio para recibirla. Elena tuvo que admitir que la enfermera tenía razón, aquel hombre era alguien de quien ella se enamoraría sin ningún problema. Era alto y robusto. A pesar de la bata blanca se podía distinguir una espalda ancha y unos brazos moldeados. Por debajo asomaban unos pantalones oscuros, al igual que el cuello se despejaba en una camisa tan blanca como la bata, ligeramente abierta en la embocadura. Tenía la piel tostada, que a esa altura del otoño indicaba que le gustaba la vida al aire libre, quizá los deportes, porque estaba en muy buena forma. Llevaba el cabello muy corto, casi rapado, aun así se apreciaba abundante y de color oscuro. Quizá hoy no se había afeitado y la barba era una sombra tupida alrededor del mentón, solo cortada por una ligera cicatriz que le dividía la barbilla en el lado derecho. La boca firme, marcada por una expresión dura, incluso desdeñosa. Las cejas pobladas, enmarañadas en su nacimiento, donde en aquel momento se fruncían mientras la observaba. Y al fin sus ojos. La miraban con curiosidad, muy atentos a cualquier reacción que Elena pudiera manifestar. Con aquella luz dorada de la tarde eran de un verde transparente, claros y nítidos, cargados de naturaleza. Estaban bordeados por ligeras líneas de expresión que vaticinaban una sonrisa fácil, aunque en aquella ocasión esta no había dado muestras de existir. Parecía muy serio, incluso adusto, lo que no encajaba en un tipo como aquel. Había permanecido cerca de la mesa, mirándola hasta que ella había llegado a su lado. Elena se dio cuenta de que tardó unos segundos en tenderle la mano.
—¿Qué tal se encuentra?
Era una mano grande y nervuda que se ajustó a la suya como si fueran las dos partes de un mismo molde, envolviéndola en su totalidad. Fue como un abrazo cálido, casi familiar.
—Me encuentro muy bien, pero tendrá que confirmarlo usted.
—Por supuesto. Siéntese.
Ella tomó asiento al otro lado de la mesa y él hizo lo mismo. De nuevo Elena percibió aquella tensión. No podía decir de qué se trataba, pero era algo casi palpable. Él había bajado la vista hasta una carpeta abierta sobre la pulida superficie de madera donde Elena pudo leer su propio nombre. Era abultada, repleta de documentos. El médico terminó de repasar algunos: extraños gráficos, listados de analíticas y varios diagnósticos que no significaban nada para ella. Parecía ensimismado en su lectura y Elena aprovechó para estudiarlo más detenidamente. Tenía una nariz recta y rotunda, muy masculina. Hasta ese momento no se había percatado de una pequeña cicatriz junto a la sien derecha, donde el cabello dejaba paso a una línea blanca y nítida. De nuevo pensó que debía ser aficionado algún deporte de riesgo. Lo visualizó bajando por unos rápidos, empapado de agua helada, con la ropa ajustada al cuerpo, lo que la hizo sonreír. Él pareció darse cuenta de lo que ella pensaba, porque su mano se posó justo sobre la cicatriz mientras terminaba de repasar el último informe. Entonces Elena vislumbró una sombra blanquecina en el nacimiento del dedo corazón. Era tan difusa que casi había desaparecido, pero era evidente que allí hubo una alianza hasta no hacía demasiado tiempo. Le hubiera gustado saber más de él, incluso de aquella mujer de quien era evidente que necesitaba olvidarse, sin embargo decidió que debía centrarse en lo que la había llevado allí.
—Doctor, yo…
—Llámame Tomás —dijo él mirándola a los ojos—. Y si no es un inconveniente para ti me gustaría que nos tuteáramos.
—Gracias. Eso hace más fácil mi visita —y ahí iba la pregunta que había temido hacer—. ¿Qué tal está todo?
—Primero quería preguntarte si estás segura con la decisión que has tomado. Es, cuanto menos, inaudita.
—Tan segura como es posible estarlo.
—¿Comprendes las implicaciones que conlleva?
—Sí.
—Por nuestra parte hemos hecho hasta donde hemos podido. Tu gestor se ha encargado del resto. Espero que todo vaya como deseas.
—Ya me han informado.
Él se reclinó hacia detrás y exhaló un ligero suspiro.
—En cuanto a tu salud, debemos ser cautelosos, pero en principio no tienes por qué preocuparte.
Elena lo había oído perfectamente, pero necesitaba que fuera más concreto.
—¿Y eso significa..?
Él ahora sí sonrió, una sonrisa ligera que aportaba un aire diferente a su expresión hosca, y Elena descubrió que aquellas líneas de expresión se llenaban de vida aportándole al rostro u aire aún más seductor aunque lleno de cuidado.
—Significa que puedes hacer de ahora en adelante tu vida normal. Nada de excesos, por supuesto, pero intenta relajarte y disfrutar.
—Eso suena muy sugerente, pero también complicado.
—Déjate llevar. No es que sea el mejor consejo médico, pero creo que en tu caso servirá.
Casi no se lo creía. En su cabeza se había dibujado un panorama bastante oscuro, y eso siendo optimista.
—¿Nada de medicinas, ni terapias ni pinchazos?
Él volvió a sonreír de aquella forma fugaz.
—Comida sana, aire libre y tranquilidad.
—¿Eso es todo?
—Por ahora —se inclinó de nuevo sobre la mesa—. Pero me gustaría verte en un par de semanas.
Aquella visita había sido infinitamente más gratificante de lo que ni en sus mejores sueños había esperado. Si tenía que venir una vez al día lo haría. No solo se llevaría una buena noticia sino que podría contemplar a aquel ejemplar tan bien parecido.
Elena se puso de pie. En verdad necesitaba marcharse cuanto antes. No quería escuchar ningún «pero» tras la buena noticia.
—Aquí me tendrás —otra vez le tendió la mano—. Ha sido un placer.
—Te aseguro que ha sido mío.
Él se la estrechó, pero ahora fue mucho más fugaz. Elena iba a marcharse cuando se dio cuenta de que necesitaba algo más de él.
—¿Puedo darte un beso? —le dijo a pesar de que sus mejillas se volvieron rosadas—. Tenía tanto miedo de que me mandaras a un hospital, o que me llenaras la cabeza y el pecho de electrodos…
Él también parecía turbado. Elena se dio cuenta de cómo tragaba y se humedecía los labios.
—No acostumbro a besar a mis pacientes, pero en este caso haremos una excepción.
Elena se acercó hasta él. Tubo que alzarse para depositarle un beso en la mejilla. Él a la vez se agachó para ayudarla en su gesto y el beso se posó muy cerca de la comisura de los labios. Fue tan cálido y fugaz que antes de empezar ya había terminado. Cuando se separaron él seguía igual de aturdido. Tanto que hasta le costaba dificultad mirarla a los ojos.
—Gracias de nuevo —dijo ella cerca de la puerta.
—Intenta ser feliz —oyó cuando ya salía por la puerta sabiendo que se aplicaría en aquel consejo.


Desde LecturAdictiva damos las gracias a José de la Rosa por la presentación.

2 comentarios:

  1. Este autor tiene una forma de presentar sus libros que no te queda mas remedio que correr a comprar el libro.
    Me ha encantado todo lo que he leído. Una presentación estupenda.
    Muchas gracias.

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  2. Aisss que suspiro..... lo tengo claro. Lo voy a leer

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