domingo, 13 de septiembre de 2015

El rincón del escritor: Elena Garquin nos presenta Casualmente Valentina

Ficha del libro
Hola a todos!!
En primer lugar, agradecer a las chicas de Lecturadictiva por ofrecerme la posibilidad de daros a conocer a los protagonistas de CASUALMENTE VALENTINA, mi última novela publicada. No tengo palabras para alabar su trabajo. Solo os diré que espero que a vosotros, los lectores, os guste. Aquí os dejo un pequeño resumen de la trama, antes de meterme con Rafael y Valentina.

***

Benavente, 1886. A Rafael Mejía la vida le sonríe. Es un hombre de éxito, joven, atractivo y arrogante, y acostumbra a conseguir lo que quiere en un abrir y cerrar de ojos, tanto en los negocios como en el placer.
Valentina, la humilde empleada de una posada de dudosa reputación, será su siguiente víctima. Una muchacha tan dulce como hermosa por quien se siente irremediablemente atraído, hasta el punto de convertirla en la principal candidata para ocupar su cama, sin imaginar que, con ella, comenzarán sus problemas.
Para Valentina, la impactante aparición de Mejía provoca un enorme cataclismo en su apacible vida. Resuelta a no sucumbir al enorme embrujo que ejerce sobre ella, combatirá su oscuro atractivo de la única forma posible: conquistando un duro corazón que él presume de no poseer.
Desde los fastuosos salones del Casino de Benavente hasta el oculto corazón de la sierra de la Culebra, Valentina seguirá a Mejía en un viaje plagado de peligros y sombras de los que Rafael la intentará alejar, pero ¿será capaz de eludir con la misma fuerza el poder del amor?



Los personajes nos hablan de la novela:


Hola. Me llamo Rafael Mejía (aclaración para todo el que a estas alturas no me conozca, que debería conocerme…). Pese a mi juventud, ostento mucho poder dentro de una villa como la de Benavente, ya que tengo en propiedad un negocio muy próspero, junto con mi amigo Santiago, que da trabajo a media población masculina de Benavente. Eso por no hablar de los peones que cuidan mis viñedos
y… En fin, que podría seguir hasta el infinito y más allá, si no fuera porque cierta pelirroja con pecas y unos ojos angelicales se me cuela constantemente en mis pensamientos, en mi soberbia habitual, en mi petulancia y, sobre todo, en mi corazón.
Porque yo también tengo uno. Y ella se encargó de recordármelo desde el día en que la conocí, después de recibir un golpe en la cabeza tan fuerte que creí que formaba parte de un sueño.
Pronto comprobé que Valentina no era como las demás. Mi encanto personal no parece afectarla como yo desearía. Su apariencia frágil y hermosa chocaba frontalmente con una determinación a salirse con la suya que yo jamás conocí en una mujer. Es valiente, decidida y, sobre todo, muy sorprendente. Tiene unas ideas muy extrañas acerca de los besos, pero interesantes. Agudizan mi empeño en tenerla en mi cama. Además, no monta escenas de lloros, ni de celos, ni de indignación… Solo me mira con el ceño fruncido y yo me achico como en mis partidas de cartas. 
¿Que si me pone en mi sitio? Mira que me resisto e intento imponerme como hombre que soy, pero tiene unos ojos tan azules, tan grandes, un cuerpo tan atrayente, una voz tan fresca y una lengua con un filo tan fino que… ¡Ay, Dios, que me pierdo! 

Nunca fui tan vulnerable a los encantos de una mujer. De hecho, nunca fui vulnerable a nada hasta que el destino la puso en mi camino. Pero ahora tengo miedo de todo. Temo por ella, porque su natural inclinación a meterse en problemas me va a obligar a comportarme como un caballero, pero sobre todo, temo por mí. Y es que no parezco yo cuando la tengo delante…


***

El día que este hombre no sea él, los cerdos volarán, os lo digo yo.
A todo esto, me llamo Valentina, y trabajo en una posada donde se realizan trabajos varios, todos dirigidos al bienestar de la clientela, que casi siempre es masculina. Allí conocí a Rafael Mejía, uno de los hombres más importantes de la villa, y tan guapo como insufrible. Creo firmemente que hasta que yo me topé con él, nadie había tenido a bien decirle que no es el ombligo del mundo. Es arrogante, pagado de sí mismo y vanidoso a más no poder, pero lo es con tanta naturalidad y
sencillez, que terminas por cogerle cariño.
¿Cariño? Bueno, lo mismo me he quedado corta. Porque debajo de toda esa fachada hay un corazón enorme, un arraigado sentido del deber y un concepto del honor tan alto que Rafael terminará haciendo aquello que nunca pensó: enamorarse.
Claro que me ha costado lo mío domar al caballo bajo mis condiciones sin que él se dé cuenta. No estoy dispuesta a achantarme a sus requerimientos, ni tampoco a revelarle lo que provoca en mí su sola presencia. Eso no haría más que engordar su orgullo masculino, ¿no creéis?
Es mucho mejor hacerse la dura. No perder los nervios cuando ordena e incluso hacerle creer que cumpliré esas órdenes sin rechistar… Aunque termina haciendo lo que yo, y solo yo, considere conveniente.
Eso también me cuesta lo mío. Porque sus encantos hacen estragos en mi voluntad. Tiene un hoyuelo en la barbilla absolutamente irresistible, una sonrisa que derrite el invierno al completo, y unos ojos ambarinos que se llenan de fuego cuando me miran. Y me miran mucho. Tanto, que al final terminaré por caer en sus redes.
O no. Aún recuerdo su primer intento por tomar mis labios, pese a mi regla sagrada de no besar jamás a un hombre en la boca. Fue después de una aparatosa caída en el patio de la posada que…
¡Todavía me río al recordarlo! En esa ocasión, me dijo que terminaría por ser suya. Ahora, pensándolo mejor, reconozco que no andaba muy desencaminado…



Una escena que abra el apetito:

En este caso, dos, para que abráis doblemente el apetito, jajajajaja!!:

«—No permitiré que juegues conmigo de este modo. —Nunca nada le había costado tanto trabajo como desprenderse de aquellas caricias, armada con todo su orgullo—. Ya me hiciste daño una vez. Necesito que seas consecuente.
¡Al maldito demonio! Rafael se negó a controlarse más. Ardía por ella y la tendría. A cualquier precio.
—¡Condenada muchacha! —gimió desesperado, con los puños apretados para contener el flujo sanguíneo que ahora castigaba su ingle—. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que me arrepiento de lo ocurrido ayer? ¡Sí, tengo remordimientos y te pido disculpas! ¿Que soy el culpable de que Chacón te pusiera las manos encima? ¡Nunca terminaré de echármelo en cara! ¿Que hace un momento me comporté como un pazguato en tu alcoba, regañándote como si fueras una niña malcriada? ¡Lo reconozco, maldita sea! —Se acercó a ella con un gruñido y tomó su rostro entre las manos—. ¿Quieres que te suplique para que no te vayas? ¡Por favor, quédate conmigo! No me dejes dormir, ni comer, ni pensar en otra cosa que no seas tú. Permanece en mi vida y llénala de encantadores imprevistos. Pero no te vayas. —Los delicados labios se abrieron para lanzar una respuesta, pero él los llenó con el sabor salado de su boca, con la embestida profunda de su lengua. No quiso arriesgarse a otra negativa cuando, tan repentinamente como había comenzado a besarla, dejó de hacerlo—. He sido un completo estúpido por ignorar lo evidente. Siento mucho haberte herido, Tina. — Suspiró y repasó su mentón con la yema del pulgar—. Dime que te he convencido, por favor.
Parecía un niño asustado, esperando una respuesta. Pero era un hombre impetuoso que acababa de robarle hasta el último aliento.
—T-Te has acercado bastante —barbotó Valentina.
—Bien. Con eso me basta.
Sin más preámbulos, la arrastró hasta el caballo y montó tras ella. 
—¡Mejía! ¿Qué haces? ¿A dónde vamos?
—Contestaré tus preguntas más tarde. Ahora estoy demasiado excitado como para hacerlo con coherencia».

«—¿Eso es lo que harás conmigo? ¿Dejarme cuando ya no te interese?
Con una indescifrable maldición, Rafael detuvo el caballo y la giró hacia él. La expresión de sus ojos le dolió como una profunda dentellada en el alma.
—Mírame, Valentina —pidió, intentando ocultar una creciente e inesperada angustia.
—Es lo que hago, Mejía.
—Dime: ¿qué ves?
—Un hombre —respondió, frunciendo el ceño sin comprender.
—No cualquier hombre. No me dejo llevar por los mismos dictados que el resto.
—Eso no te hace mejor ni peor que los demás. Solo diferente.
El semblante de Rafael tomó una expresión desconocida, antes de besarla con dureza. Introduciendo la lengua en su boca sin permitirle responder, como si quisiera marcar los límites y grabar a fuego su codicia.
—Soy diferente —enfatizó con rudeza—. Pero cercenaría cualquier parte de mi cuerpo antes de hacerte daño. Pude tomarte mucho antes, sin importarme que tú estuvieras de acuerdo. No lo hice porque tu opinión me importa demasiado. No soportaría que me odiases. Solo quiero que estés bien conmigo. Quédate con eso y no me pidas más, por favor. 
Acababa de hacer su mayor confesión, y ni siquiera se había dado cuenta. Parecía un ruego desesperado. Y Valentina decidió atenderlo. Él siempre le había dejado claras sus intenciones. Ahora quería tenerla a su lado. Con todas las concesiones posibles, pero sin la más importante para ella.
Suspiró para relajar la tensión inoportuna que casi le impedía respirar. 
Sabía que aquella iba a ser la tarea más complicada».



Desde LecturAdictiva damos las gracias a Elena Garquin por la presentación.







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