Ficha del libro |
Martina es profesora de educación infantil, divorciada y con un hijo de ocho años. Es feliz con su vida tranquila, sin más sobresaltos que las citas a ciegas que su amiga Carla le organiza.
Ander es instructor náutico y le gusta vivir la vida sin comprometerse, disfrutando del mar y de los amigos.
Pero todo cambia cuando Martina se muda al edificio y tropieza con Ander, su simpático y atractivo vecino, por el que se sentirá fuertemente atraída. Él, por su parte, intentará conquistar a esa vecina que lo excita tanto.
Sin embargo, los diez años que los separan escandalizarán a quienes los rodean, porque cuando el más joven es él...
Los personajes nos hablan de la novela:
¡Hola! Soy Ander Uribe, instructor náutico.
He conocido a mi vecina del segundo. Hay que joderse, es profesora. ¡Mi fantasía hecha realidad! Y no está nada mal. Tiene unos preciosos ojos color miel que me miran con severidad. ¡Si supiera lo mucho que me pone cada vez que lo hace…! Sé que es mayor que yo, pero no es algo que me preocupe demasiado.
Disfruto mucho cuando bajo a su casa y juego con Jon, su hijo. Me cae muy bien el chaval. Él no es consciente, pero me está facilitando las cosas para estar más tiempo con su madre. Con los dos, en realidad, y cada día me gustan más esos ratos. Creo que el capullo de su exmarido le ha quitado confianza en sí misma.
Me encanta decirle a la profe cosas subidas de tono y ver cómo se ruboriza. Se nota que, pese a su edad, tiene poca experiencia con los hombres. Si imaginara lo mucho que sueño con lo que le haré el día que, por fin, la tenga en mi cama, se sonrojaría hasta las uñas de los pies. Espero que no me haga esperar mucho.
Por el momento me contento con provocarla a la menor ocasión mientras espero que el viento cambie y pueda llevar a cabo todos esos sueños.
***
¡Buenos días! Mi nombre es Martina López, soy profesora de primaria, divorciada y con un hijo de siete años.
Cualquiera que supiera lo que sueño con mi vecinito del ático se llevaría las manos a la cabeza. Tengo treinta y ocho años y nunca me había sentido tan atraída por un hombre más joven que yo. ¡Es un yogurín, por Dios! Claro que Ander a veces me hace olvidar su edad, y con ese pico de oro que tiene es capaz de seducir a una santa.
Nuestra presentación no fue lo más glamoroso del mundo. Aún me ruborizo al recordarlo. Si no hubiera sido por esos ojos que tiene, tan azules como luces de neón, habría visto al perrito y no habría terminado en el suelo como una patosa. Ni mi bolso habría vomitado todo su contenido, incluido el vibrador que me acababa de regalar Carla por mi cumpleaños.
Me gustaría pensar que Ander solo es un jovenzuelo con las hormonas revolucionadas, pero es mucho más que eso. Es amable y dispuesto a ayudar, tanto a mí como a Jon, que está encantado con sus visitas.
Lástima que a mí su presencia, sus ojos y ese cuerpo de modelo de ropa interior me hagan sentir cosas que no debería. A veces me pregunto ¿qué pasaría si me dejara llevar por el deseo?
Una escena que abra el apetito:
“«Hay mañanas en las que deberías
haberte quedado en la cama», pensó Martina, mientras veía, impotente, como se
desperdigaba el contenido de su bolso por el suelo.
Había tropezado con una bola
pequeña y peluda, que se escurrió entre sus tobillos al tiempo que ella entraba
en el portal. Ahora estaba en el suelo, intentando levantarse y muerta de
vergüenza. El sentido del ridículo suele aparecer cuando hay alguien para
verlo. Y claro, allí estaba él. Un joven de ojos tan azules que hubieran hecho
llorar de envidia al mismísimo Paul Newman.
El motivo de su vergüenza no era
haberse caído cual árbol recién talado; eso era lo de menos. La razón era el
vibrador que su amiga Carla le había regalado ese día por su cumpleaños y que
ahora, en marcha, reptaba por aquel suelo de mármol como si fuera un gusano
epiléptico.
—Lo siento mucho. ¿Te has hecho
daño? —preguntó él, ofreciéndole la mano—. El pobre Coco llevaba todo el día sin salir. Lo siento. Eres la nueva del
segundo ¿no? —Martina aceptó aquella mano grande y cálida para levantarse—. Soy
Ander, el del ático.
—Martina —murmuró. Sentía la cara
como un tomate maduro.
Sin atreverse a mirarlo, se
abalanzó a por las hojas de los ejercicios, que había llevado para corregir, y
a por el vibrador, antes de que su vecino lo descubriese. Por desgracia no fue
lo suficientemente rápida; en dos zancadas él ya lo había cogido, desconectado
y… ¡estaba leyendo el nombre que la loca de Carla había escrito con rotulador
indeleble junto al botón de encendido!
—Creo que tu amigo Lobezno tenía ganas de jugar.
Martina lo tomó para lanzarlo al
fondo del bolso, de donde nunca habría debido salir. La cara le ardía como una
estufa al rojo.
«Tienes treinta y ocho años. ¡Por
Dios! Puedes tener un vibrador o una docena y a nadie le importa.»
Intentando calmarse, se atrevió a
mirar a su vecino. Sus ojos seguían siendo espectaculares. Había sido su poder
de atracción el culpable de que al entrar no viera al pequeño bicho peludo.
Ahora había descubierto que tenía un hoyuelo en la mejilla izquierda. Desde
luego, estaba muy, pero que muy bien. Lástima que fuera tan joven; seguro que
ella le sacaba al menos diez años. Una pena.
—Gracias. Me lo acaba de regalar
mi amiga. Ella le ha puesto ese nombre —explicó, intentando controlar la
vergüenza.
—No está mal —asintió, sin apartar
los ojos de ella.
Tenía una forma de mirar con tanta
atención que Martina se quedó prendada sin darse cuenta. Luego, como volviendo
en sí, se agachó para recoger todo aquel batiburrillo de bolígrafos, cartera,
móvil, brillo de labios, distintas piezas de Playmobil, toallitas húmedas y
demás enseres, para devolverlos al enorme bolso. Al incorporarse, Ander ya
tenía todas las hojas de ejercicios en las manos.
—Eres “profe”. —Su hoyuelo hizo
una fugaz aparición al tiempo que hacía un gesto con las cejas, como si el
detalle le resultara gracioso.
—Pobrecito Coco, ¿te han dejado solito en la calle? —dijo un joven pelirrojo
al entrar en el portal. Llevaba un Yorkshire en los brazos. Al ver a Ander se
le iluminó la mirada—. ¡Hola, corazón! Acabo de encontrarme a Coco. ¿Cómo es que estaba suelto y solo?
—Se acercó para dar un par de besos en las mejillas a Ander antes de dejar al
perro en el suelo y sacudirse las mangas de su americana azul turquesa.
—Hola, Leo. Hemos tenido un
accidente. Estaba ayudando a mi nueva vecina a recoger sus cosas. —Se volvió
hacía ella—. ¿Lo tienes todo?
—Sí. Gracias —Les sonrió a los dos
y muy digna, sin esperar al ascensor, subió los dos pisos andando.
Bueno, pues resultaba que su vecino
no solo era unos diez años más joven que ella: además era homosexual. Eso
terminaba con cualquier posibilidad.”
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Pilar Cabero por la presentación.
muchisimas gracias, me ha encantado, despues de leer las criticas tengo unas ganas locas de leerlo y despues de esta original y divertida presentacion aun mas, gracias a Pilar y al blog.
ResponderEliminarEntre las buenas criticas y estos comentarios de los protagonistas tengo que ponerme con él sí o sí.
ResponderEliminarMuy original.
Gracias.